Usted está aquí: sábado 20 de septiembre de 2008 Opinión Ruta Sonora

Ruta Sonora

Patricia Peñaloza
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■ Julieta Venegas en el Auditorio Nacional

Ampliar la imagen Julieta, con voz madura, serena Julieta, con voz madura, serena Foto: Fernando Moguel

Con una voz remarcadamente madura, bella, sutil, la tijuanense Julieta Venegas ofreció una cálida y emotiva velada electroacústica la noche del jueves, ante un Auditorio Nacional repleto de ojos y oídos atentos a esa florecilla silvestre, en otros tiempos tímida y temblorosa, ahora exuberante enramada, soberbiamente bien plantada en el escenario cual toda una compositora, instrumentista y cantante, de sinceridad detonante y purpúrea melancolía.

Tras cuatro discos de estudio y uno en vivo “desenchufado”, Venegas mostró estar en su mejor momento. Generadora de un pop personal y genuino, no impuesto por nadie, manifestó ser una creadora seria que busca el crecimiento artístico, pues antes su voz no alcanzaba tanta presencia o afinación en vivo, con inseguridad hacía bromas fallidas o quería mostrar sobrexaltación para estar a tono con su éxito comercial. Ahora en cambio, parece haberse encontrado consigo misma, y se muestra segura, serena, sin querer demostrar más de lo que ya es: una cantautora efectiva, alegre, de gesto adusto, sentimental, casi triste, plena de hermosos arreglos y alcances en la voz, de esas que no buscan la sonrisa falsa de las “estrellas” de pop prefabricado.

A las 21 horas, dentro del coloso de Reforma, calentó escenario la guapa Ceci Bastida, quien durante siete años acompañó en giras a su paisana Julieta. Ex vocalista de Tijuana No, Ceci cantó temas propios, sabrosos y bailadores, en una onda muy rocksteady.

Media hora después, forrada en suntuoso vestido violeta, muy a lo charleston, y mallas violeta con dorado, ya sea tras el piano, el acordeón, la guitarra acústica, el micrófono o los brinquitos de baile, Julieta apareció para entregar su corazón a un chilango público heterogéneo, que lo mismo iba de clasemedieras de oficina a rocanroleros de Neza en lo más alto, pasando por lujosas chavas-bien hasta decenas de niñas de entre diez y 15 años.

Rodeada por 14 músicos (tres violines, un chelo, batería, contrabajo, flauta, sax, trompeta, tuba, percusiones, dos guitarras acústicas y un piano), Julieta empuñó a la par sus distintas armas musicales para interpretar durante dos horas, 22 de sus éxitos en versiones muy distintas a las de las grabaciones, lo que acentuó la singularidad del concierto. Sin distorsiones, Venegas dejó al descubierto su formación clásica en lo melódico, así como su cercanía con el funk, el rap y el reggae, en lo rítmico.

Las sorpresas desfilaron una tras otra, no sólo por las variaciones a temas conocidos sino por sus disímiles invitados: Joselo y Meme de Café Tacuba, en Mi principio (tema de la cinta Quemar las naves, de Francisco Franco); Natalia Lafourcade en Amores Perros (otro tema para cine, para el filme homónimo, de Alejandro González Iñárritu) y Juanson, ex vocalista de Porter, quien vestido de pizza tardó en salir, se puso nervioso, pero aun así cantó bonito De mis pasos.

Ahí estuvo Julieta: la enamorada que ama a pesar de los defectos, con Limón y sal; la que arrebata aplausos con un tango enorme y enérgico, De qué me sirve, tema de gran carácter: “yo que pensaba que te perdía a ti, ahora lo entiendo, tú me perdiste a mí”. Esa a quien le falta “vida suficiente” para ser feliz; la que alguna vez tuvo una ilusión y la perdió; la que está cansada de las canciones de amor, pues la vida no funciona como ellas; la que vía un ska-ranchero recuerda que “el presente es lo único que tenemos”… Entre sentidos coros en alto, y no gritos de histeria absurda, Venegas, qué lástima pero adiós, se despide y apasionada se va, ante todos esos que han dicho “sí”, a su propuesta de “andar con ella”.

 
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