Usted está aquí: domingo 12 de octubre de 2008 Política Mar de Historias

Mar de Historias

Cristina Pacheco

Tres a la mesa

Por primera vez Emma se alegra de saber que Marco Antonio regresará a la casa más tarde que de costumbre.

Cuenta con dos horas para vaciar la habitación que ella y su marido convirtieron en estudio común hace ocho años y que a partir del lunes volverá a ser el cuarto de su hijo Rodrigo.

Emma sabe que debe actuar de prisa, encontrarles un sitio adecuado a los discos, la bicicleta estacionaria, la tele chica, las revistas que a Marco Antonio le gusta coleccionar. Se pregunta en dónde pondrá todos esos objetos sin que causen impresión de hacinamiento y desorden. Marco Antonio aborrece el caos doméstico, fue motivo de muchos disgustos con su hijo y si algo se recrimina es no haber sabido inculcarle al muchacho el espíritu del orden.

Ante el trabajo que le espera, Emma siente que le faltan las fuerzas. Tal vez debió seguir el consejo de su hermana Joyce y hablarle a Marco Antonio para advertirle que la remota posibilidad de que Rodrigo volviera a casa se había convertido en un hecho a plazo fijo: “Mamá: ya no puedo quedarme aquí. Tengo que desocupar mi depa el domingo. La cosa está de la patada. ¿Puedo irme con ustedes el lunes?” Emma preguntó: “¿este lunes?” Rodrigo sólo quiso saber si su padre estaría de acuerdo. “Sí, claro. Tú sabes cuánto sintió que te fueras de la casa.”

Por la mañana, al colgar el teléfono, Emma se sorprendió de no sentirse tan feliz como supuso que lo estaría cuando su niño regresara. Durante mucho tiempo anheló los momentos en que habían sido tres a la mesa; ahora que está a punto de restablecerse esa situación sus sentimientos son una mezcla de gusto, temor y desaliento.

II

En el estudio sólo quedan el love-seat y el librero. Emma escucha la puerta del garaje y enseguida la voz de Marco Antonio saludando al conserje. Espera que, como en otras ocasiones, don Mariano lo entretenga narrándole algunas de las historias sangrientas que circulan por la colonia. Eso le daría tiempo para ordenar sus pensamientos y asumir la expresión alegre de quien es emisario de una buena noticia.

Antes de lo esperado Emma oye la voz de su marido en la casa. Sale del estudio, pero tiene la precaución de cerrar la puerta.

–Creí que ibas a tardarte más.

–¿No querías que llegara? –pregunta Marco Antonio en broma mientras se afloja el nudo de la corbata. –A ti, ¿cómo te fue?

–Primero cuéntame tú –dice Emma ayudándolo a quitarse el saco.

–Ya sabes cómo son esas juntas: puro bla-bla-bla. Me costó mucho trabajo no quedarme dormido –Marco Antonio entra en la cocina y se sirve un vaso de agua helada. –¿Novedades?

–Rodrigo me llamó a la oficina.

–¿Y ese milagro? –Marco Antonio reaparece en la sala-comedor: –nos habló el domingo y por lo general tarda mucho más en comunicarse. ¿Está enfermo?

–No, al contrario: lo oí muy bien.

–¿Dinero?

–¿Qué cosa? –Emma se busca en el bolsillo: –ay, creí que había perdido mis llaves.

–Que si Rodrigo te pidió dinero.

–No, para nada.

–¿Cómo anda en su trabajo?

–Bien, pero después de todo lo que está pasando ni en sueños le darán su aumento. Le digo que no se preocupe y que dé gracias de que la fábrica siga funcionando. Otras ya cerraron.

–Es la mejor noticia que pudiste darme este día. Tuve problemas desde en la mañana y para colmo ¡la juntita! La soporté con la ilusión de llegar a la casa y de que cenáramos en el estudio. Me gusta tanto ese cuarto…

–A Rodrigo también.

–No parecía. Mientras vivió aquí se la pasó quejándose porque era muy chico y sin baño privado.

–Haber vivido ocho años lejos de nosotros le sirvió para madurar –Emma aspira y se esfuerza por sonreír:

–Te aseguro que lo disfrutará muchísimo.

–Si es que algún día se digna volver a la casa –se acerca y toma a Emma por los hombros: pero no te hagas muchas ilusiones. Eso no ocurrirá mañana ni pasado…

–No: el lunes –nota el desconcierto de su esposo: –Rodrigo me llamó a la oficina para decírmelo. Me preguntó si estarías de acuerdo y le dije que sí. ¿O no?

