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Agua, Tierra y Mujeres en el
Hilda Salazar Tierra y agua son un binomio inseparable en la vida rural, no sólo porque son la base de la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la producción de traspatio, sino también por su estrecha relación con el acceso a estos recursos. La tendencia a la mercantilización de la tierra ha conducido a la pérdida de las tradiciones comunitarias de libre acceso a las fuentes de agua. El registro de predios impulsado por el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Solares Urbanos (Procede) generó un mercado del agua que condiciona el uso de los pozos, manantiales y arroyos al pago de derechos a los dueños de la tierra. Y si el acceso a las fuentes de agua es limitado para los campesinos, lo es aún más para las mujeres rurales porque son propietarias de la tierra en una proporción mucho menor que los varones: sólo una de cada cinco ejidatarios y comuneros es mujer y 18 por ciento tiene una parcela individual. Las mayores responsabilidades económicas de las mujeres en el campo no han sido acompañadas por un aumento proporcional en su propiedad de la tierra y, por consiguiente, por un mayor acceso al agua. La escasez no es pareja. En México 14 millones de personas carecen de agua potable para consumo humano dentro de su vivienda y deben obtenerla mediante el acarreo desde diversas fuentes. El problema no es uniforme para toda la población. Mientras en las zonas urbanas 93.8 por ciento de los hogares tiene acceso al líquido, en las rurales sólo el 67 por ciento. Las cifras se polarizan cuando se consideran las variables de pobreza y marginación. Por ejemplo, una investigación realizada en los Altos de Chiapas, muestra que sólo 9.55 por ciento de la población tiene agua dentro de la vivienda, con un rango que va de 57.9 por ciento para el municipio de San Cristóbal de las Casas hasta el 0.74 por ciento en Larráinzar. La calidad de vida al interior de los hogares –urbanos y rurales– depende, en gran medida, del acceso a los servicios. La falta de agua se convierte en trabajo extraordinario. De acuerdo con las encuestas de uso del tiempo, el acarreo de agua significa en promedio una carga de trabajo adicional de tres horas semanales para los hombres y tres horas y media para las mujeres. En algunas comunidades de los Altos de Chiapas las mujeres reportaron que destinan entre dos y seis horas diarias a la obtención del líquido en tiempo de secas. Vida digna es también salud. Si se combina la irregularidad en el acceso al agua con los agudos problemas de contaminación que aquejan a muchas de las aguas superficiales y subterráneas en el país, los resultados son enfermedades de diverso tipo. Las deformidades pélvicas y de columna, así como el reumatismo degenerativo están asociados al acarreo del agua, en tanto que enfermedades gastrointestinales, de la piel e infecciosas tienen que ver con consumo o contacto con agua contaminada o de mala calidad. El cuidado de las personas enfermas en los hogares aún es parte de las tareas que se asignan a las mujeres, de acuerdo con los roles de género tradicionales. En otras palabras, contar con agua en la casa de las familias campesinas o carecer de ella determina cuántas horas de trabajo tiene el día de una mujer rural. Gestoras del agua. Esto explica por qué las mujeres son las gestoras por excelencia de los servicios de agua potable y drenaje de sus comunidades. Sin embargo, su capacidad de gestión no se transforma automáticamente en capacidad de decisión. Una interesante investigación realizada por Edith Kauffer, también en Chiapas, encontró que sólo 4.16 por ciento de los mil 129 comités de agua tienen representación femenina, uno por ciento de los cargos existentes está en manos de mujeres y sólo dos mujeres ocupan el puesto de mayor jerarquía. En el desempeño de las actividades de reproducción social que realizan, las mujeres enfrentan limitaciones que se profundizan con los problemas de escasez del líquido y otros fenómenos asociados a la llamada crisis del agua. Pero las mujeres ya no son sólo amas de casa dedicadas al trabajo doméstico y de cuidado. Los datos oficiales reportan que la población femenina económicamente activa alcanza poco más de 40 por ciento. Se sabe que este dato subestima el trabajo informal y no remunerado, en especial el de las mujeres en actividades agrícolas para el mercado e incluso para el autoconsumo. Es difícil cuantificar con certeza la participación femenina en la producción de alimentos y otros bienes agropecuarios no sólo por el sub-registro estadístico, sino también porque las inercias culturales propician que las propias mujeres consideren su trabajo en la milpa y en el traspatio como una “ayuda”. Lo que sí se sabe con certeza es que la escasez de agua y el limitado acceso a ésta dificultan las labores de obtención de ingresos desarrolladas por las mujeres.
