Usted está aquí: martes 25 de noviembre de 2008 Opinión Cambio ubicuo

José Blanco

Cambio ubicuo

Lampedusa ha sido con frecuencia mal leído. Una de las citas citables más citadas de todos los tiempos, escrita por el novelista italiano entre 1954 y 1957 (El gatopardo), contiene una aparente contradicción: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie… ¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado...; una de esas batallas que se libran para que todo siga como está”. Desde entonces cientistas sociales de todos colores llaman gatopardista al político reformista o al revolucionario que cede o reforma algo para que nada cambie realmente.

El gatopardismo se nos presenta como una engañifa. No hay tal; el cambio es ubicuo y real. El asunto es saber qué cambió y en qué sentido decimos que las cosas son las mismas. No se trata de un engaño. El cambio es efectivo; sólo en un plano abstracto están las continuidades.

Con su estilo gozosamente dialéctico, Octavio Paz escribió: “la fijeza es siempre momentánea”. ¿Cómo puede ser algo fijo, si es momentáneamente fijo? No hay nada extraño; lo que es, está cambiando continuamente. Esta mirada sintetiza una idea que está en el núcleo del pensamiento de Marx. El cambio es ubicuo en el mundo. Ahora una fila interminable de neoliberales se nos volvieron keynesianos (algunos vecinos zafios dicen que “socialistas”), aunque no estarían dispuestos a aceptarlo. ¿Son gatopardistas? Sí, van a hacer un cambio real en la relación entre el Estado y la economía capitalista, para conservar un capitalismo otro. Tardarán, eso sí; quizá tengan que vivir antes un cataclismo económico.

El punto de fondo está en el modo de articulación entre el poder político institucionalizado y el poder económico-financiero de los mercados, los dos grandes protagonistas de la sociedad capitalista. El déjà vu histórico que tenemos frente a nosotros es una paramnesia que describe algo incipientemente nuevo, que ya conocíamos: las grandes crisis capitalistas.

Laissez faire o intervencionismo de Estado son parte de la historia capitalista. Esta vez el Estado ausente duró muy poco. Cuando los neoliberales creían que la historia había terminado y que ellos habían alcanzado la eternidad, falleció.

Tras la crisis de 1929 el poder político sin rubor alguno se volvió keynesiano e intervencionista para buscar salvar el sistema económico. ¿El liberalismo económico decimonónico es lo mismo que el Estado keynesiano de bienestar? Hay mil años de diferencia y de avance civilizatorio entre uno y otro. En los países desarrollados, comenzando con Estados Unidos, apareció el consumo de masas, la educación, grandes oportunidades para el Prometeo del siglo XXI, el self made man típico de la cultura estadunidense. El Estado de bienestar europeo fue la gran avanzada civilizatoria. Estos inmensos cambios sociales involucraban, sin embargo, la misma relación capital-trabajo, siempre que ubiquemos esta relación en un plano abstracto, despojado de todas las condiciones civilizadas de buena parte de la segunda mitad del siglo XX.

El viraje desde el Estado ausente, desde el neoliberalismo depredador actual, al Estado repentinamente interventor, aún tiene mucho camino por andar, porque sólo ha comenzado a recoger algo de un tiradero que continuará. Sarkozy habla de una refundación del capitalismo; nada menos. Bush desfallece al oír semejante herejía y lanza un lamentoso y apagado grito a favor del libre comercio ante altos ejecutivos y empresarios de países miembros del foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) celebrado en Lima. Ruega contra la tentación de una regulación excesiva para hacer frente a la crisis; dice que “es esencial que los gobiernos resistan la tentación de reaccionar de modo desmesurado e imponer regulaciones que ahoguen el crecimiento económico”.

Vea usted que el adocenado del norte no está en contra de la intervención, sino de que, por favor, no vaya a ser desmesurada.

El capitalismo no va a morir víctima de sus propias tendencias inmanentes, que lo único que producen son crisis recurrentes, espantosas crudas después de una intoxicación de boato, desperdicio, destrucción del mundo natural, excesos etílicos del sistema que no para de embriagarse de riqueza en medio de la indigencia sin medida de la gran mayoría de los seres humanos que pueblan este desvencijado planeta ahíto de desmesuras tecnológicas y de consumos compulsivos sin freno de los millonarios. El capitalismo no morirá de economía.

Está muriendo, sí, su actual sistema financiero, por la básica falsedad de su sustancia, por insustancial. Capital ficticio lo llamó Marx. Nunca lo fue tanto como en los últimos 30 años. Una gigantesca bola de humo inventada por lo banqueros a base de lo que pomposamente se llamó mercado de derivados. Dijo Stiglitz: “¡qué tontos europeos, que compraron los paquetes de basura que les vendieron los estadunidenses!”

Una página negra de esta historia se escribió cuando en 1999 se aprobó la Ley de Servicios Financieros y se desactivaron los contrafuegos introducidos tras la gran depresión a través de la Ley Glass-Stegal de 1933, barreras que básicamente impedían que se diera una capilaridad operativa entre la banca de inversión y la banca comercial. Ahí empezó la podredumbre financiera.

Volveremos a la economía real un día de éstos. El capitalismo será reformado, y el sistema financiero, regulado. Pero la libertad de mercado tendrá que ubicarse después de cubierto un piso mínimo de bienestar, de salud, de educación y de vivienda para todos los terrícolas.

 
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