Usted está aquí: jueves 13 de noviembre de 2008 Sociedad y Justicia Navegaciones

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Pedro Miguel
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■ Miriam Makeba, Michael Crichton y castillos de arena para armar

Fue mujer en un país de machos, fue negra en un planeta racista, fue transformadora en un continente recostado sobre las inercias infames del colonialismo, fue artista en un mundo de ciegos y sordos del espíritu. Y qué artista. “Descubrí que esta atractiva mujer, aparentemente apacible y madura, era una criatura política; una militante inflexible a favor de la libertad de su gente”, escribió Stokely Carmichael, uno de sus maridos, y quien fue dirigente de la organización antirracista Panteras Negras, en la introducción a una biografía de Miriam Makeba, publicada en 2004.

Contaba esta columna, hace poco más de dos años: exiliada desde 1963 de su natal Sudáfrica por haber testificado ante las Naciones Unidas contra el apartheid, Miriam vivió en Londres, donde se casó con Harry Belafonte y donde lanzó sus primeros éxitos mundiales. Ya montada en una popularidad súbita, partió a Estados Unidos. Allí conoció a Carmichael, se casó con él y fue, por ello, víctima de esa censura moderna que no prohíbe nada, pero que condena la incorrección política, revoca contratos y saca de los anaqueles los libros y los discos, y fue expulsada del salón de la fama. La nueva pareja se mudó entonces a Guinea, país del que fue delegada ante la ONU. Después anduvo un tiempo en Bruselas y en 1987, Paul Simon, con el lanzamiento de Graceland, la regresó a la escena mundial. En 1990 Nelson Mandela la persuadió de regresar a Sudáfrica, y desde entonces vive allí.

Ya no: el lunes pasado, en la madrugada, Miriam murió en Castel Volturno, en los alrededores de Nápoles, Italia. Tenía 76 años cumplidos y había dejado su piel negra en la larga lucha por el nacimiento de África. “Cantaré hasta el último día de mi vida”, solía decir, y lo cumplió. En septiembre pasado, en esa localidad italiana, los pistoleros de la Camorra, la mafia local, habían asesinado a balazos a seis inmigrantes negros que vendían artesanías. La comunidad africana se movilizó para exigir al ministro del Interior de Silvio Berlusconi que hiciera algo contra los homicidas. En esa misma región, la Camorra lleva un par de años amenazando de muerte al joven escritor y periodista Roberto Saviano, a quien, por la solidez y contundencia de sus denuncias públicas, personalidades de la talla de Umberto Eco han llamado “héroe nacional”, y quien ha debido abandonar su país natal para preservar su vida. Mazi, como la llamaban sus seres queridos, no dudó en viajar al sitio para participar en un concierto en solidaridad con las víctimas de la mafia. Los organizadores y técnicos del concierto fueron, a su vez, amenazados, pero el acto se llevó a cabo bajo custodia policial. ‘Mamá África’ había experimentado cierto malestar antes de empezar el concierto, pero decidió seguir adelante con lo planeado. Tras cantar su canción más conocida, Pata, Pata, se derrumbó en el escenario, víctima de un ataque cardiaco. Fue llevada por su nieto, Nelson Lumumba Lee, y por otras personas, al hospital de Pineta Grande. Logró recuperarse un poco, lo suficiente para exigir y tomarse, ante el horror de los médicos, un trago largo de coñac, pero un segundo paro cardiaco acabó con ella.

Perseguida en diversas tierras, declarada indeseable en Estados Unidos y despojada de su nacionalidad por el extinto régimen racista sudafricano, tuvo una vejez serena, pero nunca desvinculada de las luchas contra la injusticia, la marginación y la opresión. Más allá de su militancia en las causas sociales, Makeba deja una vasto legado musical que comenzó con su incorporación, hace 60 años, al grupo Manhattan Brothers y continuó con su propia banda, The Skylarks, en la que empezó a fundir jazz con las melodías tradicionales sudafricanas. No estaría bien recordar con tristeza a esta negrota milagrosa, invencible y entrañable. El mejor homenaje para ella es escuchar su voz terrestre y lograr, así, que siga cantando.

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Unos días antes, el 4 de noviembre, perdimos a Michael Crichton, médico, cineasta y escritor estadunidense nacido en Chicago, en 1942, y a quien como novelista se le podrán hacer muchas críticas, pero no la de falta de rigor científico. El primero de sus libros que me cayó en las manos fue The terminal man (1972), en el que se propone un implante cerebral para controlar las crisis de epilepsia sicomotora, un cuadro de origen somático que no se manifiesta en convulsiones, sino en “enturbiamiento de la conciencia” y “alteración orgánica de la personalidad”, y que puede llevar a impulsos de agresión que concluyan en homicidio. La novela era fascinante porque permitía asomarse a los misterios del funcionamiento cerebral y a las posibles aplicaciones de la electrónica en terapia siquiátrica.

Nos guste o no, Crichton, como novelista y, sobre todo, como guionista, nos familiarizó con innumerables conceptos científicos, como la clonación (en Parque Jurásico) o las condiciones imperantes en los fondos marinos (Esfera), con nociones como la del acoso sexual (en la célebre cinta de 1994 protagonizada por Michael Douglas y Demi Moore) y con panoramas tecnológicos como el de la industria aeronáutica (Airframe, 1996).

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El locazo de Rolando de la Rosa convocó a un montón de gente a participar en un proyecto que sólo pudo surgir de un espíritu bueno: “ante la apremiante situación económica de la República Árabe Saharaui Democrática, los niños y las niñas saharauis han decidido ayudar a los adultos exportando tres cosas que tienen como sus grandes tesoros, los han heredado de sus ancestros y los quieren compartir con todo el mundo, estos tres tesoros son: la imaginación, la poesía y la arena del Sahara. ¿Cómo lo quieren hacer? Ellos llenarán botellas con la sagrada arena del Sahara, colocarán un instructivo para armar un castillo de arena en particular con un poema y un dibujo. La etiqueta dirá: ‘Castillo de arena del Sahara para armar’”. Además, Rolando parte hoy al desierto para armar allá “el Caballo de Troya Saharaui”, que llevará una imagen de Benito Juárez y su lema más conocido. Suerte, Rolando, y va mi colaboración, que se titula A un niño saharaui:

Sueña con tu país, con tu desierto en donde alumbra el sol a gente buena; sueña con tu familia, que ya estrena capital, avenida y aeropuerto.

No dejes de soñar. Sueña despierto que, ya pasada la agresión ajena, un castillo construyes en la arena y un país soberano en el desierto.

Patria tendrás. Tu patria independiente se alzará bajo el sol, bajo su brillo, con un cimiento sólido y profundo.

Mucha arena tendrás: la suficiente; que si hoy tu mundo cabe en un castillo, en tu patria mañana cabrá el mundo.

 
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