Usted está aquí: lunes 24 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Liverpool

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta del argentino Lisandro Alonso Fotograma de la cinta del argentino Lisandro Alonso Foto: tomada de Internet

En su recta final, la 50 Muestra Internacional de Cine parece haber marcado su tónica dominante: un panorama muy concentrado de las tendencias del cine mundial contemporáneo, con énfasis en el relato minimalista, presente en varias de las cintas exhibidas.

Con Lake Tahoe, de Fernando Eimbcke, México no ha quedado fuera de esta manera de narrar historias (trama muy exigua, escenarios naturales, actores no profesionales, tomas muy largas, una cámara obstinadamente fija, y temáticas que privilegian la mirada interior y el registro de atmósferas y situaciones desoladoras, con un eventual toque de comedia, a menudo negra).

Algo similar puede decirse, con ligeras variantes, de otras cintas de la Muestra: Delta, del húngaro Kórnel Mundruczó; La soledad, del español Jaime Rosales; Tres monos, del turco Nuri Bilge Ceylan; En la ciudad de Sylvia, del catalán José Luis Guerin, y, naturalmente, Liverpool, del argentino Lisandro Alonso.

La presunción inicial de que la Muestra sería una simple reunión de prestrenos debe admitir al menos que algunas de estas cintas no tendrán exhibición comercial o permanencia significativa en la cartelera. Los festivales de cine, proveedores principales de la programación de este encuentro, privilegian un cine de autor cada vez más a contracorriente de las expectativas de un público atento a las fórmulas tradicionales de narración y entretenimiento.

Lisandro Alonso (La libertad, Los muertos, Fantasma) es un maestro de la ambientación y de la elipsis narrativa. La condición primera para disfrutar su obra es adentrarse en las atmósferas que con tanto poder sugestivo propone (una selva, una cárcel, un buque carguero, una calle desierta, un pueblo perdido), seguir los pasos de un protagonista continuamente errante, inexpresivo siempre, meticuloso en sus faenas laborales o de supervivencia silvestre, obsesionado por una búsqueda misteriosa, soportando el lastre de un pasado igualmente enigmático.

En Liverpool este esquema apenas cambia: Farrel (Juan Fernández) es un marinero taciturno, con permiso de dos días para visitar en Tierra del Fuego la población antártica de Ushuaia para buscar a su madre, de la que no tiene noticias desde hace muchos años.

La madre, muy enferma, tiene los días contados, y su única compañía es una joven que la atiende y de la que sabremos muy poco, excepto que su vida anímica también se apaga en medio de una rutina ingrata. El lugar nombrado por el título de la cinta tiene tanta relevancia aquí como el lago Tahoe en la cinta de Eimbecke, o el Japón en la película homónima de Carlos Reygadas; es decir, ninguna.

Y eso importa poco. En Liverpool la naturaleza, omnipresente, reduce a la trivialidad, cuando no a la insignificancia, los gestos y acciones voluntariosas de los personajes, de quienes se registran los esfuerzos, las búsquedas y el desgaste que concluye en la muerte, como una parte más de un ciclo natural capturado en su conjunto, y sólo como eso, sin mayores consecuencias. Este laconismo en el trazo inacabado de los personajes y en la descripción de sus rutinas, no permite otra cosa que un final abierto, con la posibilidad de iniciar un nuevo relato, plagado de misterios, en algún territorio ignoto.

En Liverpool Lisandro Alonso invita a esta travesía extraña, con originalidad y pulso seguro de artista, con la convicción también de no pisar terrenos demasiado transitados.

 
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