Usted está aquí: jueves 30 de octubre de 2008 Opinión La historia al revés

Abraham Nuncio

La historia al revés

En la capital de Nuevo León se rinde homenaje a los héroes de la patria en las figuras de Hidalgo, Morelos, Juárez y Escobedo. El lugar donde se erigen sus estatuas es la llamada Explanada de los Héroes. Siempre me ha llamado la atención la ausencia en ese espacio de una estatua que represente a fray Servando Teresa de Mier. Héroe sin duda de la pre Independencia, de la Independencia y de los primeros tientos institucionales de la nación liberada, en su tierra no se le ha reconocido tal condición para honrar su memoria como uno de los personajes de mayor estatura en las luchas fundacionales del México independiente.

El pasado 18 de octubre se cumplieron 245 años de su natalicio. El aniversario sólo fue recordado por la universidad pública en el curso de la cátedra que lleva su nombre y bajo la cual tuvo lugar la primera Bienal de Parlamentarios de la República Mexicana; el tema fue “Los grandes problemas nacionales”, y Samuel Schmidt dictó una conferencia plena de referencias y connotaciones cuya vigencia no pudo ser mayor.

La propia Universidad Autónoma de Nuevo León publicó Fray Servando: la mirada americana, de Susana Rotker. El acceso a tan seductor documento se debe a la generosidad del escritor Tomás Eloy Martínez, esposo de la autora hasta su muerte en un “accidente inexplicable”.

Brillante y certera, la ensayista venezolana despoja a fray Servando del prolijo anecdotario de su biografía y nos entrega el significado esencial de lo que fue su punto de mira: “abrir los ojos a sus compatriotas(…) para que no se fíen en que tienen justicia”. En él había germinado la descolonización cultural, base del pensamiento crítico sobre la relación metrópoli/colonia.

En el exilio a que lo obliga el régimen virreinal (la corona civil y la mitra eclesial), el dominico huidizo y propenso al torbellino conocerá de primera mano las miserias y cumbres de la Europa imperial. Su aprendizaje es rápido, y pronto se lo verá convertido en uno de los protagonistas de las revoluciones y la guerra donde va a participar en “más de 40 batallas”. (El sentido de la hipérbole, que siempre lo acompañó, no le resta méritos.)

Rotker lo ve como un Humboldt en sentido opuesto: el americano que examina costumbres sociales y hábitos políticos en los países europeos y en ellos va descubriendo vicios y distorsiones, crueldades y horrores. En el curso de su experiencia europea se afirma en su identidad nacional y en su criollismo nutrido de una historia ancestral que lo llevó a cuestionar la legitimidad de la conquista y la evangelización, y a denunciar la barbarie de los peninsulares respecto de los indígenas, su despotismo y su conducta represiva y golpista para impedir que fuesen difundidas las ideas de autonomía, soberanía popular y la propiedad originaria de la nación sobre los bienes reales. Quienes las proponían desde el cabildo de la ciudad de México fueron aniquilados.

Como muy pocos americanos de su época –también podría ser de la nuestra–, fray Servando deja de ver a las potencias occidentales con ojos prestados y de asumirse un ser inferior, según la pretensión imperial. Así se le verá combatir a quienes se inscriben en la corriente empeñada en denigrar a aquellos que ha colonizado y debatir en pie de igualdad con uno de los representantes de la ilustración española de mayor estatura: José María Blanco White, dominico como él y exiliado en Londres a causa de la intolerancia reinante en la península. En la polémica que sostienen en las páginas de El español, Blanco White aboga por unas colonias con cierto margen de mayor autonomía; Mier por su plena independencia. Es la mirada al revés, según Rotker, la que permite a fray Servando interpretar la historia objetivamente.

Traducido a un lenguaje contemporáneo, fray Mier fue no sólo un antimperialista, sino un precoz defensor de la democracia, si es que la igualdad y la representación son dos de sus fundamentos. En las Cortes de Cádiz, sin tener la investidura de un diputado de la Nueva España, pero con mayor influencia que cualquiera de ellos, combate la discriminación de que seguíamos siendo objeto a pesar del espíritu liberal de los constituyentes que se aprestaban a votar la nueva constitución española. Mientras que a la nobleza y al clero –el Estado de entonces– se le reconocen 174 votos, al pueblo se le asignaban 62 y a las colonias de América Latina y Filipinas sólo 22. Con el agregado, además, de que sólo los que disponían de cierto ingreso tenían derecho a votar. Dos siglos después, como lo ha visto Carlos Monsiváis, nos hallamos en semejantes circunstancias: sólo los que tienen dinero pueden aspirar a ser votados.

Servando fue abandonando sus convicciones monárquicas y abrazando la república en el curso de sus experiencias europeas y estadunidense. Napoleón lo convence de ese abandono y Agustín de Iturbide lo reafirma en él. Contra ambos lanzará sus dardos precisos.

Una interpretación epidérmica y maniquea de la historia ha colocado a Servando Teresa de Mier como el defensor del centralismo derrotado por el federalismo en un máscara contra cabellera donde el vencedor del encuentro será el campeón del federalismo, Miguel Ramos Arizpe. Es tiempo de hacerle justicia y verlo como el promotor de un federalismo moderado, que no fue otro por el que se pronunció, partiendo de una realidad que ya asomaba sus extremidades expansionistas desde nuestra potencia vecina.

En torno al Bicentenario se pretende reivindicar a otros personajes del proceso independentista. Enrique Florescano, por ejemplo, señaló a Iturbide durante un acto al respecto celebrado en Monterrey. Eso podría significar, si al propósito se lo manipula con intención metahistórica, que a fray Servando, su impugnador, se lo pudiera oscurecer. Ambos tienen un lugar en ese proceso. Pero aquel como un oportunista y éste como un héroe de ideas y acciones congruentes.

 
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