14 de octubre de 2008     Número 13

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

1er ANIVERSARIO

DESDE el cine de animación

Monitos mexicanos en los tiempos de rancho grande

Juan Manuel Aurrecoechea

En los años 30s del siglo XX el cine, la radio, los discos y la historieta inventaron un campo idílico que no tenía nada que ver con la cultura campesina, la tierra y la reciente Revolución. Las industrias culturales propagaron una imagen bucólica, inocente y pacífica, que sólo existió en el imaginario de una sociedad que se ubanizaba.

Allá en el rancho grande (Fernando de Fuentes, 1934), la película fundacional de la exitosa cinematografía nacional, fijaría el estereotipo de un país campirano, folclórico y digno de exportación. La cinta se anunció como “la versión documental (sic) y colorista de lo que es México (...)”, al mostrar “la belleza de nuestros paisajes, el sabor de nuestras costumbres y el cálido grito de nuestra música popular (...)”


Don Catarino y su apreciable familia, de Salvador Pruneda e Hipólito Zendejas

Y en esos años de rancho grande, en el iterregno entre la Revolución y el cardenismo, también nacieron nuestros dibujos animados, que humildemente se sumaron al nacionalismo, mexicanizando el lenguaje de las “caricaturas” importadas. Los jóvenes que emprendieron la tarea pensaban que “películas de muñequitos muy mexicanas” tendrían un éxito similar al de Walt Disney. ¿Por qué no buscar en un charrito el equivalente nacional al pato o al ratón que representaban al país más poderoso del orbe?

Así, el primer personaje de nuestros dibujos animados fue Don Catarino, un charro de Silao, medio calvo, de bigote ralo y panza prominente, que protagonizaba la historieta Don Catarino y su apreciable familia ( El Heraldo, 1921), creada por Salvador Pruneda e Hipólito Zendejas. El cómic explotaba la grotesca incapacidad de Don Catarino para vivir en la “moderna” ciudad de México. La película que adaptó sus aventuras no se concluyó, pero quedó registro de una escena en que el charrito de Silao echa bala al firmamento al tiempo que “raya” su caballo, y de otra, en que el caballo se pone a discutir con un teléfono de pared que termina propinándole un puñetazo.

Estereotipos rurales. Tras el intento de Pruneda, el doctor Alfonso Vergara produjo cuatro cortos de temática ranchera. La noche mexicana recreaba una típica posada que deriva en la fenomenal guarapeta de un salvaje macho mexicano –sombrero de ala ancha, pistola y bigote de aguacero— que acaba primero con el pulque y luego con la fiesta misma. Las cinco cabritos y el lobo es una copia de Los tres cochinitos, de Walt Disney. La publicidad destacaba: “es mexicana la cabaña de los corderitos, con piso de ladrillo, sillas de Cuernavaca, trastero con jarros oaxaqueños (...)” El nacionalismo de la cinta parecía meramente epidérmico, pero al final, en el que uno de los cabritos se apiada del lobo que devoró a sus hermanitos, se aparta del esquema disneyano. En El jaripeo y El tesoro de Moctezuma aparecían Chema y Juana, la pareja ranchera creada en 1932 para el cancionero anual de la Sal de Uvas Picot. En ambos Chema, tras suculentos banquetes, padecía indigestas pesadillas que aliviaba Juana con el popular efervescente.


Chema y Juana, en el cancionero anual de la Sal de Uvas Picot

Estas películas contribuyeron a la caricatura del México rural y a fijar un estereotipo que más que símbolo de identidad, sirvió como el referente del que pretendía distanciarse un país que ya se proclamaba urbano y moderno.

Para que el charro caricaturesco, escandaloso, macho y empistolado se convirtiese en emblema del México rural, se requería mucho más que unos cuantos cortos de dibujos animados con escaso público y de efímera existencia. Aquellas “películas de muñequitos” fueron una rareza desde su aparición, pero son constancia del esfuerzo creativo de un grupo de jóvenes y testimonio de un fracaso que, como otras muchas frustraciones nacionales, nos dibujan mejor que nuestros éxitos.

Para fijar en el imaginario nacional un equivalente al Mickey Mouse no sólo se requería talento, sino toda una industria y, aunque parezca exagerado, una verdadera estrategia de Estado. La estrategia que se propuso entronizar un charro edulcorado por al “magia” de los dibujos animados provendría más del gobierno de Estados Unidos que del mexicano.

Disneymanía. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Asuntos Interamericanos de Estados Unidos emprendió una nueva conquista espiritual de América Latina que pretendía convencer de las bondades del american way of life. Apeló a Walt Disney, quien en 1941 y 1942 produjo cortos y películas como Saludos amigos y Los tres caballeros.

Un loro brasileño llamado Paco Carioca, un avioncito chileno humanizado, un Tribilín gaucho y un gallo mexicano nombrado Pancho Pistolas, contribuyeron a entronizar la disneymanía que prevalece hasta nuestros días, como documentan los dibujos que adornan los muros de todos los jardines de niños.


Paco Carioca, Pato Donald y Pancho Pistolas en Los tres caballeros, de Walt Disney

Casi todo México se sintió orgulloso de la deferencia de Disney al incluir entre sus personajes a un mexicano “tan simpático” como el gallito. El entonces secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla, declaró que “Disney ha puesto sus facultades extraordinarias y su estro deslumbrante y fecundo al servicio de la unión de los pueblos de América”. Alejandro Buelna, director de Turismo, le agradeció por “la maravilla de cambiar por completo ante el mundo el concepto falso de un México decrépito, con todos los vicios y ningunas virtudes. Había que acabar con el México que olía a pólvora y a una moneda falsa, para presentar el alma nacional, sus costumbres y virtudes de pueblo que se esfuerza para elevarse del lugar en que se le ha colocado”.

Por las supuestas aportaciones de Los tres caballeros, “el pintor cinematográfico de nuestro México, tradicional y vernáculo” –como se calificó a Disney—recibió la máxima distinción del gobierno mexicano a un extranjero: la Orden del Águila Azteca. Pancho Pistolas, emblema del México típico y rural, concebido por el turista perfecto que era Disney, recibió múltiples elogios. Hubo voces discordantes. Salvador Novo escribió: “lo que faltaba (...) se aplaude que un país –y se aplaude en ese país— se ilustre por el símbolo de un ave de corral con pistolas y desplantes a la Jorge Negrete (...) La visión de México que esta película presenta me parece lamentablemente idéntica a la que imagino disfruta cualquier turista texano cuando, ya bastante borracho, aplaude en las variedades de El Patio lo que toma por la expresión auténtica de México”.