Usted está aquí: domingo 2 de noviembre de 2008 Opinión El Día de Difuntos

Ángeles González Gamio
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El Día de Difuntos

Así titula Guillermo Prieto, notable escritor, periodista, político y en algunos momentos valeroso guerrero, una deliciosa crónica publicada el 7 de noviembre de 1849 en el diario El Siglo XIX, en la que habla de los festejos de estas fechas en la ciudad decimonónica. Mucho de lo que platica sigue vivo en muchos sentidos. Para constatarlo vamos a transcribir algunos párrafos: “En este día en que tanto lidia un ministro de Hacienda, cuando aun no tiene entrañas de ministro; en que tanto pespuntean las modistas, en que venden tanto las floristas y los cereros y en que disparatan a su sabor los copleros, forjando risas sarcásticas de calaveras, y yendo y viniendo con aquello de la nada, y lo carcomido, y el polvo, etcétera, en este día, digo, se pone en planta aquella blasfemia de que vivir es gozar y aquello de que la vida se pasa a tragos.

“El Día de Difuntos es uno de los que da más que hacer a los vivos, excepto a la policía que suele pertenecer a las sombras; hay movimiento general y se pudiera decir alegría, si no recordase su fin a los diputados no relectos y a los capitulares que no tuvieron la suerte de ascender como por escala a la curul. Varios días antes del día de finados, se recomponen las lápidas de los sepulcros, cosa muy del agrado de los doradores y grabadores y comerciantes en mármoles; se agolpan las gentes en la casa de la señora Audifredi, mandando hacer coronas y arcos para los sepulcros de los niños...

“La parroquia y el cementerio son el lugar de reunión; apiñase la gente en remolino turbulento; el gentío se agrupa y se dispersa en busca de los sepulcros de los antepasados, encienden las ceras y ostentan sus ofrendas, que consisten en frutas, bizcochos, dulces, y a veces el refocilador aguardiente, que atiza el fuego lúgubre de los fieles...”

Como vemos, las cosas no han cambiado mucho, aunque ahora sólo sea un sector de la población el que continúa guardando esas tradiciones, sin embargo, es interesante advertir que la costumbre de colocar un ofrenda ha tenido un renacimiento y ahora vemos en inumerables sitios públicos estos bellos y coloridos conjuntos en que se mezclan flores, velas, alimentos, bebidas, imágenes, papel picado y toda una parafernalia que según los creyentes va a atraer el espíritu de los muertos, con el fin de degustar sus viandas y bebidas preferidas y convivir con los seres queridos que aún permanecen en este mundo. También han tomado auge las calaveras, esos versillos rimados que hacen mofa o gracejadas de las amistades o los personajes públicos.

Para confirmar lo dicho, mencionaré sólo algunas de las ofrendas que se pueden ver estos días en la ciudad: No hay que perderse la del Claustro de Sor Juana, que cada año levanta magistralmente la pintora y restauradora Laura Arellano, con monjas coronadas de tamaño natural. Como siempre, está dedicada a la ilustre poeta. También vale la pena la que instala el Museo Anahuacalli de Diego Rivera, que este año cuenta con la participación del estado de Chiapas, que muestra sus usos y costumbres para esta celebración.

Es importante transmitirles a los niños el gusto por estas tradiciones, ya que son elementos que dan un sentido de identidad y pertenencia, importantísimos en estos tiempos de globalización y violencia. Para ellos hay, en el Centro Nacional de las Artes, talleres para armar una ofrenda en miniatura, decorar una tumbita de yeso y se podrán disfrazar de catrinas y sus acompañantes. En el Zócalo, además de ver la gran ofrenda, pueden hacer la suya.

Parte fundamental de estos festejos es la gastronomía, así es que si van al Zócalo les propongo ir después a la tradicional Hostería de Santo Domingo, situada en Belisario Domínguez 70, que los recibe a la entrada con una bonita ofrenda, saborear un buen mole con arroz y frijolitos y de postre su calabaza en tacha; hay que apurarnos antes de que se nos adelanten los difuntos.

 
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