Usted está aquí: viernes 12 de septiembre de 2008 Opinión Penultimátum

Penultimátum

■ El monstruo de Amstetten

En Austria todavía no entienden cómo pudo Josef Fritzl esconder durante 24 años a su hija y tener con ella siete hijos. De 73 años, Fritzl procreó con su esposa Rosemary otros siete hijos, a uno de los cuales, Elizabeth, encerró en el sótano de su casa cuando tenía apenas 11 años. Para justificar la desaparición de Elizabeth, dijo que ella se había fugado con los integrantes de una secta. La verdad es que la mantuvo secuestrada 24 años en un sótano de 60 metros cuadrados. Allí su padre la golpeó y abusó sexualmente de ella y tuvo siete hijos de los cuales uno murió al nacer. Lo incineró en la caldera de la casa. Tres de los seis niños restantes (de 10, 12 y 15 años) los integró Fritzl a la casa familiar como si fueran adoptivos.

Aparecieron uno a uno en la puerta de la casa de los Fritzl acompañados de una carta de Elizabeth, la “hija díscola”, en la que lamentaba no poder quedarse con ellos y se los encargaba a sus padres. Los otros tres (de 5, 18 y 19 años) estuvieron toda su vida bajo tierra, sin educación, ni atención médica, hasta que fueron liberados en abril pasado  cuando a la mayor, Kerstin, la tuvo que llevar su padre-abuelo de urgencia al hospital por estar enferma. También se preguntan cómo pudo este electricista jubilado engañar a su propia esposa y a los vecinos de Amstetten, ciudad de 22 mil habitantes ubicada a cien kilómetros de Viena. Porque el ahora llamado “monstruo de Amstetten” acondicionó la prisión donde tuvo secuestrada a su hija y a sus tres hijos-nietos con cuatro habitaciones, un baño y los demás servicios. También introdujo un televisor, el único contacto que tuvieron los cuatro prisioneros con el exterior.

Siempre los amenazó con dejar escapar gas que los mataría  si intentaban fugarse. Para entrar al sótano-prisión Fritzl ideó una clave eléctrica que solamente él conocía y sabía activar. No se explican tampoco cómo su esposa nunca observó nada fuera de lo común en la vida de su marido, que diariamente bajaba al sótano a convivir con su hija y sus hijos-nietos.

A su esposa le decía que allí trabajaba armando equipos que le encargaban algunas empresas. Para no despertar sospechas, compraba la comida para sus prisioneros en mercados fuera de Amstetten. Al ejemplar ciudadano lo detuvieron cuando los médicos no le creyeron la explicación para justificar la enfermedad de su hija Kerstin. El llamado que los médicos hicieron por la televisión para localizar a la madre de la jovencita lo vio Elizabeth, quien pidió a su padre la llevara al hospital para salvar la vida de su hija. Acudió con sus dos hijos y allí comenzó a descubrirse todo. Incluso que Fritzl estaba fichado desde hace 40 años acusado de violación. El abogado defensor de Fritzl alega que su cliente padece una enfermedad mental. Muchos más en Austria, pues otros secuestros terribles siguen sin explicación.

 
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