Furor tex mex y homenaje Floyd
El maestro Ry Cooder viene de completar una trilogía chicana, cuyos episodios anteriores reseñó el Disquero y ahora comparte el tercer ángulo de este triángulo equilátero. La inició en 2005 con Chávez Ravine, un homenaje a aquel barrio de mexicanos en los suburbios de Los Ángeles que fue demolido en los años 50, con notables consecuencias en el tejido social angelino.
El segundo capítulo es bastante reciente, hace apenas unos meses, cuando compartimos la sonrisa chesteriana de un gato, cuya mirada crítica de la realidad acusa la pérdida de la unidad y la solidaridad humanas. My Name is Buddy se llamó el segundo capítulo de la trilogía y ahora suena en los altavoces I, Flathead, el nuevo disco de Cooder, cuyo nuevo personaje es Kash Buk, un músico que vive en las carreteras gringas con su banda The Klowns. Comparten el gusto por los autos de carreras.
Una edición especial de este disco viene acompañada de un libro de 90 páginas, que constituyen la novela entera pero ni hace falta, porque el disco es una banda sonora completísima mediante la cual nos enteramos de los amores y desamores, soledades e intensidades de este personaje a lo Wim Wenders (no en balde Cooder escribió la banda sonora de aquella obra maestra del alemán: París Texas), tan acidulada como divertida y honda.
De manera semejante a My Name is Buddy, el recitativo (una suerte de singspiel del desierto americano, je) impera entre los cortes donde Cooder enarbola con harto jícamo y tumbao los furores más coloridos del tex-mex, el rockabilly y el blues, blús, bluuuuusss. Hay que decir que cuando suena el singspiel chicanón, jejé, el juego de espejos remite de inmediato a los maestros del género avecindado en distintos territorios: Lou Reed, David Byrne, Tom Waits revisitados.
Y a propósito de juegos de espejos, mientras aparecía en los estantes de novedades discográficas el álbum doble Pink Box: songs of Pink Floyd, uno de los integrantes de ese grupo seminal de la cultura rock agonizaba a miles de kilómetros de aquí y a un instante de la eternidad.
Nueva víctima de esa maldita epidemia moderna, el cáncer, el maestro Richard Wright, tecladista Floyd, libró una batalla ejemplar y con la frente en alto. Disfrutamos su bonhomía y sonrisas en apariciones recientes con su carnal David Gilmour en aventuras musicales, odiseas venturosas haciendo música en distintos puntos del planeta y montados en un modesto camioncito, donde convergió supuestamente por azar, aunque las casualidades no existen, en su camino con el mero mero de los Floyd, el maestrísimo Rogelio Aguas, mejor conocido como Roger Waters.
Es el momento en que se materializa ahora para Ricky Wright un mensaje que envió Waters al primer Floyd caído en batalla, Syd Barrett, en una pieza inmortal: See you in the dark side of the Moon.
La cajita rosa de dos discos, Pink Box, es un nuevo homenaje a sus sicodélicas majestades. Dos docenas de canciones recreadas por personajes tan interesantes como Adrian Belew, que es por decir lo menos la mitad del sonido King Crimson (la otra mitad es Robert Fripp), Keith Emerson (sin Lake ni Palmer), Ian Anderson, Robby Krieger, Edgar Winter, Robben Ford, Chris Squire, Steve Howe, entre otros.
De manera inevitable suena en los altavoces diferente este álbum. De pronto da la sensación que se detiene en uno de sus versos: maestro Wright, nos veremos en el lado oscuro de la Luna.