Usted está aquí: jueves 4 de diciembre de 2008 Opinión La masacre de Bombay

Margo Glantz

La masacre de Bombay

Azorada, como todos los que hemos visto las noticias de las masacres cometidas por terroristas islámicos –¿de la India, de Pakistán? ¿organizaciones de ambos países?– en Bombay, hoy Mumbai, recuerdo, conmocionada, que estuve allí escasamente hace algunas semanas, comiendo con Armando García Torres, Francisco Hernández y Leticia, de regreso de nuestro viaje a la isla de Elefanta, en el lujoso restaurante del hotel Taj Majal, hoy a medias destruido y escenario de sangrientos combates.

Y me estremezco.

Me estremezco aún más cuando recuerdo mi tránsito por varias estaciones ferroviarias en la India. Una de las que más me conmovieron, aparte de la de Agra en 2004, fue la de Bharatpur, cerca de un santuario de pájaros donde habitan muy diversas especies que los viajeros retratan con fruición y donde en un confín extremo puede verse un tablero de madera que registra el número exacto de aves que diversos marahajás, algunos príncipes de Gales anteriores al actual, muchos duques y virreyes ingleses, ciertos soberanos alemanes o autriacos mataron de una sola sentada antes de que la India dejase de ser la joya más preciada de la corona británica; distintas especies, algunas quizá extintas, ahora reciben sólo y afortunadamente el disparo del obturador de las cámaras digitales de los múltiples turistas que se regocijan al contemplar el vuelo y el reposo de las aves.

La estación de Bharatpur sirve a un pequeño pueblo (para los parámetros de la India) de 700 mil habitantes; por allí circulan multitudes de todas las religiones, de todos los atuendos, deslumbrantes o desgarrados, y de colores luminosos; también pueden verse pasajeros acuclillados como monos en los andenes y, a otros que han hecho de la estación su lugar de residencia, acostados sobre el suelo, descansados o durmiendo y a su alrededor, jugando, varios niños vigilados por mujeres en harapos; en las múltiples e inhóspitas escaleras de todas las estaciones indias pueden siempre verse hombres delgadísimos y famélicos que sobre sus cabezas cargan tres o cuatro maletas desmesuradas.

A Bharatpur llegamos como a las nueve de la mañana, después de recorrer en rikshó los distintos senderos que permiten admirar las aves, pavorreales, animales sagrados, algunos venados y todo tipo de águilas, halcones, pájaros de gran o pequeño tamaño.

Literalmente, ríos de personas nos impidieron el paso. Estuvimos esperando cerca de 20 minutos antes de poder atravesar la estación y abordar nuestro tren que se dirigía a Agra.

¿Cómo calcular entonces la multitud de personas que deambulan, se acuclillan, se sientan o duermen en una estación tan frecuentada como la de Bombay, capital financiera de la India, como no se cansan de pregonar todos los periodistas de los diarios, la radio y la televisión de todo el mundo? Pienso, lo reitero: hacer estallar granadas y bombas en un sitio como éste o en cualquier estación india es tan criminal como hacer estallar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

¿Y que significaría dentro de esta jerarquía natural de la destrucción escoger para cometer sus tropelías un hospital donde se albergan niños y mujeres segregados de esa manera por la discriminación flagrante de que ha adolecido siempre ese país? Me viene a la mente un recuerdo más amable, el de un hospital de pájaros jainita establecido en la vieja Delhi. Allí se rescatan amorosamente los pájaros heridos, se les coloca en lugares adecuados según el grado de su dolencia y, cuando alcanzan la recuperación, los sitúan en una alta torre desde donde, una vez totalmente curados, pueden emprender el vuelo.

Mientras escribo esta crónica, se oyen los tiroteos y se ven los incendios; también se escuchan los relatos aterrorizados de los sobrevivientes, se advierte la parálisis de la ciudad, donde tan maravillosamente fuimos recibidos por poetas y novelistas indios gracias a la Academia de las Artes y donde un médico-poeta del sur del país me preguntó, sonriente: ¿por qué en México son ustedes tan violentos?

 
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