Usted está aquí: martes 9 de septiembre de 2008 Política Impunes e inmunes

José Blanco

Impunes e inmunes

En la sociedad mexicana parece haberse operado un cambio drástico de orden idiosincrático respecto de la convivencia social. No abarca a la sociedad entera; es, desde luego, muy difícil estimar el tamaño de la franja de la sociedad donde ese fenómeno ha ocurrido, porque no existen datos ni indicadores al respecto, pero la observación cotidiana de la vida social muestra que esa franja es ya visiblemente significativa y sin duda está en crecimiento.

Se trata de un amplísimo relajamiento moral respecto al crimen. Probablemente se cuentan ya por cientos de miles los mexicanos en actividad y en disposición de cometer un crimen grave, sin problemas de conciencia. Una franja que percibe la vida social como una selva en la que se debe hacer lo que sea para sobrevivir (cualquier acto puede ser visto como una forma de trabajo más).

El principio moral de que “no existe trabajo deshonroso” se ha salido de madre, y ahora son trabajo la piratería, el robo, el asalto, el despojo, el homicidio, el secuestro, y una modalidad que aún no emerge a la visibilidad social por los medios, que es la venta de protección a medianos empresarios, exactamente igual que en el Chicago de los años veinte, cuando reinaban en las calles las bandas de gángsteres.

De esto último me he enterado por la vía de radio bemba –como dicen los cubanos–, en distintos lugares de la república, y en todos los casos hay una constante: son empresarios medios y tienen temor pánico de hacer una denuncia. Hacer una denuncia y ser hombre muerto es lo mismo; de ello están prácticamente seguros; y es que conocen el fondo del mar de la criminalidad que está abrumándonos y aterrorizándonos: la impunidad inexpugnable.

Se han conformado mafias cada vez más complejas, por su organización, por su poder de fuego, por su crecido número, por su carácter, que puede con facilidad llegar a ser implacablemente cruel al extremo –como un medio que ven como el ingrediente básico de la eficacia, por su asociación con policías y soldados, por la conversión de éstos en delincuentes abiertos.

Las mafias son inmunes porque los protege el sólido, parece que invencible, muro de la impunidad. Ésta, a su vez, es otra anomalía social compleja; al menos concurren a configurarla: la diversidad de incapacidades técnicas del aparato policiaco y el judicial, la negligencia, que todo mundo debe haber experimentado alguna vez, la corrupción en esos aparatos; la colusión con las mafias criminales.

En 2005 José Antonio Ortega Sánchez escribió un artículo bien informado que tituló: “Inseguridad e impunidad: los principales obstáculos al desarrollo de México”. Ortega escribió entonces: “México sigue ocupando el segundo lugar mundial en secuestros. Calculando en tasa por millón de habitantes, hay más secuestros en el Distrito Federal que en Colombia. En México se cometen más de 100 veces más robos con violencia de automóviles que en Estados Unidos. El feminicidio en Ciudad Juárez, que después de 11 años ha costado la vida de casi 400 mujeres, continúa sin ser resuelto... En México, entre 1994 y 2003, se denunciaron aproximadamente 14 millones de delitos, pero se estima que otros 28 millones de delitos igualmente ocurridos no fueron denunciados. De este modo, la cifra real de delitos sube a 42 millones”. No es necesario ser un experto para ver y saber que de 2005 a la fecha la criminalidad ha tenido un aumento probablemente exponencial.

Después de la marcha contra la inseguridad el mes pasado, Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, declaró satisfecho: “No me voy, hago bien mi trabajo”. Pero agregó ante los diputados que los narcotraficantes tienen más y mejores armas que todas las policías del país y, además, usan estrategias terroristas. Son incompatibles tales declaraciones, pero lo peor es la revelación de que el gobierno y sus instancias correspondientes están rebasados.

Hace unos días el procurador general de la República, Eduardo Medina Mora, admitió que en la lucha contra el secuestro hay “deficiencias” en las instituciones encargadas de garantizar la seguridad en el país. Por ello, manifestó, el gobierno federal va a combatir ese delito “con toda la fuerza del Estado”. Una fuerza que, frente a la dimensión del crimen, parece un grillito cantor.

El pasado viernes se reunió el gabinete de seguridad pública más de dos horas en la Secretaría de Gobernación, pero nada se informó sobre los operativos en marcha o los que piensan echar a andar. Da la sensación de que en México absolutamente nadie sabe qué es lo que hay que hacer frente al crimen pertinaz, depredador invencible.

El Senado anunció también el viernes que prepara un paquete de por los menos 10 iniciativas, a fin de concretar las disposiciones incluidas en la reciente reforma constitucional en materia de justicia y seguridad pública. Somos muy buenos para hacer leyes (a veces muy malas), pero ello no basta. Las leyes dejan a la realidad social intocada si, como está ocurriendo, no sabemos cuáles son los instrumentos adecuados para que las disposiciones legales sean orquestadas con eficacia.

 
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