Usted está aquí: martes 9 de diciembre de 2008 Cultura Alegoría profunda de la fraternidad y la amistad, en Valencia

■ Se estrenó Ifigenia en Táuride, de Gluck

Alegoría profunda de la fraternidad y la amistad, en Valencia

■ Violeta Urmana y Plácido Domingo, en el elenco

Armando G. Tejeda (Corresponsal)

Ampliar la imagen El tenor Plácido Domingo interpretó el papel de Orestes en la ópera que se presentó en Valencia, producida por el Metropolitan de Nueva York El tenor Plácido Domingo interpretó el papel de Orestes en la ópera que se presentó en Valencia, producida por el Metropolitan de Nueva York Foto: Cortesía Palau de las Arts Reina Sofía

Valencia. Ifigenia en Táuride, del compositor barroco alemán Christoph Willibald Gluck, es una ópera que recurre a la mitología griega para, como hizo el autor con sus otras composiciones, “refundar” el género con nuevas preocupaciones y, sobre todo, con otra estética.

El Palau de las Arts Reina Sofía estrenó por primera vez esta peculiar obra, en la que contó con dos cantantes de excepción: en el papel de Orestes, el consagrado tenor español Plácido Domingo, y Violeta Urmana, quien interpretó de forma magistral a la protagonista.

El empeño de los responsables del Palau de las Arts por dotar de calidad musical y construir un programa que interese tanto por las figuras que participan como por las obras que interpreten los han llevado a arriesgar en las óperas que ponen en cartel.

Después de la tetralogía de Richard Wagner, de producción propia, ahora el centro de la ópera en Valencia optó por recuperar una pieza del barroco, muy poco frecuentado por los teatros españoles y europeos, que expone con su peculiar belleza y cadencia todas las virtudes de una época florida para el arte musical.

Ifigenia es la hija sacrificada de Agamenón que vive en el reino de Táuride, gracias a la intermediación de la diosa Diana, en una especie de cueva donde se entrega a la devoción de los dioses y al estudio de los elementos metafísicos que la han convertido en una especie de sacerdotisa.

La llegada de Orestes y su inseparable amigo, Pylade, altera la vida del pueblo de Táuride: su rey Thoas, obcecado con unas pesadillas que le advierten de malos tiempos, decide que el remedio para aliviar la furia de los dioses es sacrificar a los dos extranjeros que llegaron a sus costas. La trama discurre en el calabozo del fortín de Ifigenia, donde se suceden las tramas y los hallazgos: descubre que Orestes es su hermano, que él mismo debió matar a su madre después de presenciar cómo ella a su vez asesinaba a su padre y al rey de Grecia con una daga.

Alegoría de la fraternidad

La obra de Gluck elige hacer una alegoría profunda de la fraternidad y la amistad, alejándose así de los recursos estilísticos, musicales y temáticos de la ópera de su época, dominada por composiciones de corte y en las que siempre había una trama relacionada con el amor, la muerte o el poder. Ifigenia en Táuride fue escrita en 1779 y con ella culminó la reforma que Gluck hizo a la ópera, que comenzó con su obra más reconocida: Orfeo y Eurídice.

En esta ocasión, el Palau de las Arts recurrió a una producción del Metropolitan de Nueva York –es la primera vez que se representó en Valencia–, que en un escenario único, pero de enorme profundidad y con recursos sorprendentes para el espectador, hizo cobrar vida con verosimilitud y emoción la trama de Ifigenia.

A pesar de compartir cartel con Plácido Domingo, la soprano Violeta Urmana fue la gran triunfadora del estreno. Su voz, más dramática que lírica y con la fuerza que exigía el torrente emocional de la obra, dotó de una interpretación muy personal a su personaje.

Plácido Domingo arrancó varios aplausos, sobre todo cuando cantó los dúos con su amigo Pylade –auténticas odas a la amistad– y con su hermana Ifigenia. El popular tenor ya había anunciado hace tiempo que al final de su carrera –tiene 67 años– cambiaría de cuerda para cantar papeles de barítono, además de buscar siempre aportar algo nuevo al repertorio operístico, más allá de las populares obras de Mozart, Wagner o Verdi.

La dirección musical corrió a cargo de Patrick Fournillier, quien llevó con autoridad y precisión a la cada día mejor Orquesta del Palau de las Arts, magistralmente acompañada por los coros de la Generalitat y de Cambra Amaltea.

 
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