Usted está aquí: domingo 16 de noviembre de 2008 Opinión Carlos Fuentes y los nuevos tiempos mexicanos

Rolando Cordera Campos

Carlos Fuentes y los nuevos tiempos mexicanos

Con Carlos Fuentes mi generación (y varias más) pudo identificar lo que de aquellas costumbres le molestaba más: las buenas conciencias. El joven Ceballos condensó la angustia parroquial provinciana, pero también el retrato hablado de lo que empezaba a imponerse: la cultura de la movilidad individual al costo que fuere, una vez que la Revolución pensaba en bajarse del caballo como años después de la aparición del libro lo postulara el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal.

Con La región más transparente, en el despegue de la nueva moral urbana de Uruchurtu que anunciaba la vuelta de las buenas conciencias a escala macro, como lo pedía el desarrollo estabilizador en pujante ascenso, conocimos la ciudad que se perdía y aprendimos a decir, con furia o decepción, según fuera el caso, ¡qué le vamos hacer… si aquí nos tocó!

Ixca Cienfuegos y la vieja Teodula hacen el alto contraste con una urbe que se urbaniza a través de una desigualdad que invoca a todas las capas geológicas de la historia y la cultura mexicanas, mientras el banquero Robles o el neoarribista Rodrigo Pola se vuelven espejos negros de una evolución política marcada por el abuso del poder, el enriquecimiento impune, el cinismo sucedáneo de una moral pública que luego describiría, sin tapujos, el cacique Gonzalo N. Santos: “la moral es un árbol que da moras”.

Entran Artemio Cruz y la biografía y la tomografía del poder posrevolucionario que hace del capitalismo salvaje rito e hito, mientras se pretende que el progreso se mida en millonarios que sufren del recuerdo de excesos y traiciones. A pesar de Laura Díaz, es Artemio el que canta los responsos de una revolución que fue pero pudo ser más.

Con sus Tiempos mexicanos, Fuentes da cátedra de ensayo político de gran aliento y se vuelve referencia obligada de una combinatoria infrecuente en nuestra República de las Letras: cultura y literatura pueden alimentar y alimentarse de la crítica y la acción políticas, como lo ilustraron pioneramente nuestro autor y sus compañeros de aventura en El Espectador.

Con apenas 80 años a cuestas, Fuentes da una vuelta de tuerca a su ciudad mítica y surrealista, pero el mito no encarna más en Ixca. Lo que hoy encara es una macrocefálica y permanente (de)construcción social “donde la calle daba cuenta de las cada vez mayores diferencias de clase…(donde) el contraste mexicano, lejos de atenuarse, aumentaba como si el progreso del país fuese una opiácea ilusión, contada en número de habitantes pero no en suma de bienestares” (La voluntad y la fortuna).

Del derecho a la ciudad como fruto civilizatorio, intuido e insinuado en La región..., a pesar de su inventario de fatuidades modernizantes, al círculo hipnótico de una violencia y un desplome del desarrollo que buscan imponernos dejar atrás toda esperanza. Del regodeo con el nuevo poder a la ilusión del mismo, pero siempre basado en la mistificación forzada de la realidad y el recurso al más majadero de sus símbolos: la ceremonia armada; el abuso de la concentración del privilegio. Fuentes a la carta en sus 80, como sigue y seguirá.

Los signos que nos cruzan en estos días no ofrecen respiro alguno: una economía en picada y una desprotección social como inundación implacable: desempleo abierto en ascenso, salarios estancados o a la baja, quiebras y deserciones financieras, entronización criminal que avasalla cualquier pretensión de espacio y discurso públicos. Una moral pública empantanada, escribe Rafael Segovia, que se ve envilecida por la arrogancia y la simulación múltiple de quienes no entienden de otras conjugaciones que las que manda el poder, aunque éste haya dejado de ser el centro que sostiene lo demás, como mandaba el poeta. De la confusión impuesta para hacerse de la Presidencia, a la imposición del rumbo sin tapujos ni ambages, es decir, sin rumbo.

No hay más y el país sólo se pregunta ya por lo que vendrá y no por si puede sortearse. Fiesta de fatalidades y banalidades. De homilías vacuas y sacrificio de las palabras y la comunicación política.

Pero no era, ni es, para tanto, salvo que el ex vicepresidente económico tenga razón y esta crisis nada “tenga que ver con el capitalismo, ni con la economía de mercado, ni requiere de un replanteamiento del modelo económico” (Francisco Gil Díaz, El pecado original de la crisis, El Universal, 10/11/08, B2). Tendrá que ver, entonces, sugerimos, como lo hicieran algunos de los primeros oráculos de las oscilaciones económicas, con las manchas solares.

¿Sale Ixca y entra el fraile Malthus? ( malos, muy malos, estos tiempos mexicanos).

 
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