Usted está aquí: domingo 28 de septiembre de 2008 Opinión Ángeles en América

Carlos Bonfil
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Ángeles en América

“Una fantasía gay sobre temas nacionales”, así definió el dramaturgo Tony Kushner su estupenda épica sobre el sida, Angels in America, de seis horas de duración, estrenada en Broadway en 1993.

Dividida en dos partes, Millenium approaches y Perestroika, la obra marcó un hito en la representación escénica de la epidemia del sida y del contexto político y social en que surge: aquellos años de la administración Reagan en los que a la indiferencia e inacción gubernamentales frente al flagelo señalado como “cáncer gay”, sucede una intensa movilización de la comunidad homosexual y de otras personas afectadas por el sida, para exigir el fin de la discriminación moral y políticas efectivas de prevención y terapia del padecimiento.

El éxito de la obra en Broadway hace pensar en su adaptación fílmica, y durante años Robert Altman acaricia el proyecto que a la postre es abandonado. Finalmente, una década después de su estreno en Broadway, la compañía HBO Films opta por una miniserie para la televisión que respeta la extensión original de la obra y cuya adaptación queda a cargo del propio autor, Tony Kushner, con dirección del experimentado Mike Nichols (El graduado, Closer) y un reparto notable que incluye a Meryl Streep, Al Pacino, Emma Thompson, Patrick Wilson y Mary Louise Parker. En México, el canal 22 la incluye como estreno este mes, cada domingo, durante seis semanas.

Ángeles en América es uno de los alegatos más consistentes contra la hipocresía moral de la derecha política, que en la obra encarna el político extremista Roy Cohn (Al Pacino), siniestro personaje ambivalente, abogado demócrata con simpatías republicanas, judío y a la vez antisemita, homosexual y homófobo, correligionario político del senador Joseph Mac Carthy y del director del FBI, J. Edgar Hoover, e instigador conspicuo de la cacería de brujas, durante la guerra fría, contra personalidades juzgadas comunistas o traidoras a la nación, en particular contra Julius y Ethel Rosenberg, cuya ejecución capital en la silla eléctrica promueve y celebra. Roy Cohn, también asesor de Richard Nixon y Ronald Reagan, es presentado en la obra en sus días finales, en 1986, en el crepúsculo de su influencia política, mientras agoniza en un hospital, enfermo de sida, visitado en sus alucinaciones por una espectral Ethel Rosenberg (Meryl Streep), su víctima predilecta.

La obra presenta paralelamente el proceso de desintegración de dos parejas –una heterosexual, otra gay–, víctimas de la simulación, la cobardía y la culpa. Un joven judío (Ben Shenkman) abandona a su amante Prior Walker (Justin Kirk), cuando descubre que está enfermo de sida y tiene sus días contados. La perspectiva de una penosa agonía en la que su papel de amante súbitamente se dobla en el de enfermero inexperto y temeroso, le aterroriza. Al mismo tiempo, en este relato neoyorkino de biografías entrecruzadas, la joven Harper (Mary Louise Parker) descubre que su marido, el funcionario menor Joe Pitt (Patrick Wilson), además de ser simpatizante republicano, mormón y colaborador cercano de Roy Cohn, es también un homosexual reprimido. Tanto Harper, la joven engañada, como Prior, el enfermo abandonado, se refugian cada uno en un mundo de fantasías y revelaciones oníricas que en Broadway fueron todo un acierto escénico, y que la versión televisiva presenta con alardes de producción por momentos excesivos. Con todo, la adaptación es un acierto.

La idea de la cercanía de un nuevo milenio portador de catástrofes mayores (el sida convertido en una pandemia incontrolable; una derecha política cada vez más radical y voraz), tenía en la segunda parte de la obra (Perestroika), el único contrapeso de la ilusión de un cambio, con las esperanzas de una renovación política (caída del muro de Berlín, globalización) y un anhelado control de la epidemia. Cuando se filma la miniserie de Mike Nichols, el nuevo milenio tiene tres años de haber comenzado y, en efecto, el padecimiento del sida se ha convertido, al menos en los países desarrollados, en un mal crónico y controlado, aunque la voracidad e hipocresía moral de la derecha política ha alcanzado, con la administración Bush, niveles que la obra no había podido calibrar con justeza en sus aprensiones apocalípticas.

Ángeles en America se inicia y concluye con la imagen del ángel de Bethesda que desde lo alto de una fuente en el Central Park neoyorkino parece velar por una nación entera. A 15 años de estrenada la obra de Tony Kushner, su inquietud central –el anhelo de una sociedad más justa y menos intolerante– mantiene una vigencia extraordinaria.

Ángeles en América se exhibe hoy a las nueve de la noche por el canal 22.

 
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