11 de diciembre de 2008     Número 15

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Lourdes E. Rudiño

Campesinas: el Agro Profundo

Apenas cubierto por una camiseta que le queda grande, el chamaco sale corriendo a todo lo que dan sus dos años escasos, tropieza, vuela casi un metro y se estampa estrepitosamente contra el piso de tierra. En la asamblea nocturna se hace un silencio expectante. Desde la esquina iluminada por el mechero los hombres miran al caído, en un rincón algo más oscuro las mujeres interrumpen sus cuchicheos en tzeltal y voltean en la misma dirección, el resto de los niños suspende el bullicioso revoloteo que había acompañado el debate. Los fuereños, un hermano jesuita habilitado de agrónomo y yo, miramos alternadamente al chamaco y a los adultos. También callado, el pequeño caído observa con desconfianza a su alrededor sin saber si debe incorporarse como si nada o puede soltar el llanto. En medio del silencio, el polvo levantado por el azotón comienza a asentarse. El pequeño yacente me queda a un paso y podría alzarlo, no lo hago para no invadir las que supongo atribuciones de sus padres, o quizá de su madre. Pero salvo las palomillas y mariposas nocturnas nadie se mueve. Por fin, del grupo infantil se desprende una pequeña figura: una niña de seis o siete años que alza al caído, le limpia los mocos y se lo lleva de regreso al rincón de las infanterías. Tras el brevísimo ejemplo de dramaturgia social protagonizado por el del tropezón, su hermanita y los espectadores, la asamblea se reanuda como si nada.

Las mujeres rurales se imponen desde pequeñas a ser mujeres y una de sus responsabilidades es cuidar de los hermanos menores. No es la única. La vida en el campo es trabajosa para todos, pero en el reparto de tareas a ellas se les sirve con la cuchara grande. Y así como hay asuntos de mujeres, hay asuntos de hombres, funciones que son exclusivas de los varones. En el campo, como en la ciudad, la relación entre los géneros es dispareja.

Las cosas están cambiando. Las jornaleras rurales son cada vez más numerosas, con la migración prolongada son muchas las que en ausencia de sus maridos se encargan de los cultivos, y en los últimos años la migración femenina ha crecido más rápido que la masculina. Hay mujeres titulares de derechos agrarios, hay voces femeninas en las asambleas ejidales y comunales, hay socias y no sólo socios en las organizaciones rurales, hay técnicas que se desempeñan en las empresas asociativas, hay líderes campesinas y dirigentes indígenas, hay regidoras y alcaldesas, hay comandantas. En los programas públicos se manejan cuotas de género y ciertos proyectos son exclusivamente para ellas.

Las rústicas se salieron del huacal para colarse en espacios antes netamente masculinos. En el campo, ellas ya se ponen jeans… en cambio ellos no usan “naguas”. O sea, que la mujer hace trabajos “de hombre” pero en lo fundamental sigue a cargo de los “de mujer”. Doble o triple jornada, pues. Y es que hoy las campesinas tienen atribuciones inéditas, sin duda, pero no por ello se emanciparon del fogón. Jornaleras, migrantes, empresarias sociales, activistas o con jerarquía en ejércitos libertarios, las mujeres rurales siguen siendo titulares del hogar, responsables de las labores domésticas, que en el campo son más extensas e intensas que en las ciudades porque incluyen buena parte de la producción de autoabasto. De antiguo les encargaron preservar el fuego y desde entonces su vida gira en torno al focaris, al hogar.

Esa responsabilidad ha sido una carga injusta y en cierto modo una maldición, pero al desempeñarla con enjundia las mujeres han hecho aportaciones civilizatorias fundamentales. No es exagerado decir que en la presente crisis sistémica la porción femenina de las estrategias campesinas de sobrevivencia constituye un paradigma alterno digno de la mayor consideración. Y es que la vuelta a una economía doméstica sustentable es, de algún modo, un triunfo cultural de la mujer campesina que desde su traspatio o su solar mantuvo la lógica de la diversificación y el autoabasto, mientras que los varones entraban hipnotizados en la carrera del monocultivo intensivo en agroquímicos y netamente mercantil.

