Usted está aquí: jueves 27 de noviembre de 2008 Opinión Brooklyn boy

Olga Harmony

Brooklyn boy

Del exitoso escritor estadunidense Donald Margulies –ganador en 2000 de un premio Pulitzer– no tenemos mayor noticia en México. Iona Weissberg tradujo su comedia Brooklyn boy y ahora la estrena bajo los auspicios del INBA, el Centro Comunitario Nidlei Israel, la Comunidad Ashkenazi de México y la Compañía de Teatro Comenzamos. Aunque en general no estoy de acuerdo con que a grupos de aficionados se les otorgue un espacio profesional, la demostrada solvencia de la traductora y directora y la creencia –porque la Compañía Comenzamos cobra entrada y vende funciones– de que se trataba de un grupo semiprofesional, además de conocer un texto de un dramaturgo muy considerado, me llevó a asistir a una función de la obra. Pero ser profesional no consiste en abrir taquilla, sino un compromiso real con el teatro y, aunque el grupo es muy representativo de la comunidad judía mexicana y ha dado varias funciones en diferentes espacios, no pasa de ser una agrupación de aficionados sin estudios reales de arte dramático. A eso se suma que en la función a la que fui el público era perteneciente a esa clase media alta que por pagar boleto cree que al asistir al teatro, más por deber social que por gusto, puede llegar tarde taconeando, usar sus celulares a diestro y siniestro y faltar al respeto a quien se halle en escena, por lo que, a pesar de la mano de Weissberg, nunca se dio el fenómeno teatral entendido como la relación del escenario y el patio de butacas.

La comedia de Margulies carece de la acidez con que algunos autores judíoestadunidenses –pienso en Philip Roth o Woody Allen– observan a su comunidad y el complaciente final, pleno de un sentimentalismo muy poco grato,lo abarata bastante. Eric Weiss, el protagonista, es un escritor cuya novela autobiográfica Brooklyn boy lo ha llevado a figurar en la lista de best sellers y tiene encuentros con diferentes personajes: el padre moribundo, el ortodoxo amigo de la infancia, la ex esposa y otros, sin que se sienta, a pesar de su escrito autobiográfico –que ha de estar a años luz en cuanto a tiempo y calidad de la cálida autobiografía de Arthur Miller– plenamente identificado con la comunidad judía. Los encuentros con su padre, su ex esposa y la estudiante de UCLA que lleva a su hotel pueden ser de alguien no judío, incluso la tibia defensa que hace de la identidad del personaje de su novela a punto de ser llevada al cine, modificada por la productora y el arrogante actor, lo aparta de toda identificación con el judaísmo.

Este es el meollo del conflicto que no aparece hasta el final, lo que es ser o no ser judío, que a un público que no lo es puede dejar indiferente, aunque muchos que no lo somos nos lo hayamos preguntado alguna vez en nuestro trato, a veces amistad, con miembros de esa comunidad que son poco ortodoxos pero que, en muchos casos, siguen la tradición y en otros se apartan por completo de ella. Es un problema de identidad con las raíces y la historia de su pueblo que comprendemos aunque no compartamos y a cuya ambigüedad están ajenos los practicantes ortodoxos.

En una escenografía muy escueta debida a Mario Marín del Río, que con cambios de lugar del mobiliario o añadidos de otros nos ofrece todos los espacios requeridos, y con la iluminación de Pamela Vidal y David Lombroso, la directora mueve a sus actores que ejecutan también los cambios, en la primera ocasión como paramédicos tras la escena en el hospital, lo que es un acierto de Weissberg. Algunos detalles, como el cojín bajado al piso según el duelo judío, son un franco guiño al público de esa comunidad, difícil de interpretar para quien no lo sea aunque conozcamos el uso del kipah.

Como en todo elenco la calidad es dispar, aquí más notoria por tratarse de amateurs. El mejor, Jaime Levy, como el padre, con buena dicción aunque sin introyectar a su personaje protagónico Eric Weiss; bien a secas, Allan Smolensky como Ira y Daniel Shimanovich como Tyler Shaw. En cambio, mala dicción de Rina Rajlevsky como Nina y muy sobreactuada como Melanie Fine, mientras que Sharon Speckman aparece con nulas cualidades de actriz.

 
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