Usted está aquí: viernes 28 de noviembre de 2008 Opinión Irracionalidad y pulsión de muerte

José Cueli

Irracionalidad y pulsión de muerte

Inmersos hasta el cuello en la fatídica e irracional crisis económica mundial, nos encontramos en medio de un enloquecedor bombardeo de noticias. Entre tanto desorden, información va e información viene. Apabullado no sólo el cerebro sino también el espíritu escuchamos cotidianamente cifras de miles de millones de dólares y de euros para rescatar bancos y empresas. Al final, agotados, intentamos reflexionar al respecto y lo único que prevalece es un pensamiento caótico. Todo se torna irracional y, por tanto, indigerible.

Lo irracional, según el diccionario de la Real Academia Española, se define como lo carente de razón, lo opuesto a ello. Aquello que no tiene base ni fundamento ni lógica alguna. Mientras que la razón representa la facultad de discurrir, el acto de discurrir el entendimiento, el orden y el método en una cosa, justicia y rectitud en las operaciones, o derecho para ejecutarlas. Política y regla con que se dirigen y gobiernan las cosas pertenecientes al interés y utilidad de la república, etcétera.

Las definiciones son claras y precisas. Sus límites lo son también. Con apego al lenguaje y a los actos que de él emanan, se hace evidente que el grave conflicto económico actual obedece más a la irracionalidad que a la razón y la justicia. Perder la razón es caer en la locura, en la pérdida del principio de realidad y del juicio crítico, de la capacidad de discernimiento y de autocrítica.

Debemos también resaltar que la locura tiene gradaciones, matices y variantes. Sin embargo, hay algo en la descripción de los fenómenos síquicos y la conducta humana que ante el caos y la destructividad tiene, gracias a Freud, un nombre claro e inequívoco: la pulsión de muerte, la cual va de la mano de la compulsión a la repetición.

Dicho concepto fue introducido por Freud en el texto Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips) 1920, el cual se verá reafirmado hasta el final de su obra y será constatado en la clínica sicoanalítica cotidiana, así como en los fenómenos sociales que se caracterizan principalmente por la destructividad.

Para Feud, dicha pulsión representa la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico. Aquí surge una pregunta por demás pertinente: ¿qué condujo a Freud a tales conclusiones? Entre otras consideraciones, quizá la fundamental fue la de los fenómenos de repetición (compulsión a la repetición) “que difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una satisfacción libidinal o una simple tentativa de dominar las experiencias displacenteras, Freud ve en ello la marca de lo ‘demoniaco’, de una fuerza irrepresible, independiente del principio de placer y capaz de oponerse a éste. Partiendo de este concepto, Freud va a parar a la idea de un carácter regresivo de la pulsión, idea que, seguida sistemáticamente, lo conduce a ver en la pulsión de muerte la pulsión por excelencia” (Laplanche y Pontalis).

Estas consideraciones deberían ser repensadas en circunstancias tan graves como las que estamos atravesando. La pulsión de muerte, inherente al ser humano, es irrefrenable en algunos sujetos que terminan por victimizar a sus semejantes sin miramiento alguno.

La irreductible avaricia de unos cuantos está desembocando en la desgracia de millones de individuos a lo ancho y largo del planeta. Un buen ejemplo de lo arriba mencionado podría ilustrarse de la siguiente manera: en días pasados se asignaron 800 mil millones de dólares para el rescate de una agrupación bancaria, mientras que una cifra irrisoria comparada con la anterior serviría para salvar a 2 millones de niños africanos que pueden morir de hambre en el lapso de un año. Éste es un claro ejemplo (entre muchos otros) de irracionalidad y pulsión de muerte.

 
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