–El lunes. ¿Este lunes? –Marco Antonio toma asiento: –debió avisártelo antes. ¿En dónde lo vamos a instalar?

–En el estudio, después de todo era su cuarto.

–Se suponía que esta casa le resultaba incómoda, asfixiante. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?

–Le duplicaron la renta del departamento y con lo que gana ya no podrá pagarla –Emma se sienta al lado de su marido: –Rodrigo sigue ganando lo mismo desde hace dos años, pero todo está cada día más caro y la gasolina sube casi a diario. Al pobre le sale como lumbre ir de Narvarte a Lechería.

–¿Tiene que ir al trabajo en coche? Ya hay tren.

–Por favor, Marco Antonio, parece que no estás de acuerdo en que el niño vuelva.

–¿El niño? Rodrigo tiene 24 años.

–No los cumple hasta diciembre.

–No veo la diferencia –Marco Antonio se mira las manos entrelazadas: –a su edad yo podía mantener a mi familia. No les di lujos, pero nunca les faltó nada.

–Eran otros tiempos. Ahora todo es muy difícil para los jóvenes. No les dan trabajo porque les falta experiencia, y les falta experiencia porque no les dan trabajo.

–La vida es difícil para todo el mundo, hasta para los niños, así que Rodrigo no es la excepción. Además, no debería quejarse: al menos tiene chamba.

–Creí que su regreso iba a darte gusto.

–Me da, te lo juro –observa a Emma: –y tú, ¿cómo te sientes?

–Contenta de que voy a tener a mi hijo aquí –desvía la mirada: –no sé si vaya a ser fácil. Rodrigo vivió solo bastante tiempo. En muchas cosas habrá cambiado.

–Nosotros también. Cuando él se fue no trabajabas, ahora sí. Espero que lo comprenda y no vaya a querer que lo atiendas como antes.

–Seguro que lo entenderá –Emma mira hacia la cocina: –has de tener hambre. ¿Cenamos?

–Pero no cocines. ¿Qué te parece si tomamos queso y jamón con un vinito? Tráetelo todo al estudio mientras yo busco alguna música agradable. Total, después de todo estamos celebrando el regreso del niño.

III

–¿Por qué no me consultaste? –en el estudio semivacío, Marco Antonio mira a su alrededor: –al menos te hubieras esperado para que te ayudara a sacar las cosas.

–Me pareció que ibas a llegar muy cansado.

–Esta casa también es mía, Emma. Tengo que saber lo que sucede aquí.

–He cambiado los muebles de lugar mil veces sin consultártelo y nunca te importó.

–No es lo mismo. Este cuarto era nuestro estudio, algo que construimos para los dos.

–El resto de la casa también.

–Sabes de qué estoy hablando. Por cierto ¿dónde pusiste los compactos y mis revistas?

–Una parte en el clóset, la otra en el trinchador.

–¿El love-seat se va a quedar aquí?

–Para que duerma Rodrigo.

–¿No se va a traer los muebles que tiene en su departamento?

–Los vendió. Necesitaba el dinero.

–Tu niño mide uno noventa –palpa el love-seat:

–Aquí dormirá incomodísimo.

–Tendremos que comprarle una cama y otras cortinas con forro de aluminio porque le molesta mucho la luz.

–Emma, ¡por Dios! Tu hijo regresa al departamento de sus padres, no al Sheraton.

–¡Está bien! No cambiaré las cortinas.

—A ver en cuánto nos sale la dichosa cama –Rodrigo se asoma a la ventana: –¿te dijo cuánto tiempo piensa quedarse.

–Se me hizo feo preguntárselo, pero supongo que será una temporadita mientras se componen las cosas.

–Por mí lo que él quiera está bien. Pero acuérdate de una cosa: trabajas y no puedes atenderlo como antes –sonríe con malicia: –espero que no le vaya a dar por traerse a su compañera en turno.

–No, viene solo. Al menos eso creo. ¿Ya cenamos?

–¡Aquí! Tenemos que disfrutar mucho de este cuarto antes del lunes –Rodrigo se acerca y acaricia la mejilla húmeda de su mujer: –estás llorando. ¿Por qué?

–De alegría, porque otra vez vamos a sentarnos los tres a la mesa.

 
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