Usted está aquí: sábado 27 de diciembre de 2008 Política La konkista de la tierra

Gustavo Duch Guillot*

La konkista de la tierra

¿Quieren un consejo? Compren un pedacito de tierra cultivable, como media hectárea al menos. A su alrededor construyan un muro enorme o bien una valla electrificada. Y tomen las medidas que la tecnología armamentista –siempre tan puntera– nos ofrece para defenderla. Porque llegarán para conquistarla desde todos los puntos cardinales. Terratenientes de la soya ávidos de ampliar sus pertenencias y sus negocios de alimentación de la ganadería intensiva, representantes gubernamentales de otros países que les ofrecerán oro y plata para asegurarse tierras productivas, empresas semilleras que buscan integrar todo el poder en la cadena agroalimentaria y, cómo no, petroleras reconvertidas al business de los agrocombustibles. Todos ellos contra su milpa, sus tomates o sus calabacines. La globalización capitalista contra el derecho a la alimentación.

Al menos ésta es mi conclusión después de devorarme (de todo nos tendremos que acostumbrar a comer) el informe ¡Se adueñan de la tierra!, que acaba de publicar la organización internacional GRAIN y que explica con detalle cómo en los años recientes la avidez por las tierras fértiles –un bien finito y agotable– se ha acelerado con consecuencias muy peligrosas para la soberanía alimentaria de los pueblos. Dos son los actores principales en el acaparamiento de tierras. El primero: un grupo de países (Arabia Saudita, Japón, China, India, Corea del Sur, Libia, etcétera) dependientes de la importación de alimentos hasta ahora, que analizando las crisis alimentarias y financieras saben que ya no se puede confiar en el comercio internacional de comestibles. El reciente ejemplo ha sido Corea del Sur, que de la mano de la compañía Daewoo Logistics ha comprado el derecho para los próximos 99 años de 1.3 millones de hectáreas de Madagascar, casi la mitad del tamaño de Bélgica. Y así tenemos que estos países (con acuerdos con multinacionales) controlan ya territorios en lugares como Uganda, Brasil, Camboya o Sudán, donde, por cierto, la alimentación de sus habitantes está realmente comprometida. El segundo grupo que acecha y adquiere tierras son los capitales financieros, las casas de inversión, los fondos de cobertura y el resto de la familia Monster. Para ellos el desplome de los fondos ligados a las hipotecas los obliga a buscar nuevos nichos de inversión. Y como ya conocen el sector agrario, donde su presencia comprando futuros en cereales disparó los precios de los alimentos, ven en la tierra cultivable un valor rentable y seguro. Las familias campesinas cuando miran la tierra ven un sustrato productor de alimentos, los especuladores ven cosechas que en la bolsa generarán rápidas ganancias y huelen los agrodólares de los nuevos combustibles. Unos datos publicitarios: la empresa BlackRock Inc, con sede en Nueva York, una de las mayores administradoras de dinero del mundo, con casi 1.5 billones de dólares en sus libros, acaba de crear un fondo de cobertura agrícola de 200 millones de dólares, 30 de los cuales se utilizarán para adquirir tierras en todo el orbe. Morgan Stanley (¿la rescatará el Departamento de Hacienda de Estados Unidos?) compró 40 mil hectáreas de tierras agrícolas en Ucrania. Una casa de inversiones rusa, Renaissance Capital, adquirió derechos sobre 300 mil hectáreas de tierras ucranianas, donde también Landkom, grupo de inversiones británico, compró 100 mil hectáreas y aspira a expandirlas a 350 mil para 2011.

Finalmente lo que tenemos es un conflicto entre la seguridad y la soberanía alimentarias. Los defensores del modelo de poner a producir las tierras desde los gobiernos, inversionistas o grandes corporaciones argumentan que se generan puestos de trabajo, que se hace rendir tierras ociosas y que se producen alimentos. Pero en ese análisis falta el principal elemento. La pobreza en el mundo reside en el campo, precisamente por modelos como éste, donde se agota a la tierra con exigencias atroces y se imposibilita a los campesinos y las campesinas el acceso y control de los recursos productivos, vivir de su trabajo agrícola y crear un tejido rural rico y vivo. Como explica el obispo Casaldáliga en Brasil (defensor de la teología de la liberación, les digo para que se sitúen, por si no conocen su trayectoria, que lo de ser obispo no es garantía de nada), cuando Colón llegó a América y el vigía gritó ¡tierra!, las carabelas ya iban cargaditas de latifundistas, corporaciones, especuladores, buscando exactamente eso: la konkista de la tierra, de la tierra cultivable.

* Director de Veterinarios Sin Fronteras

 
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