Usted está aquí: jueves 20 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Reprise/ Volver a vivir

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta de Joachim Trier  tomada de Internet Fotograma de la cinta de Joachim Trier Foto: Tomada de Internet

Joachim Trier es uno de los cineastas más prometedores en Noruega. Doblemente campeón de patinaje, obsesionado por el cine desde los cuatro años, pariente lejano del realizador Lars von Trier (Bailando en la oscuridad), este joven de 34 años, nacido en Dinamarca, de padres noruegos, sorprende hoy con su primer largometraje, Reprise/Volver a vivir, un relato sobre la amistad, la creación literaria y la manera en que la celebridad puede conducir a un hospital siquiátrico.

La acción transcurre en Oslo, y sus protagonistas son todos jóvenes menores de 25 años. En la primera escena, filmada con un ritmo acelerado, vemos a los dos personajes centrales, Phillip y Erik, depositando simultáneamente en un buzón su primer trabajo literario. En un avance imaginario se muestra el beneplácito de sus editores, el éxito mediático de cada uno, todo presentado en un tiempo condicional (¿qué pasaría si...?). Como en una cinta que volviera a correrse, la realidad ofrece, sin embargo, algo distinto. De los dos amigos, sólo uno, Phillip, obtiene con su libro un éxito instantáneo, mientras el otro persevera calladamente en el intento. El escritor celebrado conquista también a una joven, Kari, pero la combinación de los dos triunfos se vuelve rápidamente un delirio obsesivo que lo lleva hasta su confinamiento en un centro de salud.

El cineasta refleja en su propia narrativa algo de las agitaciones mentales que se apoderan de sus personajes, en particular de Phillip, al borde siempre del colapso nervioso, quien traslada sus entusiasmos vitales de Oslo a París y viceversa, en tributo a una manera febril de vivir la pasión amorosa, como un personaje salido de una ficción de la Nueva Ola francesa, Antoine Doinel (Jean Pierre Léaud) en Besos robados, de François Truffaut, o el trío juvenil que recorre en nueve minutos todas las galerías del museo del Louvre en Bande à part, de Jean Luc Godard. En el relato nórdico de Joachim Trier hay saltos temporales, juegos con desarrollos hipotéticos, bruscos retornos a la realidad, y también la urgencia de revivir las experiencias (el reprise del título) para exprimirlas y agotarlas, y poder empezar todo de nuevo.

Los amigos tienen un mentor literario, el novelista Sten Egil Dahl, quien ha elegido alejarse de los círculos de la televisión y la promoción publicitaria, para dedicarse de lleno a su obra, un ejemplo que Erik sigue al pie de la letra, de manera un tanto austera. En este punto la cinta toma un giro más melancólico. La creación artística pareciera exigir el sacrificio de otros placeres mundanos, incluidos los de la sexualidad y la entrega amorosa. Los protagonistas viven los conflictos y contradicciones de su propia generación, carente de ideales, y al mismo tiempo deseosa de fuertes entusiasmos vitales. El realizador no ofrece de modo alguno conclusiones, sólo describe el itinerario de esta búsqueda espiritual y sus tropiezos. Algo es claro: la mirada que este talento joven lanza a su propia generación y la manera en que comparte sus inquietudes y desasosiegos, confieren a su primer largometraje una complejidad y una frescura expresiva que explica, en parte, su éxito instantáneo en los festivales europeos por los que ha transitado.

 
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