Usted está aquí: sábado 13 de diciembre de 2008 Cultura Una filarmónica modesta

Juan Arturo Brennan

Una filarmónica modesta

Hermosillo, Son. El auditorio Emiliana de Zubeldía, que de musical sólo tiene el nombre, está enclavado en un curioso y arquitectónicamente modernista edificio universitario de la capital sonorense. En este recinto, la Orquesta Filarmónica de Sonora (OFS) ofreció hace unos días un concierto conducido por la batuta huésped de David Hernández Bretón.

Sorprende, de entrada, que el conjunto es en realidad, más que una filarmónica, una orquesta de cámara adicionada con algunos alientos. Es de suponerse que tal dotación restringida limita, asimismo, la amplitud del repertorio que la orquesta sonorense pueda interpretar, como sin duda limita las posibilidades expresivas y dinámicas de las obras que sí puede tocar.

Sin ir más lejos, ¿cómo concebir con una orquesta tan pequeña la construcción de un crescendo rossiniano como los que hicieron falta en la obra inicial del programa, la obertura de El barbero de Sevilla?

Al centro del programa de esa noche, al menos, la OFS dio muestra de no basar su trabajo exclusivamente en el repertorio probado y los caballitos de batalla, al programar la Serenata Op 11 para cuerdas del sueco Dag Wirén.

En la ejecución de esta obra, y en ausencia de los alientos, fue posible percibir que a la sección de cuerdas de la filarmónica sonorense le hace falta construir un sonido coherente, de conjunto, así como unificar las cualidades técnicas de sus integrantes que, por lo pronto, no son homogéneas, en el contexto de una presencia importante de músicos armenios.

Al menos, pude percibir cierta disciplina rítmica y concentración en ciertos pasajes en pizzicato en los que los cuerdistas sonorenses lograron unísonos que suelen eludir a nuestras orquestas más experimentadas.

Para la conclusión de este programa, la Filarmónica de Sonora propuso la formidable sinfonía Júpiter, de Wolfgang Amadeus Mozart, en una ejecución que podría tomarse como prueba irrefutable de lo equivocados que están quienes creen que una orquesta joven e inexperta (ésta fue fundada apenas en 2003) se puede dar el lujo de abordar la música de Mozart “porque es facilita”. Por el contrario, hay pocas cosas más difíciles que hacer que un buen Mozart, porque en su música todo se ve, todo se oye, todo queda expuesto, y hace falta una sólida madurez musical para llevar a buen término cualquier ejecución de una obra suya.

Esa noche, no ayudó tampoco el hecho de que la plantilla de la OFS es tan escasa que la sinfonía Júpiter, de Mozart, fue interpretada con una dotación incompleta de alientos.

Estoy completamente de acuerdo con la idea de llevar la música a todos los foros posibles, sobre todo cuando se trata de los que no son específicamente musicales. Sin embargo, también creo que la presentación de la música en esos espacios debe partir de cierto cuidado y cierto respeto por la materia sonora.

Me refiero al hecho de que si bien el auditorio Emiliana de Zubeldía no tiene las cualidades acústicas mínimas de una sala de conciertos, tampoco creo que la solución a esa carencia sea amplificar a la orquesta (¡y con reverberación!) de manera rústica y primitiva, como se hizo esa noche. Sobre todo para melómanos nuevos, ésta es una falsa solución que no ayuda mucho a la correcta apreciación del sonido de una orquesta.

Un hecho que llama la atención es que para este concierto de la Orquesta Filarmónica de Sonora el auditorio Emiliana de Zubeldía recibió, para sus dimensiones moderadas, una muy buena entrada de público, sobre todo público joven, cuyo promedio de edad causaría la vergüenza de las progresivamente decrépitas y cada vez más conservadoras audiencias de la mayoría de nuestras orquestas capitalinas.

Este hecho permite abrigar cierta esperanza: parecería que en la capital sonorense (y quizá también en el resto del estado) hay un público joven, potencialmente melómano, que requiere de buena música, y de una buena orquesta local, para encauzar su gusto por la música.

Por el momento, la Filarmónica de Sonora no es todavía esa orquesta, y es claro que requiere mucho trabajo, inversión, atención y la indispensable dosis de estabilidad que puede comunicarle un director artístico, que por lo pronto no tiene.

 
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