Usted está aquí: domingo 21 de septiembre de 2008 Opinión Un secreto/París

Carlos Bonfil
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Un secreto/París

En el París de los años 80, un hombre taciturno de 40 años, François Grimbert (Mathieu Amalric), recuerda la época de su niñez solitaria. Sus padres, una pareja de deportistas (él, luchador y gimnasta; ella, modelo y nadadora), habían pensado que su primer hijo los llenaría de orgullo, manteniendo genéticamente la tradición atlética. En cambio el niño había nacido con un peso inferior al normal, crecía enfermizo, su carácter era introvertido y su afición al deporte, prácticamente nula. Su padre temía lo peor, y por ello lo incitaba, adolescente, a seducir a las mujeres, aunque él prefería platicar, jugar y reñir con un compañero fantasma, un fantasioso alter ego viril y temerario que le hacía olvidar, entre otras cosas, que en la Francia de los años 50 su condición de judío seguía siendo un lastre histórico, cuando no un objeto de burlas.

En El secreto, el realizador francés Claude Miller (La pequeña Lili, La clase de nieve) adapta la novela autobiográfica homónima del sicoanalista y escritor Philippe Grimbert (publicada en español por la editorial Tusquets), con saltos cronológicos que registran tres etapas de la vida del personaje, aludiendo también al clima de discriminación racial que bajo la ocupación alemana de París condujo a miembros de la familia Grimbert a los campos de concentración.

Son muchos los secretos de familia que ignora el François adolescente, tan pesados unos, como el tabú histórico de la colaboración de muchos franceses con el enemigo nazi bajo el régimen del general Pétain; tan embarazosos otros, como haber subestimado en la comunidad judía francesa el peligro inminente de la persecución y el exterminio, prefiriendo, en muchos casos, una asimilación improbable y la adhesión a un ideal de patriotismo del que los judíos estaban excluidos.

Miller explora estas realidades históricas de modo frontal, sin concesiones, apartado de la facilidad melodramática, añadiendo sin embargo al relato original una vigorosa carga emocional. El secreto familiar que descubre François, y del que no conviene adelantar aquí detalle alguno, cambia por completo su existencia y su carácter. El realizador ha reunido un reparto notable en el que destacan Patrick Bruel y Ludivine Sagnier, y la presencia de Cécile de France, seduciendo a todos como perturbador modelo de perfección estética, y en particular al melancólico François, quien pareciera dedicarle esta evocación tardía.

En un registro muy distinto, el exitoso realizador Cédric Klapisch propone en París una radiografía de la actual capital francesa, con su diversidad racial y cultural, sus prejuicios y ostentaciones, sus humores cambiantes al ritmo de las estaciones, y su infinita capacidad de asombro. París visto melancólicamente por un hombre (Romain Duris) a quien se le ha diagnosticado una enfermedad terminal, y quien desde su ventana en Montmartre contempla el hormiguero urbano, la vida infatigable y sus caprichosos cruces en esa cronología del azar que él sigue con avidez y con un dejo de amargura. La típica dueña de una panadería, llena de prejuicios y vulgaridades racistas (Karin Viard, estupenda); el maduro profesor de historia (Fabrice Luchini), enamorado de una joven, orillado por ella a la depresión y al diván siquiátrico en una secuencia muy divertida; la hermana mayor del protagonista enfermo, abrumada por la desolación afectiva, capaz, sin embargo, de una solidaridad instantánea que la rejuvenece (Juliette Binoche); y varios personajes más, algunos en relatos muy fragmentados, otros en apariciones incidentales, integrados todos al magma interracial de la ciudad camaleónica.

Cédric Klapisch abandona aquel viejo barrio de la Bastilla de Cada quien busca a su gato (1995) para ganar hoy la capital entera, ya sin la contención lírica original, con el desbordamiento kinético con que capturaba la vida sentimental de jóvenes becarios de varias naciones en la Barcelona de El albergue español (2002), un éxito anterior de taquilla. Crece la ambición de un espectáculo coral, también la tentación de la gratificación comercial instantánea; se pierde en el camino algo de esa sobriedad y gracia que el veterano Alain Resnais despliega a los 80 años en Pasiones privadas en lugares públicos (Coeurs, 2006), otra evocación de París, donde las intermitencias del corazón se conjugan admirablemente con las palpitaciones urbanas.

Un secreto y París se exhiben en salas de Cinépolis y en la Cineteca Nacional, en el contexto del 12 Tour de Cine Francés.

 
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