Usted está aquí: jueves 9 de octubre de 2008 Opinión La crisis y las generalidades

Adolfo Sánchez Rebolledo

La crisis y las generalidades

Los que no somos economistas estamos condenados a explicarnos la crisis a partir de generalidades, pero mucho me temo que gran parte de los especialistas saben menos que el ciudadano medio, pues éste, al menos, lleva el pulso cotidiano de la economía en el bolsillo y conoce sus sistemas de alarma. Me pregunto, ¿qué significan en realidad las declaraciones del presidente del Banco Mundial cuando afirma que la crisis financiera mostró “el lado oscuro de la conexión global” y, en consecuencia, la “cruda realidad” es que el sistema multilateral vigente “ya no funciona”. Pareciera como si de pronto los globalifóbicos, denostados por las buenas conciencias del consenso de Washington, se hubieran apersonado en los cubículos del Fondo Monetario Internacional e instituciones semejantes para dictarles los discursos a los hasta ayer prohombres de la globalización.

Quién iba a imaginar hace poco –no desde luego los chicos de Hacienda en México– que llegaría el día en que (a la manera de los neopopulistas) desde allí se reinvindicaran los estados nacionales o la intervención del Estado, cuya muerte había sido decretada una y mil veces desde la extinción catastrófica de la vieja Unión Soviética.

Ahora resulta que la crisis amenaza a todos, pero en particular a los países “en desarrollo” (p.e. México), candidatos inevitables a llevarse la peor parte en la “disminución del comercio, los flujos de capital, las remesas y la inversión interna, así como una desaceleración del crecimiento”, que se avecinan.

“Necesitamos una nueva red multilateral para una nueva economía mundial”, dice Mr. Z. pero ésta es la hora de las generalidades y nadie sabe qué hacer si no es no esperar a que la crisis haga por sí misma su labor de limpieza, tanto más cruel por cuanto hoy está en juego la estabilidad planetaria y la existencia de millones de personas en el mundo entero. Así que no hay razón alguna para el optimismo.

La crisis avanza hacia “la economía real”, un eufemismo cuyo sólo enunciado es prueba de la irracionalidad del funcionamiento general del sistema. O, como lo ha dicho puntualmente A. Gazol en un reciente artículo: “Finalmente, hoy, como en 1929, el principio de la crisis se encuentra en la incontenible tendencia a la ganancia fácil, inmediata, sin riesgo aparente, porque se ha querido creer que se está en un mercado en el que todos ganan siempre (todavía nadie les ha dicho que eso no ha existido, no existe y, probablemente, no existirá nunca).”

Esas ideas, por desgracia, no desaparecerán de la escena. Su fuerza estriba en la tozudez de sus voceros, determinada por el peso de los intereses que éstos representan. Véase a propósito la resistencia ideológica de los republicanos a votar una ley que abría las puertas a la intervención del Estado o, para no ir más lejos, el superficial optimismo de nuestras autoridades tan proclives a ver la paja en el ojo ajeno sin notar la viga en el propio.

Pero las recetas no funcionan, como lo prueban las caídas sucesivas de las bolsas, no obstante la magnitud del “rescate” de última hora. Cuándo y cómo acabará esta situación nadie lo sabe. Y tal vez sea pronto para decirlo, pero si de aquí no surge una alternativa al tipo de sistema que hoy está en riesgo grave, la sociedad humana podrá despeñarse por nuevos abismos de barbarie.

Las lecciones del 29, por desgracia, no solamente se refieren al funcionamiento del modelo económico, sino a sus posibles resultados en términos sociales y políticos. Y más vale tomarlas en serio. Reditar la política del New Deal –o algo equivalente– no es fatal, aun si vence Obama apoyado por los Clinton. En el escenario global, la posibilidad de una salida aún más excluyente (y por qué no más autoritaria) siempre está latente, a menos que las sociedades empujen a sus estados en un rumbo diferente al que indica la defensa a ultranza de los grandes intereses en juego.

En otras palabras, la reorganización posterior a la crisis puede no ser satisfactoria para países como el nuestro, agobiados por la desigualdad, si el gobierno y la sociedad no están dispuestos a pagar un precio por la sustitución del “modelo” en bancarrota. Y eso implica espíritu de sacrificio, organización, realismo y reconocer que hay otros “sujetos” capaces de dirigir la economía.

No creo que la crisis actual revitalice las doctrinas marxistas tal como existieron hasta la caída de la Unión Soviética, pero es un hecho que la crítica al capitalismo como punto de partida de la economía política moderna tiene que comenzar desechando de una vez la mitología neoliberal y sus corolarios políticos. El marxista Perry Anderson inquietó a los críticos de todos los bandos al decir, con razón, que el neoliberalismo no enfrentaba verdaderos adversarios ideológicos y, por tanto, alternativas reales. Sin embargo,  hoy dicha fortaleza comienza a resquebrajarse, aunque no sea resultado de la acción racional de sus críticos, si bien éstos, al menos moralmente, debieran recibir algún crédito.

 
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