Usted está aquí: domingo 14 de diciembre de 2008 Opinión Cine latinoamericano en La Habana

Carlos Bonfil
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Cine latinoamericano en La Habana

Del 2 al 12 diciembre se llevó a cabo en La Habana la 30 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. El evento cobra este año una relevancia particular en el contexto de las actividades culturales para la inminente celebración de los 50 años del triunfo de la Revolución Cubana.

Dejando de un lado las efemérides y la retórica oficial conmemorativa, cabe constatar que este certamen fílmico es, junto con el Festival de Cine Independiente en Buenos Aires, la mejor vitrina para apreciar las tendencias actuales del quehacer cinematográfico de habla hispana. México ha vuelto a figurar en primer término con la premiación de varias cintas: Los herederos, de Eugenio Polgovsky, mejor documental; Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola, premio del jurado en la misma categoría; Parque vía, de Enrique Rivero, mejor opera prima, y Desierto adentro, de Rodrigo Plá, mejor fotografía. Cabe recordar que el año pasado el premio Coral al largometraje de ficción fue de modo unánime para Luz silenciosa, de Carlos Reygadas.

Este año, la presencia de películas argentinas, brasileñas y chilenas es particularmente vigorosa, conquistando el primer premio de ficción la chilena Tony Manero, de Pablo Larraín, recreación de la vida de un ferviente admirador de John Travolta que durante los años de la dictadura de Augusto Pinochet decide emular la conducta rebelde del protagonista de Fiebre del sábado por la noche mediante una serie de crímenes absurdos. Los brasileños Walter Salles y Daniela Thomas presentan en Línea de pase una radiografía violenta de la ciudad de Sao Paulo mediante las experiencias de cuatro hermanos, tres adolescentes y un niño, confrontados con el desempleo y la desintegración familiar, incursionando cada uno, desde la fallida vocación religiosa hasta la práctica futbolística y el gusto por el peligro, en la obligada iniciación a la delincuencia urbana.

Despojado de sentimentalismo, el relato áspero revela un fuerte escepticismo, una visión tan desencantada como la del chileno Andrés Wood en La buena vida, ficción con otros cuatro personajes que entrecruzan sus existencias en un Santiago de Chile al borde del caos, con el desempleo y la frustración amorosa como constantes en la romántica búsqueda que hace un clarinetista sin suerte de esa plenitud vital a la que alude el título de la cinta y que se antoja inalcanzable.

Este clima de escepticismo no está ausente en la nueva realización del realizador cubano Juan Carlos Tabío (codirector con Tomás Gutiérrez Alea de Fresa y chocolate), quien en su comedia más reciente, El cuerno de la abundancia, reúne a los protagonistas de aquella cinta exitosa para insistir en sus temas favoritos: el creciente deterioro físico de La Habana, la escasez de productos básicos y las estrategias de una familia y sus tumultuosas prolongaciones vecinales para sobrellevar la penuria.

La visión es irónica desde el título de la cinta, y son múltiples las alusiones a las dificultades de la vida diaria que el público local reconoce y celebra como espejo fársico de su realidad. La fórmula es eficaz: un patriarca achacoso y dogmático, con camiseta de Vanguardia Nacional, descubre conjuras imperialistas a la vuelta de cada esquina y se vuelve el contrapunto cómico para personajes jóvenes que entregan sus mejores energías al esfuerzo de supervivencia y a la reconstrucción de la ciudad querida. La imagen de una rosa sobre un ladrillo cierra simbólicamente el relato saturado de alusiones políticas y metáforas en definitiva inofensivas, pero que confirman una vez más el talento de Tabío para registrar, con humor y vocinglería festiva, un desencanto no muy alejado del de las ficciones de Brasil, Chile, México y Argentina. La película obtuvo el tercer premio al mejor largometraje de ficción.

A este panorama se añade la visión tremendista de Bruno Barreto, quien en Última parada 174 describe el clima de violencia en Río de Janeiro, relatando el acto desesperado del secuestrador de un autobús al cabo de una larga serie de desventuras familiares y paseos por una sordidez urbana, donde lo común es la ejecución nocturna a sangre fría de niños de la calle. La misma historia, basada en hechos reales, fue registrada con mayor tino por el documental Omnibus 174, de José Padilha, en 2002. Leonera, del argentino Pablo Trapero, es una incursión por un infierno similar, una prisión para mujeres embarazadas donde el hacinamiento y la desesperanza son caldo de cultivo para nuevas espirales de violencia.

Argentina también destaca en el festival con una obra notable, La rabia, de Albertina Carri, crónica implacable de venganzas familiares en un medio rural, y con su reverso inteligente, la violencia interiorizada en Una mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, relato frío del desequilibrio mental de la protagonista luego de un accidente automovilístico. El cine en los países latinoamericanos, más que nunca en las antípodas del optimismo satisfecho de sus gobernantes.

 
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