Usted está aquí: sábado 13 de diciembre de 2008 Opinión Un retiro sin garantías

Marta Tawil

Un retiro sin garantías

En 1914 Gran Bretaña ocupó Irak. Luego de aplastar la revuelta nacionalista de 1920, formó el gobierno y diseñó las fronteras del nuevo Estado; en 1930 prometió a Bagdad la independencia y en 1932 Irak fue el primer Estado árabe en entrar a la Sociedad de Naciones. Pero Londres introdujo diversas cláusulas que protegían sus intereses (en ese entonces el petróleo aún no era la fuente de la riqueza nacional). Así, Gran Bretaña e Irak se comprometieron a apoyarse en tiempos de guerra y a realizar consultas permanentes en política exterior; los británicos mantendrían bases aéreas y recibirían asistencia y acceso a instalaciones como puertos y aeropuertos; el ejército iraquí recibiría ayuda, entrenamiento y equipo de los británicos. En las décadas siguientes, la población iraquí señalaría el tratado como el mayor responsable de los dramas del país; la reacción ante la ocupación de un poder militar extranjero se tradujo en movilizaciones nacionalistas generalizadas, división e inestabilidad política. El 27 de noviembre de 2008, el Parlamento de Irak ratificó un acuerdo de seguridad con su nueva potencia ocupante, Estados Unidos, que entrará en vigor cuando expire el mandato de la ONU el 31 de diciembre. Prevé el retiro de las tropas estadunidenses de la mayor parte de las ciudades iraquíes para junio de 2009, y establece que en 2011 el resto dejará definitivamente el país, a menos que se negocie un pacto bilateral para extender la presencia estadunidense. ¿Cuáles son esta vez los alcances de la independencia de Irak?

Las tropas estadunidenses pasarán a estar bajo la autoridad del gobierno iraquí. Entre otras cosas, el acuerdo contiene un pasaje vago sobre el deber de los militares estadunidenses de pedir autorización de las autoridades judiciales iraquíes para entrar a casas y detener a sospechosos y otro igual de vago sobre el derecho del gobierno iraquí de procesar a militares estadunidenses acusados de “delitos premeditados graves cometidos mientras no estén en funciones”; también otorga a los iraquíes el control de su espacio aéreo. Pero el acuerdo agrega que Washington ofrecerá “apoyo temporal” en entrenamiento, equipo y transporte a las fuerzas de seguridad iraquíes, y en la vigilancia del espacio aéreo. No especifica qué son las tropas de “combate” y dónde exactamente se van a replegar. Persiste la incertidumbre acerca de los tipos de relaciones de seguridad de largo plazo que Estados Unidos persigue, y el grado de presencia militar que implican. ¿Cuántos estadunidenses van a “aconsejar” a sus contrapartes iraquíes? ¿Qué tantos son familiares con el país, sus idiomas, códigos políticos y sociales? ¿Quién va a garantizar la defensa de Irak si el país fuese atacado por otro? La estabilidad y la seguridad de Irak son críticas para los intereses estadunidenses, que incluyen tener acceso a recursos petroleros y derrotar al “terrorismo internacional”. Ello requerirá forzosamente dar a las fuerzas militares estadunidenses una presencia y un papel de largo plazo. Queda por ver si se acompañarán de una política de relaciones públicas en las que se explique con detalle a los iraquíes cada una de las decisiones que los estadunidenses tomen con las autoridades nacionales, y si Estados Unidos está pensando en edificar un marco de cooperación regional de seguridad que tendría que incluir a Irán.

El acuerdo parece haber contado con el apoyo de amplios sectores de la población iraquí, pero puede fácilmente contribuir a dividir aún más a los iraquíes en grupos étnicos y religiosos, que ya se están posicionando para consolidar sus bases de poder ante las elecciones locales y parlamentarias de enero. Encontró la fuerte oposición de grupos chiítas como el encabezado por el clérigo Moqtada al-Sadr, quien ya amenazó con revivir elementos armados de su milicia Mahdi. El dilema de los sunitas es más complejo; preferirían que los estadunidenses se quedaran más tiempo para poder negociar en mejores términos un pacto con los chiítas y los kurdos y no quedar aislados. El gobierno central sigue siendo débil, el sistema electoral actual lo debilita aún más, y el Poder Judicial no es independiente. En ciudades como Basora persisten duros combates entre milicias chiítas en su lucha de poder y control de recursos, que provocan la muerte de civiles inocentes. Durante el periodo de transición definido por el acuerdo, pues, cualquier circunstancia puede reducir la cooperación y llevar al conflicto entre las necesidades y los intereses de los iraquíes y los de los estadunidenses. Y en cualquier caso, Estados Unidos, como Gran Bretaña en su momento, será señalado como el principal culpable.

 
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