Usted está aquí: domingo 28 de diciembre de 2008 Opinión Au Bon Pain

Bárbara Jacobs

Au Bon Pain

El entusiasmo por ir al teatro inicia el espectáculo. En el hotel cambié de bolsa, de una grande y abultada de trabajo a una pequeña y delicada de vestir; volví a perfumarme, lustré mis botas. No me encasqueté ni boina ni gorro ni sombrero con tal de que el pelo se acomodara o desacomodara según el viento de noviembre, lo que fuera, salvo que se aplastara. Las mujeres de mi tiempo, o de éste, o de cualquiera, pero con los valores del pasado, en especial los relacionados con las buenas maneras, muy conscientemente arraigados en nuestras actitudes, estaremos desfasadas o seremos reprimidas y anacrónicas, pero preferimos pasar frío que vernos mal.

Carmen me recogió en Chelsea y tomamos un taxi al 131 Oeste de la Calle 55, entre la Avenida de las Américas y la Séptima, en Manhattan, Nueva York. La cola ante las taquillas del New York City Center o City Center of Music and Drama o New York City Center 55th Street Theater, era voluminosa, pero desde la universidad llegaría Mike con los boletos, y mientras tanto nosotras tendríamos tiempo para entrar al café y esperar sentadas, con calefacción y comodidad. Las mesas y barras del Au Bon Pain estaban repletas, pero el olor a pan francés y la animación en el ambiente nos alertaron para tomar la primera mesita cuadrada que se desocupara. Por fin una familia que había juntado dos las desocupó y, tras separarlas, nos instalamos en una con tres sillas. En la mesa apretujada a nuestra derecha, cara a cara se sentaron dos señoras en sus ochentas, arregladas para ir al teatro, como yo, sólo que con colorete en las mejillas. Y otra señora, de la tercera edad, igual que las vecinas a nuestra diestra, nos preguntó en inglés si podía compartir nuestra mesa y, al asentir entre divertidas y resignadas, le ofrecimos la silla desocupada y, una frente a la otra, reanudamos nuestra conversación en español entre cucharadas de las copas medianas de yogurt de fresa que elegimos al entrar al café Au Bon Pain, fundado por Louis Kane en Boston, en 1978, y que tres décadas después cuenta con 226 establecimientos de éstos alrededor del mundo, incluyendo Kuwait, Dubai, Japón, Tailandia, Corea del Sur y Taiwán.

A medio día habíamos comido con la artista mexicana Elena Climent en la casa de Carmen en Brooklyn, construcción baja de ladrillo rojo y terraza trasera. Elena inauguró un mural para el departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Artes de la Universidad de Nueva York, que tituló En casa con sus libros. En una entrevista, declaró que escogió seis escritores que han marcado una época y los ordenó cronológicamente para mostrar cómo han cambiado a lo largo del tiempo los instrumentos del trabajo literario. Recoge los escritos del autor y su espacio de trabajo y, además, describe lo que fue la biblioteca de cada uno, con objetos personales incluidos. Los protagonistas de la obra de Climent son Washington Irving, Edith Wharton, Zora Neale Hurston, Francis Russell O’Hara, Jane Jacobs y Pedro Pietri. Elena se inspiró en el formato de arte medieval de los tapices de la región francesa de Bayeux.

“¿Hablan español?”, intervino en inglés nuestra compañera de mesa, para acto seguido balbucear muestras de su aprendizaje elemental del español en frases hechas. Intuyó que éramos profesoras o algo así y aprovechó para informarnos que ella también era una investigadora científica de prestigio. Antes de despedirse, pues quería llegar a tiempo al teatro y nuestras vecinas de la derecha ya cantaban la característica New York, New York de la obra On the Town, de Leonard Bernstein y Jerome Robbins, que todas estábamos por ver, nos entregó su tarjeta, Judith S. Engel, cuyos pormenores podíamos consultar en You Tube.

Como consagrado historiador de la ciudad de Nueva York, Mike nos informó del origen morisco del teatro fundado por Shriners y los detalles de la comedia musical que en esta única ocasión presentó una versión de la obra original montada en 1944 y hasta ahora no repuesta.

 
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