El campo en manos de las mujeres. No hay duda de que el campo mexicano se ha feminizado, pero hay poca información que dé cuenta de la participación directa de las mujeres en todo el ciclo de la producción agrícola. Lo es cierto es que son las ellas quienes, cada vez con más frecuencia, administran los predios y las remesas y constituyen el principal soporte de la vida rural. La migración masculina y de la población joven ha abonado a esta situación. No obstante, las estructuras para la administración del agua de riego son excluyentes de las mujeres. Ellas no son consideradas “usuarias” pues eso depende, como ya se ha dicho, de la propiedad de la tierra. Un estudio realizado en 2000 por Gabriela Monsalvo y Emma Zapata informa que las mujeres constituyen entre cuatro y 26 por ciento de las y los regantes, pero sólo dos por ciento están reconocidas formalmente y tienen representación en las organizaciones de riego. El agua marca una tremenda diferencia en la producción agrícola: en áreas de riego, la productividad es en promedio 3.7 veces mayor que en tierras de temporal. En otras palabras, la falta de acceso al riego juega en contra de una mayor igualdad de oportunidades para mujeres y hombres dedicados a la agricultura. Proyectos productivos ¿sin agua? Además del trabajo invisible –y muchas veces no remunerado– de las mujeres en la producción agrícola fuera del hogar, se encuentran los proyectos productivos que constituyen la oferta mayoritaria de las instituciones de apoyo al campo. Emma Zapata y Josefina López reportan en un trabajo de 2005 que cerca de 70 por ciento de los proyectos financiados por el Programa de la Mujer en el Sector Agrario (Promusag) son agrícolas, avícolas, frutícolas, pecuarios, porcinos, bovinos, ovinos, forestales y acuícolas. Una proporción similar se presenta en la oferta de la Comisión Nacional de Pueblos Indios, de la Secretaría del Medio Ambiente y, en general, de los programas estatales y municipales destinados a mujeres de zonas rurales. En todos ellos el agua es un insumo importante y con frecuencia no considerado a la hora del diseño y puesta en marcha de los proyectos. Claro está que en circunstancias de abundancia del líquido esta omisión no sería importante pero, desafortunadamente, la escasez relativa de agua es creciente aun en zonas de alta precipitación, ya sea por problemas ambientales o debido a su desigual distribución. Además de la dudosa viabilidad económica y social y de las horas de trabajo que implican, estos pequeños proyectos se convierten, a la larga, en amortiguadores de las carencias y no en detonadores del fortalecimiento de las mujeres como productoras y sujetas sociales cabalmente reconocidas por sus comunidades, los gobiernos y en general por la sociedad. Las mujeres en los servicios ambientales. Las zonas rurales proveen además múltiples servicios ambientales asociados al ciclo del agua como son la formación del clima, la humedad de los suelos, la recarga de los acuíferos y la purificación del agua. La conservación de los ecosistemas acuáticos depende mucho de la población rural. Las limitaciones estructurales encaradas por las mujeres gravitan también en su participación en actividades como la reforestación, los programas de manejo de cuencas y micro-cuencas, la conservación de especies marinas, el cuidado y limpieza de playas, por mencionar algunas. Instituciones como la Comisión Nacional Forestal o la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas han flexibilizado sus reglas de operación para incorporar a las mujeres en sus programas, no sólo para cubrir las exigencias de género, sino también ante la ausencia de hombres en algunas zonas. No obstante, los montos de los proyectos para mujeres, en este y otros casos, son ostensiblemente menores que los proporcionados a los hombres. En la práctica, esta desproporción constituye una discriminación basada en la idea de que el ingreso de las mujeres es complementario a la economía familiar, lo que no siempre es así. Del mismo modo, el pago por servicios ambientales raramente es accesible a las mujeres, ya que es entregado a las autoridades formales en las cuales la participación femenina es muy reducida: las mujeres ocupan sólo 2.5 por ciento de las presidencias de comisariados ejidales y únicamente 64 mujeres de habla indígena, de un total de 31 mil, ocupan este cargo. La construcción de alternativas con enfoque de género. Desde luego que las asimetrías entre mujeres y hombres en el acceso y administración de los recursos hídricos no son las únicas. De hecho, los campesinos, indígenas y pequeños propietarios están también excluidos, se enfrentan a situaciones de competencia no equitativa o padecen grandes desventajas. Las idea de que el agua y la tierra son mercancías cuyo valor debe ser regulado por el mercado favorece su apropiación privada y despoja a estos recursos de su carácter cultural, de su manejo colectivo, holístico y sustentable. En realidad, las mujeres y los hombres, en sus estrategias de resistencia y construcción de alternativas para rescatar al campo mexicano, emprenden una batalla conjunta con propósitos y aspiraciones comunes. Sin embargo, las organizaciones campesinas –mixtas, de hombres y de mujeres– deben diseñar estrategias que combatan explícitamente las desigualdades de género y eviten la yuxtaposición de una forma de desigualdad sobre otras. Hay que recordar que difícilmente se encontrará en nuestro país a una persona con mayores desventajas que una mujer que viva en una zona rural, sea pobre e indígena. La lucha por el agua y la tierra tiene también cara y cuerpo de mujer. Este articulo está basado en la información sistematizada en La Agenda Azul de las Mujeres, publicada por la Red de Género y Medio Ambiente y otros trabajos realizados por Mujer y Medio Ambiente, AC www.comda.org.mx
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