Foto: Francisco García Noriega

La Reforma de Córdoba:
su actualidad y sus desafíos

Carlos Tünnermann Bernheim (*)

La Reforma de Córdoba fue el primer cuestionamiento serio de la universidad latinoamericana tradicional y, según algunos sociólogos, marcará el momento del ingreso de América Latina en el siglo XX. Las universidades latinoamericanas, como fiel reflejo de las estructuras sociales que la Independencia no logró modificar, seguían siendo los “virreinatos del espíritu” y conservaban, en esencia, su carácter de academias señoriales. Hasta entonces, universidad y sociedad marcharon sin contradecirse, pues durante los largos siglos coloniales y en la primera centuria de la República, la universidad no hizo sino responder a los intereses de las clases dominantes de la sociedad, dueñas del poder político y económico y, por lo mismo, de la propia universidad. El Movimiento de Córdoba, que se inició en junio de 1918, fue la primera confrontación entre una sociedad que comenzaba a experimentar cambios en su composición social y una universidad enquistada en esquemas obsoletos.

La Reforma de Córdoba trajo a las universidades latinoamericanas la autonomía universitaria, como su fruto más preciado. Su conquista ha sido fundamental para el desarrollo de nuestras universidades desde entonces. La renovada función social de la educación superior defendida por el Movimiento Reformista, así como la elección de las autoridades universitarias por la propia academia y el cogobierno, son postulados que hoy están consagrados en las leyes y estatutos universitarios de la región. Córdoba marcará un hito en la historia de la universidad latinoamericana: “la Universidad, después de 1918, no fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que venía siendo, –afirmó Germán Arciniegas–, 1918 fue un paso inicial, la condición para que se cumpliera el destino de la Universidad en América como Universidad”.

Si bien la reforma no logró el cambio de nuestras universidades en el grado que las circunstancias exigían, sí dio pasos positivos en esa dirección. Su acción se centró, principalmente, en los aspectos organizativos del gobierno universitario, como garantía de la democratización que se buscaba. Fue menos efectiva en cuanto a la restructuración académica de la universidad, que siguió respondiendo al patrón napoleónico profesionalista. Pero, en una perspectiva histórica, Córdoba será el punto de arranque del proceso en marcha de la reforma que tanto necesitan nuestras universidades, proceso que debe conducirnos al diseño de un modelo más ajustado a nuestras necesidades, a nuestros valores y a nuestras genuinas aspiraciones democráticas. En este sentido, Córdoba sigue señalando el rumbo: robustecer nuestra propia identidad para dar una respuesta extrayendo de este movimiento lo que tuvo de auténtico, e inspirados por su misma vocación latinoamericanista.

Córdoba fue el primer paso. Un paso dado con pie firme y hacia delante. Con él se inició un movimiento original, sin precedente en el mundo. Ecos de este movimiento resonaron en el Mayo Francés, en Estados Unidos, en 1968, e incluso en la Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI (promulgada en París en 1998). El “Grito de Córdoba” no se ha extinguido. “Está aún en el aire”, como afirmó Risieri Frondizi. Así, Córdoba sigue siendo para nosotros, la reforma por antonomasia.

(Fragmento del capítulo “La reforma de Córdoba: vientre fecundo de la transformación universitaria”)

(*) Ex Ministro de Educación de Nicaragua durante los cinco primeros años de la Revolución Sandinista, embajador de Nicaragua ante Estados Unidos y la OEA (1984-1988) y ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de su país.