Penultimátum
■ Montaje fallido
Si la obra tuvo un lanzamiento mediático impresionante fue por el dramaturgo, que la escribió en 1938 en Polonia, país donde nació Juan Pablo II, el autor de El taller del orfebre, pieza teatral en que, según el resumen más exacto, se narran las complicaciones del amor y el desamor de varias parejas que vivieron en distintas épocas de la humanidad, comenzando por Adán y Eva. Como ahora se sabe, estos últimos tuvieron tantas desavenencias que a punto estuvieron de solicitar el divorcio a las permisivas autoridades de entonces. Pero aún con la importancia del tema que aborda y el aparato mediático que acompañó el reinado del citado pontífice, su obra de teatro no fue el suceso mundial que esperaba la burocracia vaticana. Ni siquiera entre los creyentes. En el México siempre fiel se estrenó en 1985 con un elenco encabezado por Erick del Castillo, Magda Guzmán, Odiseo Bichir y Gabriela Goldsmith. Fue esta última la que más empeño puso para, casi un cuarto de siglo después, reponerla en el feudo del cardenal Norberto Rivera. El pretexto para ello fue doble: develar en la Catedral la placa por las 500 representaciones y aprovechar la marcha del 30 de agosto pasado, en la que se exigió al gobierno poner fin a la ola de violencia, secuestros e inseguridad que reina en todo el país. La marcha la organizaron y patrocinaron destacadamente quienes apoyaron la elección del licenciado Calderón. Lo de sumar la presencia de los protestantes lo definió muy bien Gabriela Goldsmith, cabeza del elenco de El taller del orfebre: “del Zócalo se pasan a Catedral”.
Pero ni con la publicidad eclesiástica, ni por tratarse de una escenificación de grandes dimensiones, con orquesta en vivo, melodías de Vivaldi interpretadas por músicos y sopranos rusos, acróbatas y bailarinas en forma de ángeles que volaban por el escenario, hubo el éxito esperado. Por el contrario, se impuso la mala calidad del espectáculo, las fallas técnicas, el sonido deficiente. Para colmo, se retrasó el inicio de la función, por lo que algunos de los asistentes expresaron su inconformidad. Algo fuera de tono, pues la inmensa mayoría eran integrantes de las órdenes religiosas que existen en la ciudad.
Pese al fracaso, prometieron iniciar con dicha obra una gira internacional que debe concluir en Roma. Lograrlo depende del cardenal Rivera, ahora de visita en esa ciudad con motivo del sínodo de obispos que analiza la forma de revitalizar a la Iglesia católica, “devastada por los jabalíes del relativismo y la increencia”, como reconoce Benedicto XVI. Hay dos pequeños problemas para presentar la obra: los bonos del cardenal están a la baja en el Vaticano por su presunto apoyo a un cura pederasta y sus desaseos políticos; y al Papa no le gusta el teatro. Sus amores son los gatos y la música de Mozart.