Usted está aquí: domingo 30 de noviembre de 2008 Sociedad y Justicia México, en la mira del periodista alemán Günther Wallraff

■ Proyecta involucrarse en la defensa del gremio, acorralado por el crimen organizado

México, en la mira del periodista alemán Günther Wallraff

■ “Las historias deben tener impacto en la realidad, hay que provocar al enemigo”

Blanche Petrich y Alma Muñoz/II y última

Ampliar la imagen Günther Wallraff, al término de una entrevista con La Jornada el pasado viernes Günther Wallraff, al término de una entrevista con La Jornada el pasado viernes Foto: María Luisa Severiano

De la mejor tradición del periodismo germano, Günther Wallraff es, ante todo, un incansable narrador de historias. En un taller de periodismo ofrecido durante esta su primera visita a México, engarza una tras otra sus acciones como periodista encubierto. Esta es una de las más increíbles.

Se la debe, dice, a un pastor alemán. Data de los días posteriores a la revolución de los claveles (1975), en Portugal. Había escuchado que un grupo de militares del viejo régimen organizaba una contrarrevolución en el norte del país. Y hacia allá se fue con una amiga. Entraron a un bar donde se reunían los fascistas. En la barra había un hombre con un perro echado a sus pies. La amiga se acercó a hacerle plática al dueño del can, quien resultó ser un activista de la ultraderecha. Ellos se presentaron como partidarios del bávaro Franz Josef Strauss, sin saber que en esos días el viejo partido nazi alemán apoyaba la conspiración contra la revolución portuguesa. El activista contrarrevolucionario se tragó el embuste y se abrió. Con él viajaron a las montañas del norte y visitaron los campamentos de conspiradores.

Ya de regreso a Alemania, Wallraff recibió una llamada inesperada. Su “contacto” portugués le anunció la llegada del “general Walter”. A toda prisa, el reportero indeseable armó su “grupo de ultraderecha” con un conjunto de amigos. Cuando fueron al aeropuerto a recibir al conspirador portugués, su sorpresa fue mayúscula: el tal “Walter” era nada menos que el general António de Spínola, alto militar de la dictadura salazarista. Iba a Alemania a comprar armas para la sublevación. Durante las falsas negociaciones que escenificaron Wallraff y sus amigos, obtuvieron una detallada lista de objetivos terroristas, participantes en el complot y, efectivamente, la confirmación de la participación de Strauss en el plan. El libro La revelación de la conspiración portuguesa fue un escándalo político mayor. El primer ministro Willy Brandt responsabilizó a Strauss. Suiza encarceló a De Spínola, y Wallraff sumó un bestseller más a su lista en 1976.

“Subgénero literario”

En la clasificación de los germanos, los géneros literarios no se dividen en textos de ficción o no. Catalogan lo que llaman “alta literatura” y “subgéneros literarios”. Y el trabajo documental de Wallraff lo ubican en este último.

“Sí –dice el periodista indeseable–, vengo de la tradición narrativa germana. Más allá de wallraffear (personificación, enmascaramiento o encubrimiento para penetrar en ámbitos hostiles), lo que me importa es contar historias. Al sentarme a escribir, mi desafío es dominar el arte de la acción. Tengo que ser un investigador riguroso, reunir datos y pruebas documentales de todo lo que quiero denunciar y sacar a la luz. Es indispensable, porque sé que después tendré que enfrentarme ante los tribunales a mis acusadores, quienes tratan de desmentirme y destruirme. Pero la documentación rigurosa no impide que vuelque mis sentimientos, emociones y opiniones en los escritos. Y cuando termino, no me lavo las manos y me voy. Me quedo a ver qué pasa.”

Sigue –explica– un precepto de Bertold Brecht; “las historias deben tener impacto en la realidad. Es como jugar ajedrez: hay que provocar al enemigo, obligar al malvado a salir de su madriguera para exponerlo. La diferencia es que esto es mucho más que un juego. Hay consecuencias y costos que pagar”.

