Usted está aquí: lunes 10 de noviembre de 2008 Deportes Orejas y rabo para Castella y Joselito Adame

TOROS

Orejas y rabo para Castella y Joselito Adame

Lumbrera Chico

Más que satisfechos salieron ayer los asistentes a la Monumental Lorenzo Garza de Monterrey, donde pese al gélido ambiente de esa plaza techada Sebastián Castella y Joselito Adame pusieron el arte del toreo por los cielos, al cortar cada uno dos orejas y un rabo ante un potable encierro de Begoña con el que, por su parte, Eulalio López El Zotoluco hizo su mejor esfuerzo, incluso regalando un séptimo cajón, sin concretar nada que perdure en la memoria de nadie.

Con reses de diversa catadura, algunas imponentes, otras carentes de la debida seriedad que merecía un cartel como el que logró vender gran parte del boletaje sin agotarlo –la crisis económica en aquella ciudad, no hace mucho llamada la “capital financiera de América Latina”, está pegando con fuerza–, El Zotoluco bregó con tesón al que abrió plaza, pero nunca pudo cuajarlo.

Castella confirmó su maestría ante cada uno de los enemigos de su lote, ciñéndoselos a la cintura, aguantándolos con estoicismo, vaciándolos en los remates con la franela en la zurda, ligándolos muy bien. Sin embargo, como de costumbre, falló con el acero y perdió los apéndices en uno, mientras con el otro, al que le estructuró una faena poderosa que fue de menos a más, cobró un estoconazo y el juez le concedió los máximos trofeos.

El niño prodigio de Aguascalientes le dibujó un lance de fantasía con los vuelos del capote al tercero de la tarde, pero le hizo un poco de ascos en la etapa final de la lidia, porque el bicho tenía malas ideas. El colmo fue que al realizar la suerte suprema pichó repetidas veces y escuchó dos avisos, con los que el público le chifló y lo insultó hasta que volvió a abrirse la puerta de toriles.

Cuando saltó a la arena el sexto de la tarde, Joselito cargaba sobre las espaldas un muy pesado paquete: el triunfo de Castella era abrumador. No obstante, desde que sometió a la res por verónicas y gaoneras, el ánimo de los tendidos fue otro. Enseguida, cubrió el tercio de rehiletes con alegría y elegancia, y su faena de muleta, por la derecha pero sobre todo por la izquierda, con trazos extraordinarios, enloqueció a quienes antes lo abucheaban.

Un silencio cargado de expectativas, para el diestro y para el público, precedió el momento de la estocada, y la plaza estalló en júbilo cuando la toledana acabó con la res y de todas partes saltaron los pañuelos. El paquete, entonces, recayó en El Zotoluco, quien ante la apoteosis alcanzada por sus coalternates obsequió un sombrero con el que también se fue en blanco.

 
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