Usted está aquí: sábado 8 de noviembre de 2008 Política Nuestra relación con EU

Enrique Calderón Alzati /II

Nuestra relación con EU

Es indudable que el triunfo electoral de Barack Obama en Estados Unidos –el cual celebro sinceramente, en honor al avance de la democracia en el mundo y en honor al sueño del Nobel de la Paz Martin Luther King, en su lucha por los derechos civiles de los afroamericanos– significará cambios importantes y positivos tanto en la política interna como en la política exterior de esa nación, luego de los ocho años del patético y miserable gobierno de Bush; sin embargo, sería caer en el error pensar que con ello nuestras relaciones con los estadunidenses van a mejorar sensiblemente, porque no necesaria ni gratuitamente será así.

Hoy en día uno de los factores que complica esta relación son los millones de mexicanos que han emigrado a Estados Unidos en busca de los empleos y las oportunidades que aquí simplemente no existen. Algunos años atrás este movimiento migratorio se daba básicamente entre los trabajadores del campo, que iban a ese país para ocuparse en actividades de varios tipos, tanto rurales como urbanas, pero siempre de bajos niveles y salarios. Hoy el fenómeno ha cambiado, en tanto se han incorporado a él un grupo creciente de egresados de nuestras instituciones de educación superior en muy diversos campos, con altos salarios, que en nuestro país les sería difícil encontrar, pero también porque allá las oportunidades de desarrollo para ellos y sus familias son significativamente mayores; sin embargo, en términos generales, es claro que los mexicanos no son tratados con equidad respecto de otros grupos de población, y en particular de la estadunidense de origen europeo, en virtud de sentimientos racistas y de la cultura de explotación de los que ellos consideran débiles o inferiores.

Todo ello hace que el fenómeno migratorio deba ser tomado seriamente en cuenta, conforme a intereses que no pueden ser ignorados por el gobierno de nuestro país en sus relaciones con el de Estados Unidos. Independiente de que el tema ha sido muy mal manejado por nuestros gobernantes, como tantos otros, conviene preguntarnos cuál ha sido su causa fundamental, y si es posible revertirla. En lo personal, estoy convencido de que se debe específicamente a la ausencia, desde hace varias décadas, de un proyecto nacional, y de la voluntad para establecerlo y llevarlo a cabo.

Sé que para muchos esto se debe al estancamiento económico, a la falta de empleos, a la enorme deuda que enfrenta el país, a la inseguridad dominante, etcétera. Pues sí, pero todo ello es consecuencia de una sola causa, y ésta es, como digo, la falta de un proyecto nacional, porque como bien lo afirmó el filósofo romano Lucio Séneca, “no hay viento favorable para quien no sabe adónde va”. Esta falta de proyecto ha sido clara y bien señalada en repetidas ocasiones para el sector agrícola, pero lo es igualmente para el industrial, y aún más en el campo del conocimiento; el derrotero que ha seguido el país y la falta de visión de organismos como el Conacyt, ha propiciado la fuga creciente de cerebros entre la población joven y mejor educada del país.

La historia reciente es muy vasta en ejemplos de países que como Francia, Alemania, Japón, Corea, China y otros más; aun después de haber sido arrasados por otros en las estúpidas guerras o por conflictos internos, y sumidos así en la más absoluta miseria, fueron capaces de convertirse en unos cuantos años en grandes potencias económicas y políticas, a raíz del establecimiento de un verdadero proyecto integral que incluyó tanto los aspectos de seguridad y soberanía nacionales como los del manejo de la economía, el desarrollo de la infraestructura necesaria, programas racionales pero agresivos para el desarrollo agrícola, industrial y de servicios, así como para el avance científico, tecnológico y de la educación y la mejora de la salud pública, la alimentación y la vivienda; desde luego, con la voluntad política y la gente para ejecutarlo. Esto sólo lo puede lograr un gobierno que plantea con convicción un cambio positivo real y que tiene el respaldo de su pueblo, al perseguir el beneficio colectivo y no meramente el personal y el de algunos grupos de poder.

No faltan, pues, ejemplos históricos. Esto lo saben los países que hoy practican e imponen la economía de mercado, incluyendo a Estados Unidos e Inglaterra. La realización de proyectos económicos nacionales y regionales perfectamente definidos y de gran altura está en el centro de la integración europea y del desarrollo asiático, al igual que en las naciones sudamericanas, que trabajan por integrar sus economías en un gran bloque. Sólo nuestros gobiernos, rayando en la estupidez y la falta de visión, siguen empeñados en la idea del mercado como rector único y absoluto de la economía y del futuro; ello, claro está, sin hacer nada por defender ese recurso, pensando que él se defiende solo ante las embestidas colonialistas. El resultado salta a la vista: nuestro logro es habernos convertido en los últimos 30 años en una gran república bananera, como se decía peyorativamente de las naciones centroamericanas hace 50 años.

Hoy, más que nunca, México necesita un verdadero proyecto de nación y un liderazgo político capaz de concretarlo hasta sus últimas consecuencias; un proyecto bien estructurado, a partir de programas sectoriales y regionales alineados hacia un objetivo común, claro y eficazmente definido. Sólo entonces constituiremos una alternativa seria de futuro para nuestros jóvenes, sólo entonces el gobierno que lo dirija podrá ser legítimo y real. En lo personal no tengo la menor duda de que ese proyecto, para tener éxito, poco o nada debe tener que ver con Estados Unidos, por lo menos no en sus etapas iniciales, y sí mucho con las naciones latinoamericanas que hoy trabajan por construir un futuro común, y esto no por mero romanticismo, sino de manera pragmática, pensando en socios y compañeros iguales, con los que podemos complementarnos e integrarnos para compartir equitativamente patrimonios comunes, riqueza. El proyecto sin duda debe estar orientado a la conformación de la Comunidad Latinoamericana, en la que hoy trabajan los brasileños, los argentinos, los chilenos, los venezolanos y prácticamente todos los pueblos de la región.

La construcción de una red de vías de comunicación, que incluya la conformación de una flota aérea, naviera y ferroviaria para facilitar el intercambio de insumos, productos y servicios; la creación de organismos que propicien los convenios de cooperación en materia económica, científica, tecnológica y educativa con los países de esta naciente comunidad, y la estructuración de instituciones financieras capaces de otorgar eficaz y eficientemente los créditos necesarios para el fortalecimiento multinacional latinoamericano constituyen sin duda algunas de las altas prioridades. Un proyecto así haría que nuestros jóvenes miren nuevamente hacia México, y comiencen a pensar en Latinoamérica y no solamente en Estados Unidos para su futuro. Crecerán nuestras expectativas de ser vistos y tratados como iguales por los estadunidenses y sus gobiernos en la medida en que seamos capaces de fortalecer nuestras relaciones económicas, sociales y políticas con todos los países de América Latina; de integrarnos a ésta en forma inteligente, que por lo demás, sería lo natural y más propicio. Esta terminará siendo la agenda real de nuestra nación cuando podamos tener un gobierno serio, comprometido con México y visionario. Esperemos y trabajemos para que esto sea posible en el más corto plazo.

 
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