Usted está aquí: domingo 23 de noviembre de 2008 Opinión ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

■ Manolo Mejía, rencuentros

El domingo pasado, en la séptima corrida de la temporada 2008-2009 en la Plaza México, el matador Manolo Mejía realizó con Don Fer, de la ganadería de El Junco, una de las más importantes faenas izquierdistas que se hayan visto en ese coso. Fue premiado con dos orejas en tanto el público exigía el rabo, mientras que a los despojos del bravo toro sólo se les dio arrastre lento, cuando de sobra merecían la vuelta al ruedo.

No parece torero, simplemente lo es de la montera a los pies. Su carrera se ha caracterizado por los encuentros y los desencuentros, los grandes triunfos sucesivos y los prolongados lapsos de silencio, en que pareciera como si su sólida tauromaquia se hubiese apagado, sólo para resurgir con renovada madurez a la primera oportunidad.

Enfrentado a un racismo hipócrita y a un esteticismo frívolo, Mejía reconoce que le ha tocado vivir “una época en que ciertos sectores quieren ver sólo toreros guapos, mimbreños y barbilindos, por lo que si no se aproxima uno a ese estereotipo es descalificado”.

Si hubiese obtenido nada más un gran triunfo por temporada –comenta Mejía, quien al día siguiente de su gran tarde venía de entrenar– seguramente las cosas habrían ido mejor, pero ese año de 94 fue mi consagración y mi Waterloo. Primero le corté las orejas a un toro de Xajay el 13 de noviembre, a los 15 días realicé la faena de indulto a Zalamero, de Manolo Martínez, y el 11 de diciembre obtuve las orejas y el rabo de Desvelado, también de la ganadería del maestro.

Pero después, increíblemente vino una racha de mala administración, poca suerte en los sorteos así como las expectativas del público, que quería verme en el mismo plan todas las tardes con todos los toros. Para colmo, la enorme presión personal con la que yo salía al ruedo.

En la reciente, apoteósica faena a Don Fer, tras lancear con suavidad remataste con una bella y cadenciosa media verónica por el izquierdo. ¿Allí percibiste la faena que traía el toro?

–Así es, y después del puyazo confirmé el son de su embestida, por lo que me animé a banderillear en todos los terrenos. Tras dos trincherazos vi que su lado bueno definitivamente era el izquierdo ya que por el derecho transmitía menos. Y luego vino aquella sucesión de tandas por naturales de hasta seis o más pases, en las que destacaría colocación, distancia, temple, ligazón, pausas oportunas y un ritmo sostenido hasta el final. El brindis a mis hijos fue la reiteración de mi compromiso para hacer algo muy importante con ese toro.

¿Don Fer fue bravo o boyante?

–Fue muy bravo, pues transmitió hasta la última embestida. El toro boyante acomete con facilidad, no exige demasiado temple ni colocación, va disminuyendo su transmisión y acaba soseando. Don Fer me ayudó en la postrera embestida para realizar con limpieza la suerte suprema. Los toros que me han dado grandes triunfos han sido bravos, no sólo alegres o boyantes. Este gran toro de El Junco estaba tan entregado en la muleta, que sentí claramente cuando era el momento justo de concluir la faena y lo aproveché. Es un instante de inspiración y, a la vez, de dignificación de la bravura y de la profesión.

En efecto, Manolo Mejía ha culminado todas sus grandes faenas con soberbios volapiés o incluso con la desusada suerte de recibir, como fue con Desvelado. Una firme conciencia de la grandeza de lo que ha hecho le impide dudar o retrasar el momento, y menos especular con el juez y el público para inducir un eventual indulto. Con una salvedad: la enorme faena a Costurero, de Javier Garfias, no fue coronada al primer viaje, y aun así el público hizo dar a Mejía tres vueltas al ruedo aquel inolvidable jueves taurino la noche del 7 de octubre de 1993.

¿Planes?

–Torear en las principales plazas de la República. He recibido propuestas y supongo que los señores empresarios pueden modificar carteles y aprovechar el reciente campanazo de Manolo Mejía en la Plaza México. En España así lo hacen.

 
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