Usted está aquí: jueves 13 de noviembre de 2008 Política Obama y el difícil cambio

Adolfo Sánchez Rebolledo

Obama y el difícil cambio

Hasta qué punto es una ilusión creer que Barack Obama podrá enfrentar la crisis económica y avanzar en la reforma general de la sociedad. Es muy probable que la gran mayoría de los jóvenes (y las minorías) que se lanzaron a la campaña en busca del cambio consideren difícil salir de la crisis actual sin modificar a fondo las condiciones que la hicieron posible, una ideológica: la creencia dogmática de que la sociedad del futuro será la que mejor cumpla con la libertad de mercado considerada como la estrella polar de la convivencia global y la guía más segura para la edificación de los valores que rigen las relaciones humanas. Y tienen razón, pues además de injusto en términos de la concentración de la riqueza, el camino neoliberal demostró ser peligroso para la salud global del sistema. 

Ante la magnitud de los acontecimientos, marcados simbólicamente por el desprecio universal hacia Bush, algunos se han apresurado a calificar la situación como un “fin de época”, es decir, como un proceso de grandes y pequeños cambios que entierran el pasado para dar entrada a un “nuevo mundo”, cuyos perfiles, empero, aún no emergen con nitidez. Hasta ahora, para evitar una catástrofe mayor, los gobiernos de las potencias económicas, incluidos los de Estados Unidos y China, pasando por la Unión Europea, pusieron en práctica medidas insólitas no incluidas en el recetario neoliberal, pero tampoco ajenas o contrarias al funcionamiento de la economía capitalista como la nacionalización parcial o total de los bancos, lo cual significa una creciente intervención del Estado en capítulos que la ortodoxia consideraba intocables. No en balde la derecha las denuncia como “socialistas” sin morderse la lengua.

La afirmación de Stigliz de que la crisis financiera equivale en términos estadunidenses a la caída del Muro de Berlín es una buena frase, capaz de mostrar la profundidad de la fractura de la política económica hegemónica, pero no puede leerse como preludio del derrumbe del sistema, atribuyendo al vituperado Marx sus propias ideas catastrofistas. De la necesidad de modificar el “modelo” no se deduce la inviabilidad de la economía capitalista o la hipotética clausura de los mercados y la globalización. En todo caso, la cuestión es si tendremos un “capitalismo con rostro humano” o una nueva forma de dictadura del mercado. De ahí la trascendencia sobre el modo como se planeen las posibles salidas, la naturaleza de los mecanismos y las instituciones que habrán de sustituir a las agencias actuales: la solución de la crisis es un asunto crucial que no puede plantearse al margen de la política sin asumir el mapa mundial del poder como se dibuja a raíz de los hechos.

Y es aquí donde el tema de Obama y sus perspectivas cobra importancia, pues si bien la esperanza del cambio movió a millones de estadunidenses a dar un golpe de timón es la crisis la que inclinó la balanza a su favor. Como ha escrito Gustavo Gordillo en El Correo del Sur, “el contexto en las elecciones de 2008 se puede resumir en tres palabras: rabia, desigualdad y minorías”, pero la victoria en las urnas –no tan abultada en votos ciudadanos– es un efecto de la crisis financiera y sus secuelas sobre el presente y futuro de la gente. Eso significa que buena parte del electorado abandonó el barco republicano cuando advirtió que se escoraba peligrosamente y no antes. Se trata, sin duda, de un gesto de autodefensa legítimo, en el cual, sin embargo, no existe una pizca de ilusión por el futuro. Al final, piden que el cambio prometido sea controlado, capaz de restituir a los ciudadanos las seguridades que la ineptitud de Bush derogaron.

Así, pues, a la pregunta de si  Obama puede o no emprender una nueva era de políticas progresistas, Paul Krugman responde “sí, puede”, siempre y cuando se desembarace de ambigüedades y temores en torno al déficit acumulado y piense en el gasto en términos de producción y empleo.  A su favor tiene el imaginario emprendedor de una nación plebeya con sueños de libertad volcada en las urnas, el empuje de una civilización capaz de dominar el conocimiento y la naturaleza, en fin, la potencial respuesta de sus clases fundamentales que ven en la equidad el único sueño norteamericano digno de tal nombre. Frente a sus antecesores, Obama reivindica la reconstrucción de la economía –y de la vida social– de abajo hacia arriba, es decir, sustituyendo el estímulo a los más ricos por el esfuerzo coordinado de la mayoría. “Abordar un programa de prioridades progresista –llamémoslo un nuevo New Deal– no es sólo posible desde el punto de vista económico, sino lo que necesita la economía”, escribe  Krugman (El País, 09/11/08). Obviamente, la situación económica reduce el margen de maniobra del nuevo gobierno y, aunque no la obstruye por completo, sí obligará a un replanteamiento de las prioridades.

La señal de si Obama va a seguir la ruta prometida será lo que haga o deje de hacer respecto a cuestiones espinosas: la permanencia en Irak, la guerra en Afganistán y el desmatelamiento simbólico de los aspectos más agresivos de la política imperial bushista (Guatánamo), así como un replanteamiento global de la visión estadunidense en el mundo de hoy. La lista es larga. Asuntos como seguridad y migración no pueden esperar indefinidamente. Sin embargo, la pregunta que sigue pendiente es si, como dice el socialista Mike Davis, existe la menor esperanza de que ese Nuevo Trato aparezca “sin el fertilizante proporcionado por masivas luchas sociales”, tomando en cuenta que la propia crisis obliga a la búsqueda de una suerte de “unidad nacional” de la que no pueden ser excluidos los 55 millones de ciudadanos que votaron por la fórmula McCain-Palin, que son la gran reserva del conservadurismo estadunidense. O, dicho de otra forma: sin la movilización de los ciudadanos que le dieron la victoria a Obama, la gestión de la crisis podría reducir a polvo las esperanzas.

En cuanto a nosotros, vale la recomendación general: lo que no haga el Estado mexicano para colocar su agenda entre los temas importantes no lo hará nadie por él.

 
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