Usted está aquí: viernes 14 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Tres monos

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta Tres monos: no veo, no oigo, no hablo, de Nuri Bilge Ceylan, parte de la 50 Muestra Internacional de Cine Fotograma de la cinta Tres monos: no veo, no oigo, no hablo, de Nuri Bilge Ceylan, parte de la 50 Muestra Internacional de Cine

Un hombre es arrollado en la carretera por el auto que conduce un político prominente; para evitar el escándalo en vísperas de una contienda electoral, el hombre propone a su chofer asumir toda la culpa, purgar en la cárcel una condena no mayor a nueve meses y recibir a cambio dinero suficiente para saldar sus deudas, conservando luego su empleo original.

Tres monos: no veo, no oigo, no hablo, la cinta más reciente del realizador turco Nuri Bilge Ceylan (Nubes de mayo, Distante, Los climas), tiene como arranque una atractiva propuesta de thriller que paulatinamente se transforma en un sórdido drama familiar. El accidente, el arreglo y el canje de responsabilidades se producen y ofician entre tinieblas como una operación clandestina sellada por la corrupción. Esta operación marcará también el inicio de la desintegración de una familia.

Los eventos se suceden de modo casi enigmático, con saltos temporales y ambivalencia en el comportamiento de los personajes. La esposa de Eyup, el chofer encarcelado, sostiene una relación íntima con el político culpable; de modo sorprendente, ella sucumbe a la pasión amorosa, en tanto él sólo la considera un objeto sexual, a la postre remplazable. Ismael, hijo de la pareja, descubre el adulterio del que es cómplice involuntario al haber aceptado un automóvil comprado con el dinero del político, y reacciona con ira y con vergüenza. El padre sale de prisión y estalla el drama.

A partir de esta premisa, el realizador describe con aspereza un ambiente familiar en el que el sometimiento de la mujer por el padre y el hijo, con este último golpeándola, ofendido, es absoluto. Ella es el chivo expiatorio que carga con todas las culpas; la mayor, su empecinada pasión adúltera, misma que el amante rechaza con la arrogancia de un consumidor satisfecho y ya inapetente. Reducida al silencio, humillada al manifestar su deseo amoroso, orillada al suicidio por el patriarca ex presidiario, la esposa y madre es el personaje más fascinante de la cinta. El realizador hace de la culpa el tema central de su relato, con tres personajes que por un tiempo eligen la simulación y la ignorancia fingida (no veo, no oigo, no hablo) con la esperanza de recobrar algo del equilibrio doméstico perdido.

Cuando los esfuerzos se revelan vanos sobreviene una catarsis y luego se vislumbra el perdón. La imposibilidad de una comunicación franca ha desatado el drama y la violencia; la corrupción compartida ha generado la culpa, y ahora los tres monos, miembros de este clan familiar en crisis, tienen la sinceridad como única posibilidad de reparación moral.

El paisaje crepuscular, con bloques de nubes que anuncian una tormenta, y el sonido de una lluvia fina y prolongada, es una estampa ya familiar para los seguidores del cine de Bilge Ceylan. Esta vez, con menos sutileza que en ocasiones anteriores, un boquete de luz en el horizonte ensombrecido muestra lo lejos que está el cineasta de apostarle al pesimismo.

 
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