Usted está aquí: domingo 19 de octubre de 2008 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ Las turbulencias en el vacío

Ampliar la imagen Cotización del dólar el pasado viernes en la ciudad de México Cotización del dólar el pasado viernes en la ciudad de México Foto: Guillermo Sologuren

A largo plazo todos recurren a Keynes. De la nada, nada, decían los clásicos. George W. Bush vuelve al vacío y tartajea sus motivos para aplicar medidas de intervención estatal, para comprar acciones de bancos descapitalizados al borde de la quiebra; contra sus propias convicciones, contra la manera de ser americana, dijo. El mercado no alivia los males del mercado. No regular flujo y trasiego financiero equivale a dar patente de corso a mercenarios de la acumulación sin límites.

Del Hudson al Támesis, del Sena al Yang Tse Kiang. Y, ahora sí, como proponía Bush padre, del Yukon a la Patagonia, se acabó la fiesta, llegó la recesión. Sálvese quien pueda. Y se puede. El muy británico y muy apagado Gordon Brown recuperó la imagen de hombre de Estado con un golpe de auténtico dirigente laborista. Intervino el Estado y puso en claro que ante la recesión hay que gastar, hay que invertir. Al otro lado del Canal se reunieron los del sistema euro. Angela Merkel desechó el puritanismo conservador y el Bundesbank abrió las faltriqueras. Nicolas Sarkozy no requería conversión súbita: la derecha francesa, heredera de Charles de Gaulle, tiene como fuente y origen al Estado fuerte. En fin, la terca realidad se hizo presente y se acabó el paradigma neoconservador de libre mercado y desregulación absoluta del sistema financiero.

De este lado del río Bravo, las turbulencias irían del desfondamiento de la bolsa a las devaluaciones en cadena, con remates de centenares de millones de dólares de las reservas acumuladas por el Banco de México. Que no hay especulación dirían inicialmente tanto Agustín Carstens como Guillermo Ortiz. En este pueblo no hay ladrones: hay libre cambio. Pero en un abrir y cerrar de boca, los empresarios (algunos, exigirían los del CCE que se precisara) engulleron cerca de 10 mil millones de dólares, 10 por ciento de las elevadas y costosas reservas de las que tan orgullosos estaban en Hacienda y el Banco de México. Hay que investigar. Hay que integrar una comisión. Al paso del tiempo, algún legislador de la pluralidad que empieza a inclinarse hacia la unanimidad pedirá que se nombre un fiscal especial para determinar si hubo especulación financiera o simplemente no se han convencido nuestros notables de que pereció el paradigma de marras.

Por lo pronto, Felipe Calderón acudió a las cámaras de la televisión y anunció lo que fuera vedado: aplicar medidas económicas “anticíclicas”. A corto plazo, propuso el gasto de miles de millones de pesos en obras de infraestructura y generadoras de empleos. Y la inmediata construcción de una refinería. Como en las comedias ejemplares, apareció un dinero guardado y no tuvimos que esperar la perforación en aguas profundas para hacernos del “tesorito” que nos permitiera construir refinerías y dejar de importar gasolinas. A caballo dado no se le ve el colmillo. Hay dinero y siempre tuvimos capacidad en ingeniería y tecnología aplicada a la refinación. De los veneros del petróleo, ni hablar. Felipe Calderón decidió ejercer las facultades que la ley le señala; y emergió la rectoría del Estado en el sistema de economía mixta que ha sido tradicionalmente el nuestro.