“No hay que buscarle pencas al quiote ni dejar el maíz por los olotes, viejo”, le dice la doña refranera a su agobiado señor que no le halla la punta al mecate porque sembró picante con mucho gasto y a la mera hora la cosecha no tuvo precio. “Eso te pasa por cavar hoyos donde hay tuzas. Date de santos que yo hice poquita milpa y con las hortalizas y los animalitos del solar nos la iremos pasando”. Y ni la burla perdona: “¿Quién te manda, zopilote, haberte echado a volar, cuando te podías estar en tu casa metidote?”

Porque sucede que cuando los hombres que lo apostaron todo al café, a la caña, a la copra... y regresan a casa derrotados por los demonios del mercado, encuentran que aun en la desgracia hay algo que comer, porque las mujeres no dejaron caer por completo la huerta, la hortaliza, las gallinas, los guajolotes, los puercos, las plantas de recolección...

El agro profundo tiene aires de mujer. No es determinismo biológico, es que por razones culturales la nuez de la economía campesina quedó a cargo de ellas. Sumergida en el sistema capitalista y acosada por los intercambios inicuos, la unidad de producción doméstica camina, por lo general, con dos piernas: una de sus estrategias es extrovertida, comercial, especializada, riesgosa; la otra es introvertida, de autoconsumo, diversificada, segura. Abordaje dual que a su vez define dos vías del hacer y del saber: por un lado el pensamiento abstracto y cuantitativo, por el otro la ciencia de lo concreto y lo cualitativo. Una aproximación es simplificadora, instrumental, homogénea; la otra es intuitiva, holista, heterogénea. La primera es masculina, remite al orden económico dominante y tiene por referencia al futuro; la segunda es femenina, hunde su raíz en el sustrato profundo de nuestra civilización y se acoge al pasado para dotar al mundo de significado. Con una cara los campesinos avizoran el porvenir y sus promesas, con la otra miran al ayer en busca de seguridad y razón de ser. Como los de Jano, los dos rostros rústicos son complementarios. Pero no se dirigen a oriente y poniente, como los del dios de la mitología romana, sino a los tiempos pretéritos y los tiempos por venir, porque sin permanencia no hay cambio y sin firmes referentes en el pasado la marcha al futuro carece de rumbo y la historia deviene puro carrereo, simple prisa, pues.

La estrategia introvertida que he llamado femenina, pues sigue el patrón del traspatio o del solar, es sin duda más segura y también sustentable en lo ambiental, pero por sí misma no es económicamente sostenible pues –dado que siempre hay necesidades mercantiles– el puro autoabasto no garantiza la viabilidad reproductiva de la familia. En cambio, la estrategia extrovertida que he llamado masculina, pues adopta el patrón de la huerta o parcela comerciales, supone riesgos mayores y puede tener impactos ambientales negativos, pero si todo sale bien garantiza cierta solvencia económica.

La enseñanza es –como siempre– una paradoja, un oximoron: lo local y lo global, lo introvertido y lo extrovertido, el autoabasto y la producción mercantil, la parcela y el solar, lo femenino y lo masculino no son opciones contrapuestas y excluyentes, sino estrategias complementarias, el anverso y el reverso del otromundismo rústico, la pierna izquierda y la pierna derecha del caminante rural.

Pero, siendo complementarias las estrategias, en el momento actual la salida a la crisis que nos agobia está principalmente en el paradigma femenino. Porque en el mundo del gran dinero el futuro ha sido secuestrado por el capital y en el espejismo de “progreso” que ofertan sus corifeos no hay espacio para los campesinos (en realidad no hay espacio para nadie). Entonces el agro profundo tiene que romper con el porvenir fetichizado del imaginario mercantilista y asentarse firmemente en el pasado para desde ahí emprender, junto con los no campesinos, la tarea de imaginar un futuro propio: un mundo en el que realmente quepan muchos mundos. Y en esta labor de prospectiva utópica el mirador de las doñas rurales es privilegiado.

Armando Bartra