Usted está aquí: miércoles 1 de octubre de 2008 Opinión Festival de Biarritz

Vilma Fuentes
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Festival de Biarritz

Ya en sus crepúsculos, Borges y Rulfo, a mi parecer los dos grandes escritores en lengua española del siglo pasado –aparte los poetas, Gorostiza y uno o dos más–, aceptaban casi todas las invitaciones que les permitían viajar, es decir, dejar de ser y estar “ahí” para ser y estar ailleurs, en ese otro lado donde está la vraie vie, como escribió Rimbaud. O para no estar en ningún lugar, evadidos del espacio restrictivo que impone la uniformidad de costumbres, memorias. Búsqueda y encuentro de la diferencia, de lo extraño que es el extranjero: el rencuentro del asombro primitivo, la propia aparición.

Era el primer año del festival de cine (de su primera serie) de Biarritz. Finales de los años 70. En el gran hall del casino, una joven se me acercó una mañana asoleada, para preguntarme si no me molestaría acompañarla al aeropuerto, pues no hablaba español y no disponían ese día, en la Oficina de Turismo, de alguien que lo hablase. Se trataba de recibir a un escritor y a su mujer. “Borlles, Yorye Luis Boryes”, me dijo encantada de lograr pronunciar el nombre de Jorge Luis Borges con su lectura en francés del papel donde traía apuntado su nombre. ¡Desde luego!

Llegué al aeropuerto en un estado febril: ¿qué podía decirle? Logramos que nos dejaran pasar hasta el pie de la escalinata del avión. “¿Usted lo conoce? Traigo una foto”. “Claro que lo conozco”, dije pensando que lo había leído. Al fin, después de todos los viajeros, Borges bajó del avión precedido por María Kodama, ya fastidiada de él antes del matrimonio. Su exasperación fue mi suerte: me abandonó a Borges agradecida. Y ahí, bajo la luz enceguecedora, ensordecidos por el ruido del motor que seguía ronroneando y el de las hélices que no cesaban de girar, Borges, cuando le dije que era mexicana, me miró sin verme, extendió su brazo para tocar el mío y me dijo, sin que yo pudiese a escuchar todas sus palabras:

–La patria de Alfonso Reyes: “Pero ¿vale más que eso” (la pobreza ) “ser un Príncipe sin corona, ser un Príncipe Internacional,/ que va chapurrando todas las lenguas y viviendo por todos los pueblos entre la opulencia de sus recuerdos?” La de López Velarde: “De súbito me sales al encuentro,/ resucitada y con tus guantes negros... ¿Conservabas tu carne en cada hueso?/ El enigma de amor se veló entero/ en la prudencia de tus guantes negros”.

De pie, al lado del avión que no callaba, me di cuenta que Borges iba a seguir rememorando versos, mientras María y la joven de Turismo nos miraban desesperadas. Sin pensarlo, tomé a Borges de un brazo y lo halé hacia el edificio, diciéndole: “Si como afirma el griego en el Cratilo/ el nombre es arquetipo de la cosa/ en la palabra rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”. “Es un poema de Espinosa, no mío”.

Ya en el Hôtel du Palais, Borges me preguntó si no tenía un vestido amarillo o naranja: eran los colores que aún lograba ver y eso le permitiría distinguirme. Fueron siete días de dicha y, sobre todo, de descubrir una inteligencia deslumbrante, no sin un humor raro y de aprender a tratar de pensar por mí misma y no a través de ideas recibidas.

El Festival de Biarritz me ha dado regalos. Charlar, por ejemplo, con Juan Luis Buñuel, a André Bercoff dándose el tiempo de conocerse sin prisas. No puedo callar que la semana más alegre que pasé, muerta de risa, fue con José Luis Cuevas: todo en él es humor, burla, imitaciones satíricas, ironía. José Luis creó ese año el “affiche” del festival y fue parte del jurado. Cinéfilo, imita a los actores para narrar un filme como si uno estuviera viéndolo. Nos reíamos con Arau que rozaba a Cuevas para recordarle que fueron compañeros de escuela, por lo que no podía dejar de dar a Mojado Power el trofeo. También subrepticio se acercaba Zúñiga para recomendarnos a su hijo. Este año soy invitada como escritora, pues el excelente traductor y crítico Jean-Marie Saint-Lu presentará la traducción de mi novela Châteaux en enfer.

 
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