Usted está aquí: jueves 20 de noviembre de 2008 Política Estados Unidos, Obama y América Latina

Marcos Roitman Rosenmann/ II y última

Estados Unidos, Obama y América Latina

“La administración de Bush fracasó al apoyar un estilo de vida consumista y hoy vemos que gastamos una fortuna y compramos petróleo a países que apoyan al terrorismo”, ha señalado Frank Pérez respecto a Venezuela, lo cual no es muy diferente de lo que dijo Obama cuando acusó a Venezuela de apoyar a las FARC y al presidente Chávez de ser un “demagogo” con “peligrosa retórica antiestadunidense”.

No se entiende que intelectuales del pensamiento crítico se posesionen al lado de Obama tildando al político de anti status quo y vean su triunfo como un logro de las fuerzas progresistas de la humanidad. Sus tanques de pensamiento y el establishment adoptan una actitud hostil hacia los países antimperialistas, cuyas políticas antioligárquicas, nacionalistas y socialistas, como es el caso boliviano, ecuatoriano, cuestionan la estrategia estadunidense. Con Cuba, su opción es abrir un camino de diálogo para el envío de remesas a las familias y facilitar las visitas de familiares, lo cual no eliminaría el bloqueo. Respecto a Brasil, buscará apoyar a los productores de etanol con un arancel a la importación, medida popular en los estados productores estadunidenses.

Igualmente, sus asesores le aconsejan el nombramiento de un procónsul para dar mayor fluidez a la relación con la región en su conjunto. Así, la estrategia diseñada se presenta como un liderazgo positivo y una inversión del unilateralismo, aunque los intereses de Estados Unidos sean solucionar su crisis interna y entre sus prioridades estén los conflictos en Asia y Medio Oriente.

No obstante, el eslogan de campaña –Un cambio en el que puedes creer– es el comienzo de una etapa histórica. El ave Fénix renace de sus cenizas, gracias a un hombre cuyo carisma encarna la emergente América mestiza, y el imperialismo se moviliza gracias a la idea del Destino Manifiesto: “idea tan extraña como visionaria que ha penetrado en los espíritus de la generalidad de los hombres: el imperio avanza hacia el oeste y todo el mundo aguarda con impaciente expectación y ansia el momento destinado a que América dicte las leyes al resto del mundo”.

Los enviados especiales se dejan llevar, presa de las emociones, de la política espectáculo y del marketing de las campañas. Describen el desborde popular del candidato demócrata y el despertar de las minorías oprimidas. Fueron constantes sus alusiones al carácter afroestadunidense de Obama. Hicieron hincapié de forma cansina en su condición étnica. Incluidos McCain y Bush resaltan el triunfo bajo la perspectiva étnico-racial de una nueva América. Una catarsis. La liberación de negros, las minorías asiáticas y latinas, el fin de un camino. Un discurso sentimental, pero sin recorrido.

No sin razón, Obama, conocido el triunfo, refleja el ansia de libertad en el voto de Ann Nixon Cooper, una mujer de 106 años que simboliza el largo recorrido del ciudadano estadunidense en la lucha por sus derechos. Su voto comprime el del Destino Manifiesto. La memoria de la esclavitud, unida a los inmigrantes, los discapacitados, los excluidos, los pobres. De ellos es la victoria, dirá emocionado. Pero esta interpretación, síntesis manipulada de la historia estadunidense, olvida a otros afroestadunidenses como Condoleezza Rice y sus guerras fraudulentas, a militares infringiendo torturas, jueces prevaricando, senadores favoreciendo desfalcos financieros, inmobiliarios. Poner el acento en el color de piel del nuevo presidente es ocultar el verdadero debate. ¿La condición étnica determina una política exterior?

En las primarias, a Hillary Clinton no le pasaron inadvertidas las alusiones de Obama a Ronald Reagan. Lo reivindicó como hombre de pro. Y se vio obligado a salir del atolladero en un debate público. Dijo aludir a los sentimientos patrióticos manifestados por Reagan: su orgullo de pertenecer a Estados Unidos. Su equipo asumió la percepción visionaria de Ronald Reagan en los años de guerra fría. El triunfo fue aplastante: 489 delegados contra 49 de Carter en 1980 y 525 frente a los 13 de Mondale en 1984. Con un discurso confeccionado ex profeso aludió a la pérdida de liderazgo y buscó cerrar las heridas de la guerra de Vietnam, proyectando una nueva hegemonía internacional. Acusó a los demócratas de ceder territorio a los soviéticos y comunistas. Cuestionó los tratados Torrijos-Carter, culpabilizó a la administración de Carter del triunfo de la revolución sandinista y de la crisis de Irán. Finalmente, Reagan y su plataforma republicana se comprometieron a salvar los Estados Unidos de la debacle.

El llamado fue explícito: intervenir para revertir la realidad. Recuperar el orgullo de sentirse estadunidense. “La defensa de la soberanía de una nación y la preservación de la identidad cultural de un pueblo son fundamentales para su supervivencia. Estos dos elementos están siendo suprimidos por el comunismo internacional. Sólo una política estadunidense dirigida a preservar la paz, a promover la producción y a lograr la estabilidad política puede salvar al Nuevo Mundo y preservar la posición global de poder de Estados Unidos, la cual descansa sobre una América Latina segura y soberana. El continente americano se encuentra bajo ataque. ¿Duda Washington?

Para América Latina fue una etapa negra. La invasión de Granada en 1983, la desestabilización en Jamaica, Nicaragua y las guerras de baja intensidad. Hillary Clinton increpó a Obama diciendo que ella nunca pondría de ejemplo a Reagan, pero Obama sostuvo el argumento: era un patriota que sacó al país de la crisis. Obama se refleja en Reagan.

Si hacemos caso a Robert Pastor, ex director de Asuntos Latinoamericanos y del Caribe, en el Consejo de Seguridad Nacional de Carter puso en el tapete que “Estados Unidos es la nación más poderosa del hemisferio, responde a impulsos nacionalistas, pero es reacia, como cualquier otra, a renunciar a sus facultades soberanas. Lo que hace falta es un liderazgo que explique que no se está cediendo poder, y que más bien se está elevando la capacidad para resolver problemas.

Resulta esencial un nuevo enfoque de la antigua cuestión de la soberanía para calmar el remolino y afirmar la democracia. “Obama y sus asesores saben que el debate del unilateralismo y el paso al multilateralismo es más bien cuestión de maquillaje”. Lo cierto es que rehacen la Alianza para el Progreso. Bajo el lema: “Lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para América Latina”, reditan la política del garrote, la zanahora y del buen vecino. “Dios bendiga América”.

 
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