Motivos para posponer el pánico. Aunque aflora la desmesurada incoherencia de un gabinete que da palos de ciego y exhibe supina ignorancia en lo que hace a los asuntos de la cosa pública; dislalia en economía y autismo en lo agropecuario. De gobernabilidad y el foso aterrador de la inseguridad nacional, mejor no hablar por ahora, mientras dure el veranito informativo debido al miedo a la recesión entre los oligarcas y el ánimo exacerbado de los pobres: la nota roja, el recuento de muertos dio paso a las cuentas de la enésima crisis económica. Pero ésta es global, de veras, no como las filias y fobias del doctorcito Zedillo. Y las turbulencias del tipo de cambio que Guillermo Ortiz ve pasajeras, nada son frente al vacío de la tormenta perfecta. Dicen los expertos que se empieza a hablar del peligro de una recesión cuando ya estamos en ella. Va para largo.

Menos mal que nuestra crispación artificiosa llegó al punto en que los extremos se tocan y se confunden. Los desgarramientos del tronco común dieron paso a nuevas enramadas, injertos, a desprendimientos para trepar, como la mandrágora, en el primer muro a la mano. La marcha de los sonámbulos llegó al filo del abismo y pausadamente volvió atrás para seguir dando vueltas a la noria. Con el susto de la caída de Wall Street se tendieron las manos los que se habían alegrado con el susto de la caída del muro de Berlín y los que se habían refugiado en tardía pasión platónica con la democracia electoral. En San Lázaro aprobaron por unanimidad el presupuesto de ingresos para 2009. César Duarte se puso de pie y encabezó el coro que entonó el Himno Nacional; Héctor Larios, Javier González Garza y Emilio Gamboa fueron un trío bien concertado.

Llegó la hora de hacer política: al menos hacer como que se hace política, o abandonar el campo a otros gesticuladores que van a capitalizar el vuelco al vuelco que se avecina: hoy gana el PRI en Coahuila y va a hacerse de la mayoría en las elecciones de diputados de 2009. Manlio Fabio Beltrones consolida liderazgo, mientras Gustavo Madero capitaliza la defenestración de Santiago Creel, y Carlos Navarrete hace equilibrio entre la inestabilidad del PRD y la inamovilidad de Andrés Manuel López Obrador. Ergo, uno a uno se aprueban en comisiones los siete dictámenes de la reforma de Pemex. Ah, la dicha inicua del consenso soñado. No ha de ser aunque llegase a darse. Francisco Labastida preside lo que pudiera ser su consagración como elder statesman, o salida de escena como villano de ópera. Graco Ramírez lanza los dados, juega mentirosa veracruzana con Pablo Gómez como censor; pero los del PRD tienen el cubilete en la mano. Mientras menos se diga del panista Juan Bueno Torio, mejor.

Porque puede haber acuerdo sin traicionar principios, sin negar orígenes ideológicos, sin ceder en lo fundamental: la propiedad soberana del petróleo nacionalizado. Nada queda de la iniciativa presentada por el titular del Poder Ejecutivo. De los detalles que alientan la suspicacia opositora entre las fracturas del PRD y la tozuda inflexibilidad lopezobradorista, lo único capaz de hacer fracasar la iniciativa plural de la reforma sería el intento de revivir los contratos de riesgo, bajo cualquier nombre, simulados o asimilados a presuntas exigencias del flujo de capitales y de tecnologías; a la urgencia artificial del precio del crudo, al alza a pesar de las reducciones al ritmo de la manipulación de la muy visible mano del mercado.

De la nada, nada. Crisis financiera sistémica, economía en recesión. Se acabó el paradigma del libre mercado, sin regulación alguna. Crisis global para concluir el ciclo de la farsa neoliberal nativa que se tradujo en cinco lustros de crisis económicas recurrentes. Crisis de las clases dirigentes; concentración brutal de la riqueza y multiplicación geométrica de la pobreza.

Ábaco en mano y cabezas vacías, proponían la inserción a la modernidad mercantil; ciegos a la realidad poscolonial. Y entregaron el poder constituido a personeros del poder real, el del dinero, las armas, la Iglesia.

Vuelto Keynes a los altares, vale retomar las palabras de Thomas Mann: “En nuestro tiempo, el destino del hombre se presenta a sí mismo en términos políticos”.

 
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