Usted está aquí: miércoles 1 de octubre de 2008 Política Tlatelolco detonó cambios democráticos, pero no supuso una victoria: Pablo Gómez

■ El senador perredista presenta hoy su obra 1968, la historia también está hecha de derrotas

Tlatelolco detonó cambios democráticos, pero no supuso una victoria: Pablo Gómez

■ Las cosas empezaron a cambiar “poco a poco” a partir del 10 de junio de 1971, señala

Rosa Elvira Vargas

Ampliar la imagen El legislador perredista, durante la charla con La Jornada, ayer en el Senado El legislador perredista, durante la charla con La Jornada, ayer en el Senado Foto: José Antonio López

Aunque se confiesa bisoño en el género de la crónica, Pablo Gómez –senador por el PRD– se aventura por ese camino en su reciente libro 1968, la historia también está hecha de derrotas.

Sin embargo, es en el prólogo donde quien fue representante de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH) elabora sus juicios: el movimiento estudiantil “fue derrotado en sus propósitos políticos concretos”, y unos años después había en México menos libertades, creció el número de presos políticos y, en general, “las luchas democráticas se vieron detenidas”.

Gómez no desdeña a Tlatelolco como un “precursor de los cambios democráticos que se han producido desde entonces... pero eso no demuestra una victoria de aquella lucha”.

En todo caso, conviene, las cosas empezaron a cambiar “poco a poco” a partir del 10 de junio de 1971 cuando, derivado de la masacre del jueves de Corpus, se removió al regente de la ciudad, Alfonso Martínez Domínguez, y a los jefes policiacos. De ahí siguieron movimientos reivindicativos en varias universidades y sus sindicatos, así como la creación de una corriente obrera independiente, entre otros.

En un paréntesis de la sesión senatorial, Gómez Álvarez charló con La Jornada:

–¿Por qué hacer una crónica del 68?

–Pensé inicialmente publicar un trabajo, inédito desde 2002, llamado “30 tesis sobre el movimiento del 68”. Luego empecé a hacer una cronología para aclararme muchos problemas y mejorar esas tesis. Ahí me di cuenta que faltaba una crónica. Tenemos reportajes, memorias, ensayo (sobre Tlatelolco), y pensé que yo podía hacerla, porque tengo el archivo de Gobernación, al que además cualquiera puede acceder si lo solicita en la biblioteca de la Cámara de Diputados.

“Ese archivo es rico más en relación con lo que nosotros (los estudiantes) hacíamos que con lo que hacía el gobierno, pues no contiene los oficios con las órdenes criminales que, por lo demás, dudo se hubieran dado por escrito.”

–Además del género, ¿qué tiene de distinto o novedoso este libro?

–Dispone de fuentes originales que nadie ha usado.

–¿Y éstas difieren sustancialmente de lo que ya se sabe?

–Creo que más bien se enriquece. El movimiento no era sólo las grandes manifestaciones, la represión o las declaraciones. Estaba todo aquello que ocurría a diario y no salía en el periódico: lo que hacían los brigadistas, lo que decían los volantes, los carteles que pegábamos...

–¿Podría decirse que la masacre de Tlatelolco fue una forma de evitar que el movimiento estudiantil se transformara en movimiento de masas?

–¡Era un movimiento de masas! El pueblo nos apoyaba pero no manifestaba el apoyo. Salían a vernos desfilar... pero no tenían instrumentos de organización. La sociedad era muy débil, el país no estuvo a la altura de sus jóvenes.

–¿El libro busca también desacralizar a quienes después se conoció como los “líderes del 68”?

–Es que así era en realidad. Ahora son mucho más conocidos que entonces. Un líder lo era sólo de su escuela y su capacidad de convencer y conducir le daba cierto nivel intelectual, pero ante el movimiento no había líderes carismáticos.

Pablo Gómez destaca también en el libro el carácter nacional del 68. Documenta represiones –con muertos y heridos, por cierto– en Oaxaca, Puebla, Xalapa, y Jalisco, entre otros lugares. “Movimientos, protestas, acciones, manifestaciones, huelgas, iban y venían.”

–¿Por qué este título?

–Parece provocador. El 68 fue una derrota con las armas. No quiero decir que nos derrotaron con las ideas, pero, ¿acaso las armas no forman parte de la lucha política? Siempre lo han sido, las armas se impusieron. Cuando empezamos el movimiento había 70 u 80 presos políticos en la ciudad de México. Cuando terminó, había cuatro veces más y no volvió a haber manifestaciones por muchísimo tiempo ni aquí ni en otros lados.

–¿Se contradice esto con quienes consideran a 68 como un parteaguas histórico?

–No, porque en cierta forma fue algo nuevo, manifestó una nueva conciencia. Los cambios no se dieron a partir de 68; fueron producto de otras luchas y una de las más importantes fue el 10 de junio, donde si bien la investigación ordenada por Luis Echeverría fue una tomadura de pelo, por lo menos ahí hubo una situación diferente.

“A partir de ahí hubo más confianza en algunas acciones independientes, en la libertad de prensa, pero también aumentó el número de guerrilleristas.”

–¿Existen condiciones actualmente para otro 68?

–¡Ah, claro! Podrían surgir uno, dos tres 68 en este país. Hay causas para ello.

–Y, ¿cómo reaccionaría el Estado? ¿Igual que en 68?

–No lo sé.

–¿Qué intuye?

–Pues hay que probarlo, no lo sé. Pero creo que si usa al Ejército, las consecuencias serían terribles para el país.

1968, la historia también está hecha de derrotas se presentará este miércoles a las 6 de la tarde en el Aula Magna del Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Participarán Carlos Payán, director fundador de La Jornada, el escritor Carlos Monsiváis, la periodista Carmen Aristegui y el ex dirigente del 68, Raúl Álvarez Garín.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.