Usted está aquí: domingo 12 de octubre de 2008 Opinión Los mundos excéntricos de Alfonso Mateo-Sagasta

Feria del libro en el Zócalo

Eduardo Monteverde

Los mundos excéntricos de Alfonso Mateo-Sagasta

Ampliar la imagen Alfonso Mateo-Sagasta, historiador y geógrafo español Alfonso Mateo-Sagasta, historiador y geógrafo español Foto: Marina Taibo

“Las paredes estaban cubiertas de estantes de obra hasta el techo y revestidas de azulejos de Talavera. En éstos se hacinaban tarros de cerámica con todo tipo de hierbas y especias, minerales, animales disecados, en el centro de la habitación, bajo el cadáver de un buitre que colgaba del techo con las alas extendidas y sobre una tarima cubierta con una alfombra, había una mesa de madera enorme con una escribanía rodeada de almireces, balanzas, redomas y probetas. En un lado destacaba un denso ramo de hinojo de violentas flores amarillas.”

En una mezcla de olor a mostaza y clavo, esta oficina del médico en el siglo XVII es una estación en el trajinar de un joven que busca al autor de la segunda parte de El Quijote. Desenmascarar al bribón es su tarea, a través de la que se va describiendo el Siglo de Oro español. Si el personaje se detiene en ese gabinete, es porque en sus avatares requiere con urgencia una hemorroidectomía y cae así en manos de un fraile cirujano. Uno de los mundos excéntricos en Ladrones de tinta; Ediciones B, 2006, otros son las cortes, tugurios de jugadores, tascas y vecindades, la política y la Iglesia, personajes de la imaginación alternan con los recreados: Lope de Vega, Quevedo, Góngora y, por supuesto, Cervantes.

Esta novela empieza donde la historia se termina, esa historia densa y académica da datos, nombres y fechas, para que la imaginación se desate en los humores del XVII castellano. Es literatura que comparte argumentos con la historia. Su autor, Alfonso Mateo-Sagasta (Madrid, 1960), parte de la necesidad humana e inmemorial de narrar, inclusive, inventando la memoria sin que esto implique falsear lo ocurrido, es un recurso para que sobrevivan pueblos y personas, aunque mientras más se acerca a la verdad, comprende que se distorsiona al igual que el trazo de una línea se difumina en la visión. No hay exactitudes, hay semblanzas, dice este género literario y lo ocurrido se muestra, quizás no con el puntillismo de lo que ocurrió, pero sí con el marcapaso aleatorio de las emociones. No hay una métrica exacta para el pasado, los metrónomos no funcionan, se aturden y es aquí cuando entra el narrador de lo que fue, pero también de lo que pudiera haber ocurrido. Los tiempos de este género literario están también en los modos del subjuntivo.

Mateo-Sagasta es historiador y geógrafo por la Universidad Autónoma de Madrid, con especialidad en historia antigua y medieval, ha sido arqueólogo, gambusino de necrópolis, descubridor de un monasterio del siglo XII, existente, mas perdido en el olvido, que surgió de la memoria con la eufonía de los terrenos de Buenafuente. La arcilla y la mampostería dejan huellas que recorre el investigador y transforma el literato para re-crear los rumbos sobre los que anduvieron los personajes y éstos son, los protagonistas o secundarios, quienes hacen oscilar las emociones. No es llenar las estructuras de la arqueología o la arquitectura, sino lograr que salgan de ellas quienes las habitaron. Así es la búsqueda de Avellaneda, el supuesto autor de la segunda parte de El Quijote, ¿o puede ser Jerónimo de Pasamonte?, en un Madrid de canícula, soporoso al medio día, trepidante en los crepúsculos, y más, cuando se piensa que la gente se recoge. Es aquí cuando la picaresca aparece, con la cual, el siglo XVII sortea la Inquisición y los mundos se vuelven excéntricos y los personajes extravagantes, aunque habituales de lo cotidiano.

“Doña Micaela me esperaba en el estrado vestida de noche, sentada sobre una colorida alfombra persa y medio recostada en almohadones de seda. En los cuatro ángulos de la estancia había búcaros rellenos de agua perfumada que no dejaban tapar el lejano olor a cal de los muros recién enlucidos”, esto en cuanto a los ámbitos de la nobleza con recuerdos precisos de los bazares que ocuparon la península. Lo popular se materializa en la luz: “En la calle apretaba el calor. La superficie del suelo la formaba una película de finísimo polvo que se levantaba al mínimo contacto. Era como andar en un lecho de ceniza. No soplaba ni la más ligera brizna de aire. Con la garganta seca, hice una parada en una esquina para tomarme un sorbete”…, o lo urbano se esfuma en lo tenebroso: “Todavía había plumas por el suelo del zaguán desde la tarde anterior, aunque apenas quedaban restos de las tripas. Las ratas del entorno, gordas como melones, habían hecho bien su trabajo (…) Volví a la calle dispuesto a pasear pacientemente. Me entretuve ante una tienda de postizos, los pelos de muerto siempre han ejercido sobre mí una intensa atracción repulsión que no puedo controlar, y fui atacado por las ocas que han hecho de la plazuela de San Juan su territorio”. Y de nuevo con los personajes, ahora de la canalla donde dejan ciegos a los niños con hierro al rojo para gozar de los beneficios de una cofradía: “Dice que se limita a hacer realidad eso de que los niños llegan con un pan debajo del brazo. Somos pobres, don Isidoro, y Santiago piensa que se ganarán mejor la vida siendo ciegos, por eso de los beneficios de la cofradía…”

