Usted está aquí: jueves 2 de octubre de 2008 Opinión Más de Otras Latitudes

Olga Harmony

Más de Otras Latitudes

Como escribí en un artículo anterior, el III Festival de Teatro de Otras Latitudes entregó a los espectadores un “pasaporte” que habría de ser sellado cada vez que se asistiera a una escenificación y, con un buen número de sellos, se obtendrían algunos premios, una playera y, sobre todo, la posibilidad de también ver gratuitamente el montaje de Peter Brook El gran Inquisidor basado en el relato que Iván hace a Aliosha en Los hermanos Karamazov de Fedor Dostoievski en adaptación de Marie Hélène Estienne. Brook en este montaje practica su teoría del espacio vacío: “Un hombre camina por ese espacio vacío mientras otro le observa y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral” y ese hombre es el viejo inquisidor que no sólo camina ante un Jesús sentado de espaldas al público sino que es primero relator y luego el Gran Inquisidor. Este actor es Bruce Myers, quien llegó al grupo, que es ahora el Centro Internacional, en 1970 deseando hacer otra cosa que “ese puñetero teatro británico”, según relata el director y teórico en sus memorias y que elige en cada sitio en el que representará su largo monólogo al actor que interpretará al silencioso Jesús, al que no se da crédito en su representación en México.

La adaptación respeta bastante el original dostoievskiano que, como es sabido, es una gran diatriba contra la jerarquía eclesiástica. La acción se ubica en la Sevilla del siglo XVI en que han sido quemados en la hoguera gran cantidad de herejes, cuando Jesús aparece, es reconocido por la multitud que acudió al auto de fe y logra nuevos milagros. El inquisidor lo hace prisionero y lo increpa por venir a perturbar a la gente a la que ofreció la libertad de optar por el bien y el mal, con el libre albedrío, cuando la Iglesia le ofrece la confortable seguridad de un camino trazado a esa humanidad débil y medrosa. Con gran malicia en la adaptación el viejo cardenal hace a Jesús las tres preguntas que son las tres tentaciones que el demonio le hiciera en el desierto según San Mateo (lo que también se da en la novela, pero de otro modo no tan directo), asumiendo que la institución eclesiástica cargará sobre su espalda la felicidad de la humanidad si se le otorga el poder y la gloria que Jesús rechazó, mostrando, como en el original, la gran separación que existe entre la Iglesia y las enseñanzas de Jesús, el que será liberado de la hoguera con la petición de que no vuelva más. Bruce Myers consigue, con la gran eficacia que le dan los casi cuarenta años que lleva al lado de Brook, un tono a la vez contenido y apasionado en su Gran Inquisidor, nueva visita de un montaje del gran director a México.

De Argentina/ Aguascalientes, sin que se nos especifique lo que corresponde a cada lugar, se presentó Decir adiós, sin crédito de autor, con dirección de Saeed Pezeshki, especialista hidrocálido en teatro aéreo y con la coreografía de Rocío Zúñiga, la escenografía de Alberto Chiñas, el vestuario de Livier Mercado y la composición musical de Eduardo González y Vishal Pineda. Se trata de un extraño híbrido entre danza, monólogos muy pobres dramáticamente y lo que el director llama teatro aéreo, en el que el motivo principal en danzas y acrobacias es el amor y el desamor y en los monólogos el despecho de un amor contrariado. Es poco teatro, no llega a teatro-danza y los miembros del elenco (Ana Isabel Aguayo, Carlos Gabriel Martínez, Issel Morán Barroso,Víctor Hugo González, Eliana Donnola e Ignacio Velasco) que conforman las tres parejas resultan mucho mejores en danza, hasta donde puedo opinar en algo que no es mi materia, que en actuación en sus monólogos. La mezcla sin mayor hilación de las artes circenses, la danza y el teatro no da muy buen resultado.

Y por último, habría que recomendar ver el video que con el nombre de Discurso a muchas voces han realizado Jorge Zárate, Bruno Bichir, Mario Iván Martínez, Dolores Heredia, Margarita Isabel, Eugenia León, Joaquín Cossío, Julieta Egurrola, Laura Esquivel, Daniel Giménez Cacho y Héctor Bonilla en defensa del petróleo.

 
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