Usted está aquí: sábado 27 de diciembre de 2008 Opinión La calle de Regina

Bernardo Bátiz V.
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La calle de Regina

De niño, mi padre vivió en la calle de Regina, en la ciudad de México, calle entonces de las últimas del Centro, llamado después primer cuadro, al sur de la muy colonial Mesones que, como ella, conserva su nombre tradicional, próxima a las ciénagas que cubrían, después de la calzada de Cuahtemoctzín y Arcos de Belén, lo que ahora son las colonias Obrera y Roma; mis abuelos y sus tres hijos habitaban una casona de dos pisos, con balcones de hierro forjado, patio central y portón.

Él y sus hermanos vivieron con temor y asombro la aventura de la Decena Trágica, escondidos, sin salir de casa; mi abuelo cubrió con colchones las ventanas en previsión de una bala perdida y ahí en su hogar de Regina, con temor y azoro infantil, se aturdieron con los cañonazos que desde la cercana Ciudadela enviaba el general Manuel Mondragón, con buena puntería, al Palacio Nacional. El tableteo de las ametralladoras emplazadas sobre la calle de Balderas se escuchaba muy diferente a los disparos graneados de los fusiles.

Miedo y emoción, encierro forzado y curiosidad al ver pasar soldados a pie y a caballo, mulas cargadas con cajas de parque y uno que otro vehículo de motor tripulado por paisanos o militares; la lucha en el corazón de la capital culminó con la traición de Victoriano Huerta y los asesinatos arteros del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez.

Años después, durante los tres de mi secundaria, asistí a la Secundaria uno, en el número 111 de la misma calle de Regina, cerca ya de Correo Mayor; durante esos años conocí bien el rumbo, recorrí con mis camaradas los andurriales que aprendí a sentir como propios. En el Claustro de Sor Juana, además de varios locales de artesanos, estaba el Esmirna Dancing Club, y en el viejo palacio donde está hoy el Museo de la Ciudad de México, había una tradicional cantina.

La Secundaria uno se albergaba en un sólido edificio de cantera y ladrillo rojo, de tres altos pisos, patio inmenso y robustas columnas neoclásicas, que había sido construido para seminario conciliar y que era entonces el orgullo de las primeras escuelas de educación media que impulsó el movimiento vasconcelista. Tuvimos buenos maestros que nos enseñaban y nos educaban; con ellos y por nuestra cuenta se formaba el carácter. Nos transportábamos algunos amigos y yo hacia el sur de la ciudad, a las colonias Álamos, Portales o Moderna en los tranvías amarillos que llegaban desde el Zócalo hasta Tlalpan y Xochimilco.

Regina es una calle que recorrí muchas veces en mi adolescencia; la formaban muchas casas de vecindad un poco abandonadas, una estación de bomberos y un resabio de los viejos tiempos, las antiguas cererías. Mi padre, también de niño, jugó en el jardín de la placita de Regina y seguramente caminó por las mismas calles que yo.

Por ello me llenó de satisfacción y removió viejos recuerdos un recorrido con unos buenos amigos por esa antigua rúa, hoy peatonal, adoquinada con un piso de cemento en forma de reja y rehabilitada como otras del Centro por el actual gobierno. La calle recuperó su aspecto vivaz y alegre; hay ya algunos edificios modernos, pero se han conservados viejas casonas, porfirianas algunas y otras más antiguas, de la época virreinal. En un solar entre Bolívar e Isabel la Católica se habilitó un jardín de juegos para niños y frente a la señorial Iglesia de Regina Coeli (Reina del Cielo), abierta al culto, la plaza se encuentra adornada con bancas, arriates y prados, limpia, bien vigilada y atendida.

Hasta el sombrío edificio de la Fundación Concepción Béistegui se ve más limpio y con nuevo aspecto; sus viejos muros devuelven el eco de las risas de los niños que juegan en la calle, igual que antes, y en ambas aceras hay pequeños negocios donde venden café de primera y comidas tradicionales.

Si la obra del gobierno de la ciudad continúa por ese camino, nuestro hermoso Centro Histórico, rehabilitado y remozado, volverá a ser el orgullo de la República y corona de la ciudad hospitalaria y alegre, tan digna, distinguida y galana como cualquier otra gran ciudad del mundo.

 
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