Arqueología de los humanos que no es esencialmente historia, pero sí la historia en los agujeros negros donde no penetra la academia. La historia no es una ciencia y sus estudiosos confunden la información con la amenidad cuando se refieren a la novela histórica, la digestión fácil, aunque para el lector o el escritor sea fácil digerir la cofradía de los niños ciegos. Y, ¿Cervantes sería así?: “Don Miguel yacía con los ojos cerrados. Se había quedado inmóvil y su respiración era profunda y tranquila. En aquel momento parecía frágil y desvalido. Sus ojos se hundían en las órbitas sellados por unos párpados de papel de arroz”. No importa, es tan fiel como un retrato de la época, aunque el escritor del género se convierta en una suerte de pintor con hipermetropía que se pone lentes para evitar las distorsiones en tanto se aproxima a lo ocurrido.

Alfonso Mateo-Sagasta, además de geógrafo, historiador y arqueólogo, ha sido librero en su ramo, y carpintero. Incursiona en la novela histórica con El olor de las especias, Ediciones B, 2006, libro de aventuras y viajes por una España cuyas atmósferas están dadas por paisajes y aromas en el universo de los cristianos, árabes, judíos, aldeas y castillos del siglo X, mundos excéntricos en la paradoja de la misma convergencia que es la península ibérica.

La extravagancia de la novela histórica

No se refiere a rareza sino a las órbitas del género fuera de los datos de la academia, al énfasis en el afecto y las emociones. Otra novela de Mateo-Sagasta es El gabinete de las maravillas, Ediciones B, 2006, en la saga de Ladrones de tinta. Es una narrativa de acción con homicidio e ingredientes de la novela policiaca, pero en el género histórico, es inevitable traer la sentencia de André Gide sobre las novelas de detectives: “Cada personaje trata de engañar a todos los demás y la verdad sólo se vuelve lentamente visible a través de la neblina del engaño”. La diferencia entre el historiador y el escritor de novela histórica está en que al primero le interesa sacar la verdad documental, mientras que el segundo viaja a la velocidad de las sombras. La primera sección del gabinete, libro importante para la historia de la ciencia, se titula Naturalia, una introducción a través de atmósferas, cortinas que develan la inquietud científica en una cámara: “En los estantes bajos se veían todo tipo de aves y animales disecados, y en los altos una hilera continua de frascos rellenos de un líquido ambarino en el que flotaba una increíble colección de peces y reptiles con apariencia de estar vivos y dispuestos a saltar al cuello del primer curioso que se acercara”. Es la parte de un palacio con cámaras y recámaras que guardan cuernos de unicornio, cráneos de elefante, el gusto o manía renacentista y producto de la navegación, que trae ídolos y curiosidades de las colonias, sobre todo, de la América. En medio de este frenesí coleccionista, aparece un cadáver fresco, sin momificar; lo más vivo entre los especímenes, junto a un telescopio. “Pero este torrente de imágenes y sensaciones no sólo no bloqueaba la mente, sino que la preparaba para lo maravilloso, lo increíble”. Esta oración revela, al mismo tiempo que describe, el oficio del escribir novela histórica.

Las tres novelas mencionadas recurren sin escatimar a la alegoría y la metáfora, al mito y a la destreza narrativa, proscritas en la historia ortodoxa, pétrea e insufrible, aunque de Mommsen se trate, ese historiador que ganó un premio Nobel de Literatura.

Una nueva historia

Si la historia, dicen, sirve para traer el pasado para comprender el presente, Mateo-Sagasta lo consigue incursionando ahora en la evolución humana y trae un vestigio al siglo XXI de un antecesor vivo del homo sapiens; una mujer homo erectus conviviendo entre nosotros. Llegó a Europa trajinando del Este, su ADN es encontrado por accidente y se desata lo exótico en la España actual. No puede haber encuentro de mundos más excéntricos, que meter a la historia natural en el seno de la historia, sobre todo, de la novela histórica al presentar una tribu perdida de lo que fueran las Indias Orientales. El meollo de la imaginación, un golpe al racismo en la síntesis de las diferencias.

 
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