En su caso, el costo son las múltiples demandas penales y las campañas de linchamiento que ha tenido que enfrentar. A menudo la prensa comercial ha colaborado alegremente en la difamación del autor. Como el titular que publicaron los periódicos de la editora Axel Springler –su archienemiga– en 2003: “Wallraff colaboró con la Stasi”, la policía secreta del régimen comunista de la Alemania Democrática (RDA). Se trataba de expedientes desclasificados que, antes de ser entregados al comunicador afectado o a las autoridades correspondientes, fueron filtrados a la prensa. Wallraff tuvo que librar una larga batalla legal para obtener copias de los expedientes para elaborar su defensa.

Finalmente pudo demostrar ante los jueces que nunca colaboró con ese aparato represivo, sino que, por el contrario, había intentado investigar del otro lado del muro los archivos que contenían pruebas sobre políticos nazis con cargos políticos en la República Federal Alemana y la situación de los presos políticos en la RDA, por lo que él había sido víctima de espionaje y censura.

Todo ello sin dejar de reconocer que considera vivo y vigente el pensamiento de Karl Marx, aun a la luz del mundo actual. “Leí su obra muy joven y creo que sus análisis son muy lúcidos, aunque no comparto sus profecías por esquemáticas. Me alejé de las modas de los izquierdistas de mi generación y siempre he pensado que si Marx viviera, hubiera condenado las atrocidades que se cometieron en su nombre.”

En otra época se sintió más cerca de la socialdemocracia alemana. “Porque Willy Brandt fue un político excepcional; ningún otro gobernante ha estado a su altura. Lamentablemente, el Partido Social Demócrata cortó las raíces de esa tradición. Basta ver lo que hoy día es Gerhard Schroeder, el ex primer ministro, ¡socio de Vladimir Putin en la empresa de Gazprom! ¿Medio raro, no?”

El siquiátrico desde adentro

Un día, una mujer llama a la policía para denunciar que su marido, un alcohólico violento, la va a agredir, y pide que el hombre sea encerrado. Al poco tiempo llega la ambulancia y se lo lleva al hospital siquiátrico. El paciente es Wallraff, quien desea conocer la dura realidad de los manicomios desde adentro. La mujer, su esposa, cómplice en la nueva “acción” wallraffeana.

Nunca imaginó qué tan dura sería su vida en los meses siguientes, evitando tomar los sedantes, compartiendo la sordidez con todo tipo de enfermos mentales –graves y no tanto– en manos de médicos insensibles y enfermeros sin capacitación. Fue tan intensa la experiencia, que el reportero cayó en una fase depresiva real. Cuando su esposa lo quiso rescatar ya no lo dejaban partir, pues en efecto había enfermado.

Hoy Wallraff se ríe: “recomendaría a quien quisiera hacer algo parecido que antes vaya a firmar un acta ante notario que certifique que está sano”.

Wallraff ha sido monje en un convento de Baviera, alcohólico en un siquiátrico, inmigrante del sur en el norte racista, traficante de indocumentados, fabricante de armas, peregrino en Nicaragua, preso político en Grecia, obrero en media docena de fábricas, portero y chofer. No ha conseguido todo lo que ha deseado. Quiso ser negro en Soweto, pero fue disuadido. Quiso entrar al partido nazi, pero fue rechazado. Lo descubrieron antes de tiempo. También se quiso emplear en la IBM. No lo aceptaron. Hoy, a sus 66 años, sigue probándose disfraces, realizando deportes extremos, defendiendo siempre a los más débiles, alérgico a la high society. Ahora tiene a México en la mira. Quiere involucrarse en la protección del gremio, acorralado por las guerras del crimen organizado.

Porque Wallraff cree a pie juntillas en un dicho de Bertold Brecht: “el crimen tiene nombre y dirección”.

 
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