Usted está aquí: sábado 22 de noviembre de 2008 Opinión Un nuevo escenario nacional

Enrique Calderón Alzati

Un nuevo escenario nacional

Durante las últimas semanas pareciera que un nuevo escenario nacional se está conformando, a partir de toda una gama de problemas que pueden ser bastante serios por sus posibles consecuencias, pero que por otra parte constituyen desafíos que están abriendo posibilidades de cambio para el país.

Por un lado está, desde luego, la gigantesca crisis financiera estadunidense, que nos llega hoy en oleadas de despidos de grandes empresas financieras, automovilísticas y de industrias alimentarias, todas ellas con sucursales importantes en México, mientras nuestro gobierno sigue afirmando que estamos preparados para enfrentar la crisis, al mismo tiempo que acepta desconocer lo que viene y lo que podemos esperar.

La existencia de connacionales que viven en Estados Unidos y que corren hoy el altísimo riesgo de quedarse sin empleo, constituye ya un tema que podría cambiar el futuro del país de manera total, ante la falta de las divisas que ellos han representado en los últimos años y por la demanda no sólo de empleos, sino de viviendas, escuelas, hospitales, e infraestructura de todo tipo, que su reingreso a México pueda representar.

Al mismo tiempo, el trágico accidente en el que perecieron el secretario de Gobernación y un importante grupo de colaboradores suyos, entre los que destaca uno de los principales luchadores contra el crimen organizado, ha servido para hacer del conocimiento público la existencia de la red de corrupción en la que está sumido el actual gobierno, y por más que el Presidente pretenda tapar el sol con un dedo, invocando figuras míticas, su mandato sufre un nivel de descrédito poco usual para un momento tan temprano del periodo de gobierno.

Particularmente, la relación del Presidente con su secretario de Seguridad Pública, al que se ha asociado con capos del narcotráfico, y la desconfianza hacia él por parte del Ejército, auguran problemas serios para la conducción del gobierno, ante la escasa capacidad de liderazgo mostrada hasta ahora.

Por otra parte, la dirección que ha tomado la reforma energética, con la aprobación reciente del Congreso, puede significar un avance importante para el país si se conduce bien. Ella no arroja los beneficios que el equipo en el gobierno esperaba lograr, lo cual les traerá nuevos problemas con las empresas trasnacionales, a las que se les ofreció seguramente mucho más de lo que hoy les pueden concretar.

Todo ello conforma una problemática grave, que el Presidente parece no dimensionar, cuando sigue planteando como solución la continuidad de las políticas de libre mercado que han llevado no sólo al país, sino al mundo entero, a una situación considerada como muy grave por líderes y expertos internacionales. La oportunidad que hoy tienen la izquierda y los grupos comprometidos que luchan por restablecer la soberanía, el desarrollo y la justicia social debería ser motivo de búsqueda de alianzas que les permitan el acceso al poder, dejando a un lado diferencias menores.

En el escenario político, las luchas y reacomodos dentro de los principales partidos políticos de centro-izquierda resultan interesantes. Por una parte en el PRI, que ha venido recuperando su presencia con triunfos electorales en varios estados, se libra una lucha interna, en la que por primera vez en muchos años su sector más comprometido con el desarrollo y la justicia social, representado por la dirección nacional del partido, viene fortaleciéndose frente a los grupos de corte neoliberal asociados a Salinas y también frente a los operadores más desprestigiados del pasado, incluyendo a Beltrones, Madrazo, Gamboa Patrón y a Esther Gordillo.

La lucha allí no será, desde luego, fácil; sin embargo, las lecciones que ha tenido ese partido con la pérdida de las dos últimas elecciones presidenciales debe hacerles pensar en la necesidad de restablecer las líneas de compromiso social y de desarrollo que hicieron posible la transformación de México en un país moderno y soberano, con instituciones fuertes, conformadas para asegurar equidad, mejorar la calidad de vida de amplios sectores de la población e impulsar el desarrollo.

El caso del PRD es más complejo. Dirigido inicialmente por un líder que supo y pudo unificar a los diferentes grupos de izquierda que existían en el país, e integrarlos con las aspiraciones y demandas del pueblo mexicano, el partido pasó de ser una idea a constituirse como una gran fuerza política con presencia en todo el país, en un periodo muy corto, en virtud de las condiciones de empobrecimiento e injusticia social que le habían sido impuestos desde el exterior, con el apoyo interno de un grupo convencido de las virtudes del libre mercado. Al fraude electoral de 1988 siguió una lucha frontal aparentemente olvidada, que le costó al partido varios cientos de vidas y que hizo finalmente posible su acceso a las posiciones de decisión y gobierno a partir de 1997.

Amplios sectores de la sociedad mexicana que habían sido renuentes a la opción de un gobierno nacionalista y de izquierda terminaron aceptando la conveniencia de un cambio, luego del desbarajuste creado por el gobierno de Fox; sin embargo, el surgimiento de un nuevo liderazgo dentro del partido, que concentró sus esfuerzos en marginar a Cárdenas, terminó fracasando en su intento de dirigir el país, destruyendo la confianza de la sociedad mexicana en un posible gobierno de izquierda para conformar, a su vez, una nueva minoría marginada, que en mucho comienza a parecerse a los grupos fracasados de la izquierda de antaño.

La sugerencia hecha en días pasados por Beatriz Paredes, de establecer una alianza entre la fracción mayoritaria del PRI que ella dirige, con la fracción del PRD que no comparte las posiciones de López Obrador y sus seguidores, conforma una idea viable e incluso necesaria y oportuna para terminar con la permanencia de la derecha en el poder. La idea no está exenta ni de riesgos ni de problemas, pero es ciertamente una opción que merece ser estudiada.

 
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