Usted está aquí: domingo 21 de septiembre de 2008 Opinión Volver, volver, volver

Ángeles González Gamio
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Volver, volver, volver

Hay sitios y monumentos de nuestra ciudad a los que se tiene que volver, volver y volver, porque en cada visita nutren el alma y usualmente siempre hay algo más que ver. Cuando se escribe sobre ellos constantemente se descubre algo nuevo a la mirada y en los viejos libros o periódicos. Uno de ellos es el Palacio Nacional, que preside imponente la Plaza de la Constitución, que tiene una fascinante historia que data del apogeo de la ciudad mexica en que se ubicó en ese sitio el palacio del emperador Moctezuma. Ya hemos dicho que Hernán Cortés se lo adjudicó tras la conquista y que en 1562 la Corona lo adquirió de su hijo Martín, para que fuese sede del gobierno virreinal.

El precio de la compra fue de 33 mil pesos pagados por las cajas reales y en la escritura se menciona que se adquieren ”las casas que don Martín Cortés tiene en la Ciudad de México, con los suelos y solares que están pegados a ellas, e con la piedra y madera que está en las dichas casas, e todo lo demás que a ellas pertenece, con más el derecho e aucción que por causa de las dichas casas se puede o debe tener a la plaza, que está delante de ellas”.

De inmediato lo reedificaron los arquitectos Rodrigo de Pontocillos y Juan Rodríguez; esa fue la primera de múltiples intervenciones que ha tenido el simbólico edificio. Entre las principales se pueden mencionar la que se llevó a cabo tras el motín de 1692, en que el pueblo enardecido por una severa escasez de granos lo saqueó e incendió, al igual que su vecina, la sede del Ayuntamiento. En esa ocasión don Carlos Sigüenza y Góngora, repartiendo dinero, logró la colaboración de un grupo de hombres, para poner a salvo los libros de cabildo, algunas pinturas y otros objetos de valor.

A raíz de ese atentado fue necesario reconstruir el palacio, lo que se hizo en un estilo más amable, quitándole el aspecto de fortaleza que le daban la artillería colocada en las torres de los ángulos y las troneras para fusilería. Poco se le hizo las primeras décadas que siguieron a la declaración de Independencia, cuando pasó de ser Real Palacio a Palacio Nacional, ya que las condiciones económicas del recién nacido país eran precarias.

No obstante, en 1851, el presidente Mariano Arista se las arregló para sustituir la puertecilla de una vieja cárcel por una digna portada, que a partir de esa fecha se conoce como Puerta Mariana. Otra transformación significativa fue la realizada entre 1926 y 1929, en que se le agregó el tercer piso bajo la dirección de los arquitectos Augusto Petriccioli y Jorge Enciso. Entonces también se le cubrió de tezontle, al igual que al resto de los edificios de la plaza, con el fin de darles un carácter neocolonial; afortunadamente la Catedral se salvó de este arreglo.

El interior es muy hermoso, además de su majestuosa arquitectura, por los espléndidos murales que pintó Diego Rivera en dos periodos, el primero entre 1929 y 1935 y el segundo de 1941 a 1952. Ahí se encuentra, asimismo, la réplica de la Cámara de Diputados que se incendió en 1872 y el Recinto a Juárez, que muestra las habitaciones en donde habitó el Benemérito con su familia.

Es interesante recordar que allí vivieron los virreyes a partir de 1592, así como los titulares de tres imperios efímeros: Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna y Maximiliano de Habsburgo. Fue también casa del primer presidente de México, Guadalupe Victoria, siendo el último en habitarlo Manuel González, quien gobernó de 1880 a 1884. De triste memoria es la época en que estuvo ocupado por las tropas estadunidenses.

Ahora, para propiciar que la gente lo visite y lo sienta suyo, como lo es, el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Curaduría del Palacio, están organizando una serie de actos. El próximo miércoles 24, la autora de estas letras va a impartir la conferencia “Palacio Nacional y los protagonistas del México Independiente”, en el Auditorio, a las 19 horas. Ojalá nos acompañen.

 
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