Usted está aquí: martes 23 de diciembre de 2008 Opinión Andanzas

Andanzas

Colombia Moya

El Cascanueces, por siempre

Hoy, 23 de diciembre, como todos los años, termina la triunfal presentación de El Cascanueces en el Auditorio Nacional. Si no lo ha visto o no lo conoce, tal vez sea el momento de rescatar a la familia del nefasto hechizo de la televisión, en especial de esa llamada “para consuelo de los jodidos”, y aspiren el aroma de la inocencia, la magia y la belleza del sueño de hadas, con la música del gran Chaikovsky y la Compañía Nacional de Danza.

En ella se han conjugado decenas de años de elaboración minuciosa de calidad, imaginación y esfuerzo que a lo largo de generaciones de maestros y bailarines –desde la lejana Rusia de los zares– han realizado para refinar los movimientos y posiciones del cuerpo, que finalmente constituyeron la más grande arquitectura corporal de lo que significa “una escuela verdadera”.

En el siglo XIX, al hacer gala de la pasión imperante por la música y la danza, los fabulosos ingredientes del talento italiano, francés y ruso fabricaron las grandes danzas que a la fecha son columna vertebral de compañías tradicionales, sobre todo que prefieren no arriesgarse demasiado, al usar aquello de: más vale viejo por conocido que bueno por conocer.

Ballets como El Cascanueces, La Bella Durmiente y El Lago de los Cisnes, entre otros, son cátedra de enorme lenguaje corporal, casi siempre construido sobre las mismas bases sencillas, pero con imaginación y sensibilidad prodigiosas, que parecen difíciles de superar por los posteriores coreógrafos de la historia de esta disciplina extraordinaria.

Desde entonces, millares de bailarines en el mundo han sudado la gota gorda al interpretar aquellos personajes que dieron ensueño al espectáculo más refinado del mundo.

Aunque cientos de coreógrafos han metido mano a las danzas en un intento, no entiendo si por “corregir”, superar, variar o competir” con la manufactura original, han tratado de vivir mediante el trabajo de aquellos artistas originales, a quienes nada ni nadie han logrado superar.

Actualmente, por fortuna y como hemos constatado en los grandes ballets presentados en el Auditorio Nacional, el lenguaje corporal y la gramática de la danza clásica se han refinado de forma insospechada, y han producido cuerpos, figuras e interpretaciones de las obras clásicas tradicionales a nivel de extraordinaria perfección y belleza, porque el ballet es algo que requiere perfección, simplemente. Sin embargo, en estos tiempos se ha ido aún más allá.

Esa perfección técnica, académica, se ha mezclado en una alquimia maravillosa con el talento y la creatividad de bailarines, coreógrafos, iluminadores y técnicos escénicos, así como de las más avanzadas técnicas electrónicas, para descubrir nuevos terrenos de la expresividad y llegar a crear obras modernas asombrosas.

Así estamos; es decir, la danza en el mundo, la renovación pedagógica, los procesos de aprendizaje y el manejo del conocimiento parecen haber liberado de manera definitiva las formas que la tradición ha guardado como joyas del arte del ballet.

Un evidente rompimiento cultural produce nuevos horizontes y artistas sumamente preparados, con capacidades técnicas, intelectuales y creativas de gran magnitud.

Mientras tanto, por fortuna, el sueño de Clara en El Cascanueces permanece diáfano, cada vez más inocente y nostálgico, habita quimeras de aquel mundo amable y hermoso. Por eso, robe a los suyos tiempo de televisión soporífera, tóxica de sexo, violencia y estupidez, y llévelos a espectáculos y actividades culturales que intentan mantener vivo el espíritu.

Asista a la última función de El Cascanueces en el Auditorio Nacional, hoy a las 19 horas.

No se lo pierda.

 
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