Usted está aquí: sábado 13 de septiembre de 2008 Cultura Tambuco en soledad

Juan Arturo Brennan

Tambuco en soledad

Hace unos días, el ejemplar cuarteto de percusiones Tambuco, de clara raigambre universitaria, ofreció en la Sala Nezahualcóyotl su Concierto en casa 2008. Veamos.

Escrito para parches y cajas, el Estudio geométrico, de José Luis Castillo, demuestra un sólido proceso en la igualación, superposición, desfase y despliegue de patrones rítmicos, con rigor y austeridad notables, y una clara vocación estructuralista. En la pieza Souffle, de Gonzalo Macías, el uso de los gongs en el interior de una dotación básica de placas metálicas, genera interesantes campos armónicos arcaicos, y la obra concluye en un delicado ámbito sonoro potenciado por el uso de las sonajas.

Stone gong, stone dance, de Paul Barker, es un atractivo, hipnótico ritual para tazones tibetanos y piedras (percutidas, friccionadas), con un inteligente uso de los cuencos de las manos y las oquedades bucales como resonadores. Obra notable por sus componentes de silencio, pausa, aire y espacio.

El Libro para cuatro marimbas, de Hebert Vázquez, es un tríptico que ofrece un movimiento colorístico y textural enmarcado por otros dos de gran complejidad y rigor rítmicos, sin descuidar por ello la paleta tímbrica. Interesante y bien logrado ejercicio a 16 baquetas, con un tercer movimiento que habita cómodamente el mundo del blues.

Después, la sabrosa ¿Sabe cómo é?, de Leopoldo Novoa, lúdico y expansivo estudio para cuarteto de guacharacas con mucho de trópico, sí, pero también con mucho de exploración estructural.

Para concluir, la poderosa Danza isorrítmica, de Mario Lavista, en la que el procedimiento constructivo medieval se conecta de manera impecable con los recursos de una dotación de percusiones rica y variada, y en la que importa menos la detección del trabajo rítmico particular que la asimilación de un discurso de gran coherencia y unidad, ensamblado con un inteligente uso de los recursos del arsenal instrumental.

Como siempre, las interpretaciones de Tambuco fueron de un rigor notable, resultado de su ya habitual proceso de selección, preparación y presentación de un repertorio siempre asombroso, siempre enriquecedor.

Hasta aquí mis observaciones específicamente musicales. Me importa decir también, sin embargo, que este sólido, bien armado y bien realizado concierto de Tambuco se llevó a cabo en un ambiente frío y desangelado, provocado sin duda por el hecho de que la asistencia a la Sala Nezahualcóyotl (que, en efecto, es la casa de Tambuco) fue, cuando mucho, de un centenar de personas.

No hay duda de que Tambuco es nuestro mejor ensamble de percusiones, como no hay duda tampoco de que se trata de un grupo de nivel internacional más que comprobado. Tampoco está a discusión el hecho de que, siendo el ensamble de percusiones la dotación instrumental más emblemáticamente moderna, los intérpretes jóvenes, los compositores de hoy y los melómanos ilustrados debieran estar profundamente interesados en su repertorio y en sus sonoridades. Pero no: no hubo tal, no hay tal, y al parecer no habrá tal.

Más que un concierto en su casa, Tambuco ofreció un concierto en familia, ante un vacío de audiencia que es difícil de justificar con el cansino argumento de: “es que no hay público suficiente, es que la situación está muy dura”. Porque público sí que lo hay, dada la situación difícil.

Ese mismo fin de semana, más de 4 mil asistieron al mismo recinto universitario para escuchar arias de Puccini y la Obertura 1812, de Chaikovski. Y ese mismo fin de semana, más de 6 mil se lanzaron a Six Flags para menearse con Armin van Buuren, “el DJ número uno del mundo”, según dice su publicidad. Nada más con esos, ya son 10 mil, y los boletos respectivos no eran, para nada, más baratos que para escuchar a Tambuco.

El problema, insisto, es mucho más de fondo, y tiene que ver con la paulatina, vertiginosa e irreversible idiotización de nuestra sociedad, que se refleja día a día en muchos otros aspectos, más allá de que Tambuco toque sin público. Las falaces cuentas alegres de que “vamos por buen camino” tampoco son creíbles en este ámbito. Nuestra profunda crisis no es sólo económica, política, social y de seguridad pública, sino también espiritual y cultural.

 
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