Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de noviembre de 2008 Num: 714

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los mermas
ROGER VILAR

La noche es blanca
YANNIS KONDÓS

Línea 1
LEANDRO ARELLANO

Margo Glantz ensayista
RAÚL OLVERA MIJARES

Otoño Líquido
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Karajan tras la partitura del gesto
CARLOS PINEDA

Juan de la Cabada: imagen y palabra
AMALIA RIVERA

De la Cabada guionista
RAFAEL FERNÁNDEZ

Contra la voluntad de originalidad
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con JOSEP GUINOVART

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ilustración de Okami

Los mermas

Roger Vilar

Aunque inundan el bosque, nadie ha podido hacer una descripción fidedigna de los mermas. Los niños hojean libros de zoología en busca de sus formas y de sus hábitos, pero los diagramas los conducen al lobo, pues en su primera etapa un merma tiene el cuerpo de este animal. ¿Cómo identificar en una manada al merma? Un explorador armenio asegura que se debe detectar al macho o hembra más silencioso, al que suele apartarse de la manada, oler las piedras, el musgo, aullar cuando ninguno aúlla. Y es que el merma no se siente bien en ninguna compañía, la ansiedad lo devora y acaba abandonando la manada. Se interna entre las sombras, deja de cazar, duerme muchas horas, semanas enteras. Todo su cuerpo empieza a correr hacia un punto impreciso, no material, que supuestamente se encuentra en su pecho. El pelo se hunde en la piel, los colmillos en la encía. Luego se queda en carne viva, y es posible ver el movimiento de sus pulmones y el latido del corazón. Durante las primeras heladas los órganos fluyen hacia el punto espiritual en el pecho del merma. Si alguien lo encuentra en esos momentos podría apreciar cómo los riñones adoptan la forma de un río y los intestinos parecen cataratas. Cada hueso se vuelve un silbido del viento. Nada queda ya del lobo, el merma ha alcanzado su plenitud. Sale de la madriguera y aúlla junto a nosotros, nos muerde el cuello, nos lame la superficie del corazón, pero nada vemos pues el espíritu sopla donde quiere y su llegada es impredecible.