Usted está aquí: sábado 22 de noviembre de 2008 Política El muro y la inmigración

Thomas Wenski*

El muro y la inmigración

Conforme se desvanece de la vista la 110 Legislatura, que no haya aprobado la reforma migratoria permanece ahí para que todos lo constatemos. Tristemente, la reticencia del Congreso estadunidense a involucrarse en el asunto ha creado un vacío que ensancha el abismo político entre los estadunidenses y nos deja con una política nacional inconsistente, ineficaz y, en muchos casos, inhumana.

Que no se haya logrado una reforma legislativa migratoria integral en junio del año pasado, cuando el Congreso se agachó ante una minoría altisonante, desató un torrente de iniciativas diseñadas para mostrar al público que, cuando es necesario, el gobierno estadunidense puede poner en vigor una ley y resguardar nuestras fronteras nacionales. Realmente las redadas intermitentes en los centros laborales, el reclutamiento local para hacer cumplir la ley y el muro que corre por segmentos de nuestra frontera sur, entre otras políticas, no tienen mucho que ver con hacerle frente al desafío de una inmigración ilegal a nuestro país.

Las medidas más visibles han sido las redadas en los sitios de trabajo que se han emprendido en ciudades y poblados por toda la nación. Aunque estas acciones de ejercicio de la ley cubren la necesidad política y muestran la capacidad del gobierno de dar cumplimiento a las normas, tienen un efecto mínimo en reducir el número de trabajadores indocumentados.

Lo que han logrado es dislocar y perturbar las comunidades de inmigrantes y victimizar a los residentes permanentes y a los estadunidenses, incluidos los niños. La naturaleza arrasadora de estas redadas –que involucran a cientos de agentes armados– ha hecho difícil que quienes quedan arrestados tengan la garantía de un proceso debido básico, incluido el acceso a asesoría legal, además de que ha separado a muchas familias por tiempo indefinido.

El involucramiento de personal policiaco en el cumplimiento de las regulaciones migratorias –sobre todo en Arizona y otras partes del sur– ha dañado irreversiblemente casi toda la confianza entre los barrios de inmigrantes y los agentes de la ley en estas áreas, además de distraer a elementos policiacos locales de su tarea de aprehender criminales. Y el muro fronterizo y toda la acumulación de fuerza a lo largo de la frontera sur no han podido evitar que haya nuevas entradas y provoca que los migrantes no quieran abandonar Estados Unidos para ir a casa; casi la mitad se queda después de que caducó su visa.

Tal vez lo más dañino son los impactos adversos de largo plazo sobre las comunidades de inmigrantes. La emoción sobresaliente entre muchos inmigrantes es el miedo. No sólo temen los inmigrantes legales que algún ser querido sea llevado en una de las tantas redadas en los sitios laborales o en una “tocada en la puerta”; también temen que esté comprometido su propio futuro –y el de sus hijos– en Estados Unidos. Este no es el modo de promover la integración y una ciudadanía responsable.

Pese a que algunas organizaciones opuestas a la inmigración están encantadas con esto y confían en que dicha atmósfera provoque un éxodo masivo de migrantes –ilegales y legales–, seguramente se decepcionarán. No reconocen que 70 por ciento de los indocumentados vive en el país hace por lo menos cinco años y no tiene un hogar al cual retornar. Todos estos inmigrantes se identifican más como estadunidenses que como cualquier otra cosa y prefieren vivir aquí en las sombras que llevarse a sus niños (ciudadanos estadunidenses) de regreso a un lugar que ni conocen.

Quienes se oponen a la inmigración alegan que nuestra economía no necesita el trabajo de los inmigrantes, ni ahora ni en el futuro. De nuevo, se equivocan. En las siguientes semanas, no hay duda de que mucha de la reconstrucción necesaria tras los huracanes recientes la llevarán a cabo los inmigrantes, tengan estatus legal o no lo tengan.

En los años venideros, predice el Departamento del Trabajo estadunidense, pese a nuestra actual recesión económica, habrá una escasez de mano de obra no calificada en industrias importantes, y eso en el tan próximo 2010. Y conforme la generación conocida como baby boomers comience a jubilarse, hacia 2011, los inmigrantes los apoyarán al pagarle al sistema de seguridad social miles de millones de dólares.

La inmigración se ha vuelto, en la mente de más de unos cuantos de nuestro funcionarios, el nuevo “tercer carril” de la política estadunidense, como lo definió un líder del Congreso hace poco. Evitar responder a este carril elevará las tensiones en los estados y en las localidades, alienará más a los inmigrantes y sus comunidades y entronizará tácitamente la existencia de una clase de excluidos, escondida y permanente.

Por supuesto, el presidente electo Obama no ha querido entrarle al asunto de la inmigración, dada la explosiva naturaleza del asunto. Pero aunque no le entre, no se puede esconder. Le guste o no, el punto no va a desaparecer, y deberá reconocerlo y hacer planes para darle respuesta.

La cubierta plateada de esta oscura nube en nuestra historia de inmigración es que demostrará que el enfoque que propone únicamente el cumplimiento de la ley ante la inmigración ilegal es ineficaz, y contrario a nuestros intereses nacionales. La nueva administración y el nuevo Congreso se verán forzados a actuar, esta vez de manera amplia y equilibrada.

De lo contrario, el pueblo estadunidense se quedará ponderando el muro, sin entender por qué no funciona.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Obispo católico de Orlando, Florida, y consultor del Comité de Migración de la Conferencia Estadunidense de Obispos Católicos

 
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