Usted está aquí: sábado 15 de noviembre de 2008 Disquero Cooosa má grande, caballero

Disquero

Cooosa má grande, caballero

Pablo Espinosa ([email protected])

Olas de lava volcánica convertidas en son, guajira, mambo, danzón y cha cha chá, bordeando todos esos ritmos el reinado supremo del bolero cubano, movieron portamentos corporales, caderas y entendederas hace 12 años y el efecto se escanció en olas expansivas a distintos puntos del planeta. La música clásica cubana tuvo un renacimiento fabuloso. La historia, digna de una novela, ha sido documentada en sus datos periodísticos en La Jornada desde sus momentos copulatorios, de gestación y gesta, parto, bautizo y celebración.

La noticia ahora es la aparición en los anaqueles de novedades discográficas de un sabroso álbum doble que recoge uno de los momentos de clímax de aquella epopeya bella (ella, ayé ayé, camará): la grabación en vivo del concierto de los muchachos sexa, septa, octa y nonagenarios de la orquesta Buena Vista Social Club en una de las mecas de la música planetaria: el Carnegie Hall (para los melómanos mexicanos la traducción docta es así: Carne y Frijol = Carnegie Hall) de Nueva York, un milagro cultural al que no detuvieron ni el bloqueo imperialista gringo ni ná de ná, camará. Cósa má grande, caballero. Además de activar pubis, tibia, peroné, punta, talón y taloncito, el álbum titulado Buena Vista Social Club en el Carnegie Hall (Discos Cora Son; se consigue en las librerías de La Jornada) pone a bailar también las neuronas. Entre otras aguas tibias, frescas y candentes, se puede constatar por vez enésima el ortho y declinación del género bolero.

Al contrario del lugar común “todo tiempo pasado fue mejor”, la recomendación consiste en afinar la puntería en elementos clave para un resurgimiento musical: la manera como los cubanos fraseaban a la hora de cantar (pues hoy cualquiera se declara “cantante”) y cómo les rezumba el mango a la hora de pulsar un instrumento (pues hoy cualquiera se proclama “músico”) para seguir gozando en lugar del acto sumiso de la mera nostalgia. Quiquiribúm, mamita, quiquiribúm.

Junto a este tesoro discográfico luce una diversidad divertida de discos bajo el rubro “new age” (juatever it mins), moda amplificada por el vacío de las religiones convertidas en negocio. Con la mente abierta, empero, pueden ocurrir hallazgos entre la mismísima mercadería. Por ejemplo, el disco titulado El sabor del dorado, con subtítulo sugerente (“Limpieza y energetización”) contiene maravillas: música ejecutada por un gamelán, ese conjunto de instrumentos de percusión paridos en Indonesia cuya escucha modifica el flujo neuronal, sanguíneo y linfático, y modificó mediante su capacidad inspiracional y su poderío creativo y curativo el curso de la historia (la influencia en Messiaen, Stock-hausen, Cage, por ejemplo, es abrumadora) y sigue sirviendo para la purificación de las pasiones mediante la emoción estética.

 
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