Usted está aquí: domingo 28 de diciembre de 2008 Opinión Mar de Historias

Mar de Historias

Cristina Pacheco

Padre ausente

Ignoro el motivo, pero por lo general se forman largas filas ante la caja 8. El trámite es más rápido cuando Marcos se encarga de empacar las compras. Lo hace con habilidad, rapidez y sentido de las proporciones. Esas cualidades nos ahorran tiempo y, al menos en parte, reducen el empleo de las bolsas de plástico que son una amenaza.

Este diciembre Marcos no apareció entre el personal del supermercado. No fui la única que se percató de su ausencia. Ayer una clienta que me precedía en la fila rumbo a la caja, se volvió a mirarme y lamentó la falta del “cerillo”:

–Sin Marcos vamos a tardarnos horas en salir.

Le dije que tal vez lo hubieran mandado sólo por estos días a otra sucursal. Mi vecina aprovechó para hacerle una crítica a la administración de la tienda:

“A los clientes nadie nos toma en cuenta. Sin avisarnos cambian los productos de lugar y cuando hay un buen empleado lo mandan a los súpers elegantes sin ponerse a ver que ese cambio nos significa pérdida de tiempo. Yo de plano aquí no vuelvo”.

Aunque también me duele desperdiciar los minutos, no puedo ni quiero ser tan drástica. Hace mucho tiempo que vengo a este supermercado, conozco a su personal y llevamos un trato amigable. Me gusta que de vez en cuando los empleados me den recetas o me platiquen algo de su vida. Marcos ha ido contándome la suya a trozos, cada vez que empuja mi carrito al estacionamiento y me ayuda a meter en la cajuela las bolsas de la compra.

Espero que la ausencia de Marcos este fin de año signifique que al fin encontró a su padre. Se lo merece, después de una búsqueda prolongada y errática.

II

A Marcos lo contrataron como eventual hace tres años. Supuse que, como tantos trabajadores de ese rango, permanecería en el supermercado del l5 de diciembre al 6 de enero. Sin embargo, pasada esa fecha, siguió desempeñándose como auxiliar en la caja 8: su destreza le valió la ampliación de su contrato. Lo que de seguro representó un apoyo invaluable para su familia, para él ha tenido una consecuencia lamentable: la deserción escolar.

En una de nuestras primeras y breves conversaciones me atreví a preguntarle por sus estudios. Me respondió que había cursado hasta primero de secundaria. En cuanto fuese posible iba a continuar porque su propósito era titularse como técnico en computación. Su sinceridad despertó la mía. Le confesé mis tribulaciones con la computadora y él me miró extrañado: no entendía que algo tan sencillo hasta para él pudiera resultarme difícil. A partir de esa mañana, cada vez que coincidimos en la caja 8, mientras empaca a toda velocidad, me sonríe con un gesto que alude a mi torpeza.

Al cabo del tiempo Marcos se ha ganado muchas simpatías. Lo noto por la manera en que se dirigen a él sus compañeros, el tono en que los superiores le dan órdenes y la forma personalizada en que le entregamos sus propinas: “Es para ti”. Él guarda rápido las monedas, pero sin avidez, con la satisfacción de quien se sabe pagado por su trabajo. El de los “cerillos”, en apariencia simple e insignificante, tiene un valor que sólo reconocemos cuando falta alguno de estos trabajadores.

III

La primera vez que Marcos no se presentó al supermercado fue un lunes. El muchacho que estaba sustituyéndolo me dijo que su compañero había solicitado permiso para faltar y agregó: “Yo que él no lo hubiera hecho. ¿Qué tal si no vuelven a contratarlo”. El temor era explicable: la fila de aspirantes crece a diario frente a la entrada de personal.

Pensé que Marcos había abandonado su puesto para emprender al fin sus estudios en alguna academia de computación, pero antes de una semana reapareció. Le pregunté adónde se había ido. Sin levantar la cabeza, me respondió:

“A buscar a mi papá”.

De camino al estacionamiento agregó nuevos datos a su historia:

“Mi mamá sólo me tiene a mí. Cuando le entra la desesperación me pide que la acompañe a las fábricas. Está segura de que en alguna encontraremos a mi papá. Entonces ya no necesitará que yo trabaje y podré seguir estudiando.”

Por su expresión y su tono comprendí que Marcos dudaba que fuera posible localizarlo. En otra plática me aclaró que llevan años en su infructuosa búsqueda. Antes no le importaba acceder a la solicitud de su madre, porque faltando a clases el único perjudicado era él. Pero desde que entró al supermercado es distinto: seguirla lo pone en riesgo de perder un trabajo del que ambos dependen.

Marcos jamás me ha revelado el nombre de su madre. Se refiere a ella con ternura y un gesto paternal semejante al que mostró cuando le confesé mis dificultades ante la computadora. Por lo que él me ha dicho, sé que su mamá apenas le dobla la edad, es pequeña, delgada y trabaja haciendo el aseo en domicilios particulares o como galopina en las fondas: únicos lugares en donde perdonan sus ausencias dictadas por el ansia de encontrar a su esposo, del que por cierto tampoco sé el nombre.

Entonces, sin importarle las consecuencias, le pide a Marcos que la acompañe, porque lo necesita a su lado: confía en que la fuerza de la sangre venza todos los obstáculos construidos por el tiempo y que el padre lo reconozca, pese a que dejó de verlo cuando él era un niño de cinco años.

Marcos me ha contado que se pasan las horas recorriendo los lugares en donde su padre podría estar, pero sobre todo preguntan por él en las fábricas. Su madre está segura de que en alguna lo encontrará porque su esposo desde chico fue obrero y siempre se sintió orgulloso de pertenecer a ese gremio.

Le sugerí a Marcos que, para facilitar las cosas, la próxima vez apoyen sus pesquisas con algún retrato. Me dijo que él ya se lo había propuesto a su madre, pero ella se niega, entre otras cosas porque la única fotografía que conserva de su marido data de hace muchos años cuando se casaron.

En los métodos y la persistencia de esa mujer hay una dosis de fantasía, inocencia y terquedad. En cuanto a Marcos, siempre sospeché que en su disposición para secundarla estaba sólo el deseo de conservarle a ella una esperanza. Pero ahora, después de que el muchacho ha faltado todo el mes a su trabajo, quiero imaginar que al fin encontró a su padre.

De ser así es posible que no vuelva a ver a Marcos y tenga que imaginarme la otra parte de su historia. En medio de la reconciliación supongo que le estará resultando difícil expresarle amor a quien es prácticamente un desconocido, callar tantas preguntas acumuladas al cabo de los años, reprimir los rencores nacidos del abandono, adaptarse a una presencia extraña y cederle espacio junto a su madre en el sitio en donde viven.

No sé en dónde se encuentra y por supuesto desconozco el lugar. Sea como sea y esté en donde esté, entre el padre y el hijo tendrán que esforzarse para construir un puente que les permita recorrer la distancia entre las dos orillas de una ausencia muy larga. Me alegra que tal vez haya terminado en vísperas del año que está por comenzar.

 
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